“Estar en la calle” es una expresión que significa no saber o no tener idea acerca de una cuestión. “Me voy a la calle” es un modo corriente de dar noticia de que uno se retira de un recinto. “¡Me largo a la calle!”, se usa cuando un problema llega a su clímax. “En la calle” se utiliza para referirse a alguien que desconoce acerca de un tema. Al tiempo que sirve para no informar puntualmente en qué lugar está una persona.
Al margen de los variados significados que tenga, la calle es un lugar abierto cuyo uso es común pero que a nadie pertenece. Es el espacio que se extiende nada más trasponer el umbral de la puerta del domicilio. La calle es ocupada transitoriamente. No es frecuente que se use como destino final, aun cuando tenga habitantes consuetudinarios. Conforme aparece la luz del día y con el paso de las horas, se va poblando; y queda solitaria cuando el sol se recoge y la penumbra cubre el cielo.
Una nota de la calle es el movimiento, el ajetreo, la prisa por llegar, en donde asoman, a veces rasgos de agresividad. Pero, aun así, constituye parte importante en la biografía de los ciudadanos. Es opuesta, por naturaleza, al hogar. A la casa se vuelve para ser acogido por los seres queridos, intercambiar subjetividades y para reparar fuerzas; por la calle simplemente se pasa, se transita metidos quizá en las propias preocupaciones y atentos para evitar que los otros -al chocar- puedan invadir nuestro espacio vital.
Al transitar, lo impersonal o lo agreste que representa la calle, puede tornarse amigable y placentero cuando la mirada distingue una cara conocida; entonces, se configura como un lugar de encuentros interpersonales y adquiere matices que iluminan el rostro. La calle está empedrada por un mosaico de reacciones humanas. Muchos mantienen un cierto decoro sociable que suele expresarse a través de la condescendencia frente a un hecho incómodo. Otros dan respuesta ante una pregunta de un ocasional interlocutor en busca de un dato o dirección. Los hay quienes drenan su fastidio, cólera o desconfianza sin que medie un estímulo proporcional. Otros no se hacen cargo de que la calle es de uso común y, la utilizan pensando solo en ‘sus’ derechos sin importar los de los demás. No pocos suponen que el transeúnte es un medio para medrar a su costa, pero no con maneras legítimas y correctas sino a través de la apropiación de sus bienes.
La calle es un universo de individualidades donde, si no existe un mínimo de normas, sino que prima la ley del más fuerte o del más descarado, se atenta contra la sana convivencia. Si a la calle se la piensa y usa como fin individualista y no como un bien que es utilizado por muchos, se le verá como la trastienda de cada transeúnte. Es preciso tomar conciencia de que aquella es parte importante de la historia de una comunidad y de la biografía de sus ciudadanos.