José Kentenich III: Una vida al pie del volcán

Desafió a los nazis en el campo de concentración. Tuvo una fe inconmovible en la divina Providencia y en su misión

En el marco de las celebraciones internacionales en Chile por el jubileo de 75 años de un acto crucial que protagonizara el P. José Kentenich, fundador del Movimiento de Schoenstatt, hemos presentado ya dos artículos relativos a su persona. El primero expone en forma resumida dicho acto concreto, las causas de su exilio, su liberación y el estado de su causa de canonización. El segundo, un testimonio vivo de Patricio Ventura-Juncá, de los dos meses que vivió con el P. Kentenich en Milwaukee, que le cambiaron la vida.

En esta tercera entrega ofrecemos a través de una entrevista, la visión sobre el P. Kentenich de la Dra. Dorothea M. Schlickmann -Hna. Doria-, historiadora, quien escribiera el libro “Una vida al pie del volcán”. Como historiadora, su método de trabajo es estrictamente científico. Afirma que nadie tiene que ser católico o piadoso para encontrar interesante la vida de este sacerdote y su libro, que fuera publicado por la prestigiosa editorial Herder. En el transcurso de un año se publicaron cinco ediciones, siendo que las primeras tiradas no fueron en absoluto pequeñas.

Hermana Doria, usted escribió el libro «Una vida al pie del volcán». Trata de la vida del Padre José Kentenich, fundador del Movimiento de Schoenstatt. ¿Por qué lo escribió?

En primer lugar, porque encuentro la vida del Padre Kentenich apasionante. Vivió arriesgando. Pienso cuando era prisionero de los nazis en Coblenza. En lugar de cumplir con las órdenes de los nazis de pegar bolsas, usaba el papel para escribir cartas en secreto y mandarlas clandestinamente fuera de la prisión. Cuando llegó al campo de concentración de Dachau y los guardias se burlaban de los sacerdotes, un nazi le dijo «¡Aquí nunca hemos visto a Dios!» y el P. Kentenich le respondió para que todos oyeran: «Si aquí no han visto a Dios, seguro que han visto al demonio». Otro día, un hombre de las SS lo trató agresivamente, gritándole. Al día siguiente el P. Kentenich le preguntó al nazi tranquilamente en la recepción: «¿Por qué me gritó ayer de esa forma?», y el nazi se lo llevó a su despacho. Todos pensaron: Kentenich va a pagar caro su atrevimiento. Pero el nazi comenzó a hablar de su vida privada, confiándosela al Padre Kentenich. En mi libro describo estos y muchos otros incidentes donde arriesgaba su vida.

Kentenich provocó controversias en la Iglesia

Desde un punto de vista puramente histórico, su vida pasa por algunos períodos muy interesantes de la historia contemporánea: la época imperial, la Primera Guerra Mundial con las graves convulsiones en Europa, que pasaba de una monarquía a la democracia, la República de Weimar, el régimen nazi y su persecución masiva (para el P. Kentenich significó un mes en un oscuro y diminuto bunker, luego prisión y tres años en el campo de concentración de Dachau), y finalmente los años de la posguerra con sus diversas facetas de reconciliación y nuevos comienzos, hasta el Concilio Vaticano II, que marcó un punto de inflexión en la Iglesia universal. 

Durante este tiempo, el P. Kentenich no fue un observador en un rincón piadoso, sino que hizo oír su voz de muchas maneras, directa e indirectamente; no en último lugar a través de la fundación y expansión de Schoenstatt, un movimiento espiritual con diversas formas de comunidad, con una espiritualidad nueva y original, que al principio provocó controversias en la Iglesia, especialmente en Alemania.

El libro ayuda a descubrir nuevos caminos en medio de crisis

Pensé que la vida del P. Kentenich podía llegar a muchas personas, también a las que estaban en un período de búsqueda. Él no es un fin en sí mismo, para que los miembros del Movimiento u otros tengan alguien con quien entusiasmarse. A través de su vida, después de todos mis estudios, sentí que tiene algo que decirnos a todos. La recepción del libro por diferentes lectores ha reforzado el que personas de diferentes orígenes y en situaciones límite, al leerlo, se han sentido animadas e inspiradas a comprometerse con la fe y a no perder la esperanza. A algunos les ayudó a descubrir nuevos caminos en medio de crisis y, siguiendo el ejemplo del Padre Kentenich, a entender que nunca es demasiado tarde para volver a empezar.

También que incluso experiencias de dolor, por ejemplo en la infancia, no son un obstáculo, que la vida puede tener profundo sentido y puede convertirse en un regalo para los demás. 

Este carácter ejemplar de lo que la fe puede hacer en una persona y con una persona fue muy importante para mí, especialmente a través de la presentación de la biografía del P. Kentenich.

¿Cómo se le ocurrió poner ese nombre a su libro?

El título del libro hace referencia a una cita de Nietzsche, con la que este filósofo ateo quiere sacudir a la gente para que se atreva a correr riesgos, para que se desmarque de la multitud, para que muestre coraje, para que demuestre ser valiente. Para lograr allanar el camino hacia una cultura más elevada, se necesita este tipo de personas. «¡Construyan sus ciudades junto al Vesubio!» es su imperativo central. Merece la pena repensar la cita del principio de mi libro. Según Nietzsche, quien tiene miedo de vivir en medio de peligros no puede llegar a ser fecundo. 

Friedrich Wilhelm Nietzsche, a quien el Padre Kentenich citaba con frecuencia, a pesar de que estuvo prohibido por la Iglesia durante mucho tiempo, es considerado el cerebro de una época en la que vivimos actualmente. Su doctrina atea del «superhombre» no solo fue muy bien acogida por Hitler y los nazis, sino que caracterizó cada vez más a todo nuestro mundo: vivir como si Dios no existiera. (Nietzsche: «Dios ha muerto…»). Sin embargo, Nietzsche rinde homenaje precisamente a aquellas personas que no escatimaron peligros para defender, vivir y poner en práctica su visión.

¿No le parece exagerado el título, vivir al pie de un volcán?

Si esto le parece exagerado, basta con echar un vistazo a la historia de las iglesias. Muchos creyentes, especialmente de la galería de santos y mártires, “construyeron sus ciudades al borde del Vesubio», tenían conciencia opositora, resistieron, también bajo sistemas fascistas y dictatoriales, por convicción, por fe. Son precisamente esas personas dispuestas a asumir riesgos, que se atreven a probar algo nuevo, que no se obsesionan con hacerlo bien, que no ofenden ni perjudican a nadie, las que cambian nuestro mundo y llegan a ser enormemente fructíferas. Marcan la diferencia. Hay innumerables ejemplos de ello incluso en la historia profesional, pero también en la historia de la Iglesia hasta nuestros días, si pensamos en la Madre Teresa, Roger Schütz o el Papa San Juan Pablo II. Y esto también vale para el P. Kentenich. No, no creo que sea una exageración, al contrario, estoy convencida de lo que dice la Biblia: que quien cree es capaz de mover montañas de cualquier tipo. Sería una exageración si no pudiéramos dar ejemplos concretos de ello.

El trasfondo de tal convicción es el hecho de que la fe nos permite ser valientes y valerosos en primer lugar, que nos da la fuerza para pensar y vivir de forma distinta porque un poder mayor que el puramente humano nos lleva y nos mueve.

¿Y por qué relaciona esta frase con el P. Kentenich?

Porque fue audaz desde el principio y tomó un camino alternativo, fundando el movimiento con un puñado de muchachos en plena Primera Guerra Mundial, la mayoría de ellos en el frente. Solo diez de los primeros miembros fundadores de la Congregación Mariana fueron a la capillita el 18 de octubre de 1914. Allí pronunció una conferencia programática: a partir de aquí, a través de María, comenzaría un movimiento de renovación mucho más allá de las fronteras de Alemania. 

Arriesgó con una nueva pedagogía

Fundó el primer instituto secular -las Hermanas de María- con una nueva forma de comunidad y sin votos, sin tener todavía un marco jurídicamente seguro para ello dentro de la Iglesia. Confió a los jóvenes responsabilidades de liderazgo, los hizo independientes y descentralizó a aquellos que no querían ser sacerdotes palotinos, sino que deseaban formar su propia comunidad como sacerdotes diocesanos. 

Incursionó con una pedagogía completamente distinta que tenía mucho de un espíritu de riesgo. Cuando aún no era director espiritual y veía desde la galería de la capilla de la casa cómo los chicos se peleaban en los bancos mientras debían estar rezando el rosario, se dijo: «Con mi método no puede ser peor: ¡Me atrevo!»

Arriesgó su persona y su Obra sin titubeos

Los riesgos que corrió son innumerables, tanto si se piensa en su disposición a entregarse completamente estando en prisión el 20 de enero de 1942, como en el valiente paso del 31 de mayo de 1949, la carta que tuvo su inicio en Chile, llamando abiertamente la atención del obispo de Tréveris sobre los malentendidos, las malas interpretaciones del visitador, su buen amigo, el obispo auxiliar Stein. En ella hablaba sobre las debilidades de la Iglesia alemana, arriesgando no solo ser rechazado, sino ser eliminado por completo. Quien lea mi libro, se encontrará prácticamente en todas las páginas con este espíritu de riesgo en sus ideas y acciones. 

En su opinión, ¿Cuál puede ser la misión del Padre Kentenich para los hombres de hoy, para el mundo actual?

La cuestión de Dios sigue siendo siempre actual. El P.  Kentenich puede ayudar a arrojar una luz nueva y diferente sobre el tema: Si Dios existe, y es como Jesucristo nos lo comunicó, entonces tiene algo que ver con todo lo que hacemos, pensamos, sentimos, con lo que constituye nuestro ser. 

Un Dios en las nubes se evapora

El hombre no puede vivir sin Dios. Incluso un sistema social basado en raíces cristianas no puede sobrevivir sin la raíz. Pero un Dios que solo es trascendente, que se cierne en las nubes, por así decirlo, lejos de mí, se evapora con el tiempo, como el P. Kentenich señala críticamente ya desde el principio, pues no tiene ninguna relevancia para mi vida.

El P. Kentenich es un provocador, no es una persona cómoda. Suscitó y sigue suscitando en la gente la inquietud por Dios. Esto sigue siendo relevante, cuanto más parece desde fuera que todos nos estamos despidiendo de la fe. Su mensaje fue siempre: hay un Dios que se puede experimentar personalmente y que dice algo a mi vida concreta. Claramente no existe un Dios que no pueda experimentar de forma personal.

Creer en un Dios personal lo cambia todo

Sobre la relación con Dios entran en juego otras relaciones importantes para nosotros: la relación con nosotros mismos, con los demás y con el mundo. En su original aporte pedagógico del ideal personal, el P. Kentenich abre el acceso a una autorreferencia y autorrealización que va más allá del mero estado de ánimo y de las decisiones situacionales. Esta da a la vida personal un profundo sentido, y al mismo tiempo expresa la singularidad de cada persona individual.


Creer en un Dios personal que está cerca de mí como un padre que me ama, cambia mis relaciones: las que tengo con mi mujer, mi esposo, mis hijos, mis amigos. Fomenta en mí el aprecio por los demás porque son criaturas, imágenes e hijos de Dios. Esto me lleva a una atención y cuidado no solo hacia mis semejantes, hacia la naturaleza del hombre, sino también hacia la creación en su conjunto, hacia el medio ambiente que nos ha sido confiado y del que somos responsables.

Vida orgánica vs. vida mecanicista

El P. Kentenich hablaba y defendía a menudo su visión del pensar, vivir y amar orgánicos. Estaba convencido de que la Iglesia, al adaptarse al mundo moderno, estaba perdiendo también esta organicidad porque se dejaba influir por una espiritualidad mecanicista que separa importantes conexiones interiores. Entonces se va piadosamente a la iglesia los domingos, pero la vida cotidiana transcurre lejos de ella. Entonces se disecciona a las personas en sus partes individuales sin tener en cuenta las conexiones interiores y la interacción de fuerzas. Se siguen entendiendo las verdades del catecismo, pero ya no tienen nada que ver con la vida personal, interior, incluso subconsciente del alma. La idea y la vida, el mundo natural y el sobrenatural, lo humano y lo divino, son ámbitos separados que poco o nada tienen que ver entre sí. 

Esta espiritualidad mecanicista caracteriza las ciencias humanas y configura casi todos los ámbitos de la vida que se han adaptado a la era mecanizada y digital. Se expresa de forma más clara y casi simbólica en medicina cuando «el hígado está en la sala 1 B» y «los pulmones están en la sala 3 A». El ser humano está dividido de tal manera que una parte ya no sabe nada de la otra o ya no está integrada en ningún contexto orgánico.

El P. Kentenich puede ofrecer un aporte esencial precisamente en relación con la capacidad de pensar sintéticamente, integrando diversos aspectos de la realidad o ideas con el objeto de lograr una síntesis orgánica y coherente. Esto es aplicable en todo ámbito: en las relaciones familiares, en las empresas… Esto se conecta más con el campo de la psicología y de la pedagogía, en general con la formación de la personalidad.

Nombre tres virtudes del P. Kentenich que más le tocan

Su amor a la verdad, su respeto y su capacidad de amar, que se expresaba en el amor desinteresado a las personas y en el amor a Dios sin reservas.

Fanático de la verdad

Fui muy consciente de su amor a la verdad no solo cuando investigué sus llamadas luchas de juventud, sino sobre todo investigando históricamente su tiempo en el exilio. Precisamente su amor a la verdad le generó dificultades. Esta era para él más importante que la diplomacia y estrategias geniales. Para él, que se describía a sí mismo como un fanático de la verdad, este no solo era un bien preciado en teoría, sino que se realizaba en la práctica a través de la veracidad, casi hasta la «autodestrucción». No se escatimaba ni a sí mismo ni a los demás cuando se trataba de la veracidad como actitud y de la verdad como ethos e ideal.

Como las ideas y la vida iban tan orgánicamente unidas para él, su propia vida estaba impregnada de lo que creía y reconocía como verdadero. No decía: «Aquí está la verdad y aquí está mi vida, a veces hay una brecha, pero eso no es malo». 

Cómo se puede amar tanto a las personas

Una académica le conoció en Milwaukee y al regresar a Alemania, todos querían saber del P. Kentenich “real” y le preguntaron con curiosidad: «¿Y? ¿Cómo es?». Su breve respuesta fue: «Es creíble». La misma académica cuenta que escribió en su diario tras aquel primer encuentro: «¿Cómo se puede amar tanto a las personas (como amaba el P. Kentenich)?»

Hay algo fascinante en observar hasta qué punto las personas más diversas se sentían acogidas y comprendidas por él, valoradas y aceptadas tal como eran. Esto era extraordinario en él, especialmente el hecho de que pudiera afirmar interiormente a los tipos más diversos de personas, sin que esto signifique que no pudiera también nombrar abierta y honestamente puntos de crítica. Su amor por las personas era auténtico.

Gran respeto por la singularidad de cada persona

Los testimonios expresan con insistencia que era muy respetuoso. Sentía gran respeto por la singularidad de cada persona, por el misterio que esa persona encierra y por su historia de vida. 

Respetaba los límites de los demás, sus debilidades y defectos. Sentía un gran respeto por el tesoro de la fe de la Iglesia, los sacramentos y las leyes de la Iglesia. Algunos decían en el curso de la visita eclesiástica y durante el exilio, que no tenía respeto por la autoridad de la Iglesia. No entendieron que su respeto se manifestaba precisamente en sentirse corresponsable con los obispos y su alta responsabilidad por la Iglesia.

No podía ni debía permanecer callado ante lo que reconocía como un peligro, y sin embargo era tan humilde y respetuoso como para aceptar todas las decisiones erróneas y todas las injusticias que generaban sus respuestas francas. Nunca utilizó medios públicos para protestar.

El P. Kentenich se complacía en la originalidad, en las personas originales, y también respetaba a quienes eran rechazados por los demás. Su amor por la humanidad era «tan humano», «tan natural», «tan genuino», según lo describían repetidamente los testigos. 

Se dedicaba a los demás sin tenerse en cuenta a sí mismo,  se sacrificaba por los demás día y noche desde los comienzos del Movimiento. Esto manifiesta un amor a las personas de tal grado, que, en mi opinión, no puede explicarse en términos puramente naturales.

¿Qué quiere Dios ahora de mí, de nosotros?

Y esto nos lleva a la intensidad de su amor a Dios. Su ideal de vida era ganar a las personas para Dios de una manera integral. Había experimentado a Dios personalmente, había experimentado lo que la fe es capaz de despertar en las personas, había experimentado cuánto le amaba Dios personalmente, concretamente a través de María. Tantas vivencias profundas del amor de Dios lo llevaron a dar una respuesta personal de vida, en el amor. 

Para él, Dios y lo divino eran una realidad tan clara que no podía dejar de estar constantemente atento con la pregunta: ¿Qué quiere Dios ahora de mí, de nosotros? Era, en el sentido más estricto de la palabra, una persona centrada en Dios. No es el único. Una y otra vez nos encontramos con personas, especialmente entre los santos de nuestro tiempo,  como el Padre Pío, para quienes Dios se ha convertido en una realidad irrefutable. El Padre Kentenich podría haber tenido una vida mucho más fácil si la cuestión de Dios y sus deseos no hubieran sido tan centrales para él.

Siguiendo este enlace se puede acceder a una reseña del jubileo en cuestión que tuvo lugar en Chile.

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La Hna. M. Doria (Dorothea) Schlickmann nació en Neuss, Alemania, en 1956. Ingresó en el Instituto Secular de las Hermanas de María de Schoenstatt en 1978. Estudió Alemán, Historia y Ciencias de la Educación. Se doctoró en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Münster con una disertación sobre la pedagogía del Padre José Kentenich, titulada “La idea de la verdadera libertad”. Actualmente trabaja en el campo de la investigación histórico-biográfica y como autora y asesora pedagógica en los ámbitos schoenstattiano, eclesiástico y social.