En 1949, el P. Kentenich escribió una carta al obispo de Treveris, que llegaría al Episcopado alemán, en la que expresaba su carisma y la ofrecía a María en el Santuario de Schoenstatt en Bellavista, Chile. La misma causaría una conmoción inusitada. En el marco de las celebraciones por el 75º jubileo de este acto, presentamos una serie de artículos relacionados con el tema.
El primer artículo recorre en forma resumida hechos relacionados con el exilio del P. Kentenich, su misión para la Iglesia y el estado de su causa de canonización.
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Tenía 26 años cuando en diciembre de 1963 partí de Río de Janeiro en un avión militar rumbo a Milwaukee, Estados Unidos, a visitar al padre José Kentenich, fundador del Movimiento de Schoenstatt, al cual pertenezco desde los 17 años. El sacerdote estaba exiliado por la Iglesia y yo iba representando a un grupo de seminaristas que estudiaban en Santa María, Brasil. Queríamos tener directamente de él respuestas a algunas preguntas sobre la carta que había escrito al obispo de Tréveris, y a través de él, al Episcopado alemán, la cual había disparado su exilio.
Yo había estudiado cuatro años medicina, me había licenciado en ciencias biológicas y había tenido la experiencia de investigación en ciencias básicas, en neurociencia. Luego ingresé al seminario de los padres Palotinos, comunidad a la que pertenecía el P. Kentenich, y que en esa época era donde estudiábamos los seminaristas schoenstattianos. Me licencié en filosofía, disciplina que me cautivó, e investigué su relación epistemológica con las ciencias experimentales.
Kennedy me responde personalmente
Se vivía la guerra fría. En Estados Unidos acababan de asesinar al presidente John Kennedy. Meses antes le habíamos escrito solicitándole ayuda para ir a Estados Unidos por la importancia que tenía para nuestra formación, pero la intención principal era ir a ver al P. Kentenich. En una carta personal, Kennedy me responde ofreciéndonos becas. Esa carta sería clave para obtener la visa para el viaje que emprenderíamos el Padre Aquiles Rubín y yo en diciembre de 1963.
Cultura preconciliar nos llama a la visión de una Iglesia renovada
En la Iglesia vivíamos la cultura preconciliar, que poco nos atraía. Misas en latín, homilías lejanas a la vida, desconfianza y muchas veces rechazo a todo lo natural. Predominaban los “no”, con una estructura jurídica muy vertical en la que los laicos no tenían mucho lugar.
En Schoenstatt había descubierto una comunidad encendida por cambiar este entorno, a lo que llamábamos caminar hacia la “Iglesia de las nuevas playas”. Vivíamos una comunidad de jóvenes universitarios encendidos por esta misión. El Occidente cristiano estaba en decadencia. Nuestro fundador nos invitaba a algo que era como una gran cruzada por renovar los vínculos de lo natural y sobrenatural, impulsada por la que él llamó “ley fundamental del amor”. Era urgente renovar la Iglesia. María, nuestra Madre, siempre junto a Cristo, tenía un lugar central en esta misión de recuperar el mundo de las vinculaciones personales que captan a toda la persona para encontrarnos con Jesucristo vivo y personal. Había todo un mundo que probablemente no captábamos todavía en toda su profundidad. Teníamos una fe y un sentir muy juvenil con un optimismo y esperanza que debía ser probado.
El P. Kentenich exiliado en Milwaukee
El tema era que nuestro fundador había sido drásticamente separado de Schoenstatt por el Santo Oficio, exiliándolo en Milwaukee, Estados Unidos. La diócesis de Tréveris, donde se encuentra Schoenstatt, había enviado una visitación a Schoenstatt, y el informe del visitador hablaba de una correcta ortodoxia del Movimiento, pero marcaba que la pedagogía del P. Kentenich no era correcta. En vez de dejar pasar las observaciones al respecto y hacer unos cambios, el fundador respondió con una carta muy larga, presentando la primera parte el 31 de mayo de 1949, en el altar del Santuario de Schoenstatt en Bellavista, Chile. En ella fundamentaba su pedagogía, expresando la importancia de un pensar, amar y vivir orgánico, que valora los vínculos naturales como medio para profundizar los sobrenaturales, y así encontrar la armonía interior que Dios nos quiere regalar.
Pensamiento orgánico vs. mecanicista
Por muchos siglos la naturaleza humana fue despreciada, por verla como un impedimento para llegar a Dios. El P. Kentenich acentúa el principio de origen tomista, que expresa que la gracia no destruye sino que presupone, sana, eleva y perfecciona la naturaleza. En este pensamiento orgánico, que se contrapone al mecanicista, que separa lo que Dios concibe como unido, el P. Kentenich ve la médula de su misión para la Iglesia. Es consciente de que la esencia del cristiano no consiste en cumplir con leyes y preceptos y repetirlos, sino el tener una relación filial con Dios, que es padre, quien bendice la naturaleza humana, la eleva por medio de la gracia y nos mueve a llenar de la vida de Dios a todas las personas.
La Carta del 31 de Mayo y la misión de Schoenstatt
Como expresara anteriormente, yo fui a Milwaukee con la intención de conocer en detalle la misión que describe dicho documento, con el objeto de transmitirlo a mis hermanos en Santa María. En el primer artículo de esta serie se relatan resumidamente los procesos relacionados con esta carta y sobre el exilio y la liberación del Padre Kentenich.
La Carta del 31 de Mayo simboliza la llamada “misión del 31 de Mayo”. Esta se refiere a la visión del P, Kentenich de la renovación de la Iglesia con un pensar, amar y vivir orgánicos desde una teología, filosofía, sicología y pedagogía integradoras, y está simbolizada en el acto interior del P. Kentenich de entregar este carisma a la Iglesia, y poner la misión, con los riesgos que implica enviar esta carta. Lo hace en la confianza en la Alianza de Amor con la Virgen y que Dios lo quiere, depositándola en el altar en su santuario en Chile.
Mis primeros encuentros con el padre Kentenich
Llegamos con el padre Aquiles en la mañana a la parroquia de Holy Cross el día 22 de diciembre. Nos mostraron nuestras habitaciones donde dejamos nuestras cosas y nos instalamos. Luego venía el almuerzo. Previo a este, ese día había una breve oración en la capilla de la casa y luego se iba como en una procesión hasta el comedor. Iba primero el superior de la casa, y el segundo era el padre Kentenich. Yo era el último. Todo era nuevo para mí. Fue la primera vez que vi al Padre. Iba caminando tranquila y dignamente. Sorpresivamente veo que se sale de la fila y se dirige adonde estoy yo. Me mira y me da la mano; la retiene un momento y me dice: “Chile”. “Sí” le respondo. Un primer signo para mí. Rompió la fila para ir a saludarme, al ratón, al último de la cola. Así empezó nuestra relación.
El origen todo es la Alianza de Amor con María
En la tarde el Padre nos visita al P. Aquiles y a mí y nos entrega un canasto con frutas. Luego, más adelante tuve mi primer encuentro con él en una sala de recepción. Ahí yo le cuento a que venía, le comento de mi interés de hablarle de mi vocación y de la necesidad que había en nuestra comunidad de Santa María de aclarar el verdadero sentido de la misión del 31 de Mayo. El me escuchaba muy atento. Yo pensaba y sentía que todo lo que le estaba diciendo, aunque era solo una breve introducción, era muy importante y esperaba tal vez que comenzara con alguna respuesta. El Padre me miró y me dijo algo que más o menos fue así: “Tenga y tengan muy presente que el origen de todo Schoenstatt está en la Alianza de Amor con María, de ahí nace todo”. Toca la mesa y me agrega: “La Alianza de Amor es tan real como esta mesa”. Estas palabras tan simples dichas por otra persona, no me habrían significado mucho nuevo. Pero esto era muy diferente. Estaba delante de alguien que lo había vivido, que había estado en el campo de concentración y que ahora estaba exiliado, que irradiaba mucha vida y alegría. Esto me impactó mucho. Estas simples palabras de este encuentro fueron trasfondo de toda mi estadía.
Vivir juntos y conocernos
Los dos siguientes encuentros fueron primero en la sobremesa del comedor en que nos quedamos solos hablando. Ahí me dijo algo como “hablaré primero con el P. Aquiles, que regresará pronto a Santa María. Nosotros tendremos más tiempo, primero para vivir juntos y conocernos.”
Esta frase ha sido muy marcante para mí. “Vivir juntos y conocernos”. No se trataba de que solo el me conociera, era un conocimiento mutuo, un compartir la vida. Me quedé pensando, tal vez no esperaba algo tan sencillo y de tanta profundidad. Esto me ha servido en muchos aspectos en temas de familia y de pedagogía con comunidades que hemos acompañado con Marita, mi esposa, en su formación. Me he dado cuenta de que hay todo un mundo en esa frase. Las relaciones surgen de la mejor manera conociéndonos, los anhelos, la historia de vida. Hoy digo, pedagogía de movimiento, en contraposición a moldes rígidos. Partir de la realidad de la vida y no de dar esquemas prehechos.
He visto la imagen del Padre Dios en un hombre
Debo decir, que lo que más me marcó en mi encuentro con el Padre es la experiencia de estar con una santo. Esto lo he repetido muchas veces haciendo una analogía con lo que dijera alguien que se encontró con el cura de Ars: “He visto a Dios en un hombre”. Precisando, yo diría “he visto la imagen del Padre Dios en un hombre”. Esta fue una experiencia muy fuerte para mí, por mi historia, por mis vivencias de familia y de Schoenstatt. Encontrar la imagen de Dios Padre en un hombre. Venía a tratar de comprender mejor la misión del 31 de Mayo y me encontré con la misión encarnada en una persona, en sus gestos, palabras, en su ser tan humano y cercano.
Nunca he sentido tanto la cercanía de Dios en una persona como en este hombre. Nunca había conocido, creo, un santo. Un santo que es alguien que te irradia y que te acerca a Dios y te acerca centralmente a Dios que es padre. Ese impacto me duró durante toda la estadía en Milwaukee. Fue interesante. Yo dije: “Estoy al lado de una persona que es un santo. ¡Y qué impacto que puede tener un santo en la vida de uno! Muchas de las cosas en que estaba enredado, complicado, con dudas…se desenredan Este contacto con él, en esa perspectiva, a mí me desenredó, y me hacía sentirme libre.
Un padre que generaba libertad, autonomía, independencia de él
Esta sensación de libertad fue también algo muy especial. No sé si lo podría transmitir totalmente. Yo había tenido contacto con otra gente, que había sido de alguna manera acompañante espiritual: el Padre Ernesto Durán, el Padre Benito Schneider… pero esta sensación de tener una persona a la que sentía tan cerca, que era tan sabia, afectuosa, acogedora que al mismo tiempo era con quien yo me sentía tan libre. Esta era la sensación no solamente intelectual de libertad; era una sensación sicológica-afectiva de libertad. ¿Cómo podía uno tener a una persona con su paternidad, que es padre, tan cercana, y que en el fondo te hacía sentir tan autónomo, tan independiente de él. Eso fue para mí desde el comienzo algo muy fuerte. ¡Muy fuerte!
Lo que más le interesó fue mi persona
Lo que más le interesó al P Kentenich, fue mi persona. Son innumerables los gestos, las frases, las imágenes y las conversaciones que me llegaron profundamente. Trataré de compartir algunas de ellas.
Vocación al sacerdocio y una secreta solidaridad
Sobre mi vocación él quiso escuchar, primero escuchar sin preguntar mucho. Fue un largo relato que oía en unos momentos con los ojos cerrados… Entonces pensé, el padre con su edad, a lo mejor estaba cansado y se ha quedado dormido. De pronto me quedé callado, y él se dio cuenta de lo que estaba pensando y me dijo: “El Padre está escuchando”.
Luego pensé, con esto es suficiente para que este hombre santo tan lleno del Espíritu Santo me diga si mi camino estaba en el sacerdocio o en el matrimonio. Después de unos momentos de silencio, me dijo algo difícil de olvidar: “Vamos a meditar y a rezar y después volvemos a conversar”. No era tal vez lo que esperaba, pero fue un gran aprendizaje en pocas palabras, al decir especialmente “vamos a rezar” y no “yo voy a rezar y le respondo”.
Está bien, me dije, haré eso. Pasaron algunas semanas y volvimos a conversar. De nuevo yo esperaba ya una orientación clara para decidir el camino a seguir, pero no fue así. Después de unas breves consideraciones me dijo: “Pienso que podemos probar un año más”. De nuevo “podemos probar”, no “puede probar”. Ya teníamos una secreta solidaridad, unión que me dio mucha paz y alegría. Yo tenía que decidir, pero no estaba solo. Era un aprendizaje de la fe práctica en la Divina Providencia y en lo que llamamos “solidaridad de destinos”. El Padre Kentenich, el Fundador, con este joven, sin pergaminos, con debilidades, que lo había ido a visitar, que ya se sentía como un niño y que le preguntaba espontáneamente todo lo que se le venía en la cabeza.
El año de prueba fue muy bueno pero se acentuaron mis dudas sobre la vocación. Así se lo escribí al P. Kentenich. El conocía mi evolución, y a través de un sacerdote chileno que lo visitaba me escribió que me recomendaba que siguiera el camino del matrimonio, pero que la decisión era mía y que cualquiera que fuera, siempre contaría con él. Así tomé mi decisión con gran libertad, y nunca dudé de ella. En pocas semanas ya estaba de nuevo estudiando medicina, y tres años después me casaba con Marita.
Nunca me habló de la infancia espiritual
Él todo lo escuchaba y respondía con una gran sencillez. Nunca me habló de la infancia espiritual, tan central en nuestra espiritualidad, pero la experimenté con él. Tampoco me habló de la importancia de las causas segundas, de cómo llegamos a Dios a través de las personas, pero lo viví con él.
Su humildad: infancia espiritual vivida
Un rasgo fundamental del Padre era su humildad. Creo que esto tenía que ver mucho con la sencillez y la infancia espiritual. De alguna forma él tenía esos rasgos sencillos, sin rollos, esa espontaneidad delicada, directa y auténtica que uno ve en los niños. Difícil trasmitir estas experiencias. Lo veo hoy en mis nietos. La humildad la veía inseparable de su intimidad con María. Esto lo vi desde el primer día cuando me habló de la Alianza de Amor con María. El confiaba totalmente en la Virgen, irradiaba un tremendo agradecimiento hacia ella, que sin duda surgía desde que su mamá lo consagró a ella. Ella lo había salvado y rescatado desde chico, estaba con él en Dachau y ahora en el exilio. Tenerlo ahí, sonriente, amante de la vida, confiado y esperanzado con todas las personas, era para mi un milagro vivo de la realidad del amor y la acción de Dios.
La paternidad del P. Kentenich en la confesión
Esto lo experimenté especialmente en la confesión. Una experiencia muy profunda y sencilla…Esto tiene relación en el fondo con confesarse con un hombre de Dios, con un hombre que a uno le acerca tanto a Dios, a la paternidad de Dios. Y ahí hay una cosa que relato como yo la sentí nomás. Era tan acogedor el Padre, tan respetuoso, tan sencillo, y siempre que me confesaba, decía: “¿Y eso es todo nomás?” Y yo pensaba y decía: “Yo creo que si tuviera un pecado tremendo, si hubiera hecho qué barbaridad, tengo la sensación de que el Padre me recibiría como el Hijo Pródigo. Hasta pensé en una tontera… Qué pena no tener un pecado más grande para poder sentir esa misericordia de Dios Padre. Esa es la sensación que yo tenía con él, algo muy profundo. Difícil trasmitirlo.
Un exilio sin amargura, con alegría
Me permito compartir otros rasgos del P. Kentenich que observaba en sus gestos y actuar. Trasmitía alegría, alegría de la vida, contagiosa, con una actitud jovial, con algo de niño. Y me repetía a mí mismo que esto no es obvio ni natural, y menos en una persona que sufrió tres años terribles en un campo de concentración, que se encuentra segregado de su Familia por las autoridades de la propia Iglesia, sin posibilidad de defenderse como él solicitaba, incluso sin que se le comunicara claramente las razones de tenerlo alejado. Fue muy impresionante para mí este contraste, esta experiencia que se acrecentaba en la medida que pasaban las semanas. Ningún dejo de amargura ni de un comentario rencoroso, teniendo conciencia de que el visitador del Santo Oficio había cometido una tremenda injusticia en los 14 años de exilio.
Una frase profunda que brotó de lo más hondo de su corazón
En una ocasión sentí que me abrió profundamente su corazón y que me reveló un momento muy íntimo. Fue en un desayuno, y simplemente me dijo:
“Hay momentos en que se está solo con Dios. ¡Solo con Dios!”
Su rostro estaba serio. No pregunté y no comenté nada. Nunca lo había visto triste o preocupado, sino siempre irradiando alegría y paz, pero siento que en ese momento me develó una soledad existencial que le embargaba. Recibía durísimos decretos del Santo Oficio como consecuencia de sus respuestas, que eran respetuosas, pero claras y firmes. Nadie se animaba a enfrentar al Santo Oficio, pero el P. Kentenich no medía las consecuencias cuando sentía que Dios le pedía tomar tal o cual decisión. Y así pagaba el precio de su osadía de ser auténtico.
Yo era un muchacho joven, y sentí su sencillez al compartirme esa experiencia en forma espontánea. El Padre Kentenich era escucha, apertura y servicio vital al otro. No acostumbraba a hablar de sí mismo. Por eso me grabé estas palabras, que salieron de lo profundo de su corazón.
Ahora pienso que ese muchacho venido de un país lejano a verlo, para conocer a fondo y en detalle su carisma y llevar las noticias al sur, fue, sin saberlo, una compañía cercana, alegría y consuelo en medio del dolor. No lo pensé en ese momento, pero un amigo me lo hizo ver. Yo, Patricio, sin mérito alguno de mi parte, fui importante para el P. Kentenich en un momento de su vida. Una vivencia inolvidable que no deja de emocionarme.
Un encuentro que impacta en mi vida en todos los campos
Termino con dos palabras relatando cuánto impactó y todavía impacta en toda mi vida el encuentro con el P. Kentenich en mi espiritualidad, en mi familia, en mi apostolado, en el servicio a Schoenstatt y a la Iglesia. Inspirado en la misión del mundo orgánico y de plasmar los valores cristianos en el mundo, me dediqué por muchos años prioritariamente a la proyección de nuestro carisma en la cultura a través de la universidad, la educación y la ciencia. Posteriormente Dios me abrió puertas para dedicarme también al interior del Movimiento de Schoenstatt y al Iglesia.
Como matrimonio hemos trabajado con Marita juntos en el movimiento, como educadores de varias comunidades de matrimonios. Ahí pudimos experimentar el estilo pedagógico que aprendí del Fundador. En el trabajo, tuve siempre el norte de proyectar nuestro carisma como laico en el ámbito temporal. Tenía la misión del mundo orgánico en el fondo de mis decisiones y de las que tomamos con Marita.
Si hay algo central que me dejó este encuentro fue la experiencia y la importancia de la paternidad en todos los niveles, en Dios, en la familia, en la cultura y la sociedad. El padre Kentenich previó cuán profundo sería el impacto en las nuevas generaciones su ausencia e incluso a veces su rechazo. Benedicto XVI lo expresa en breves palabras:
“Tal vez el hombre moderno no percibe la belleza, la grandeza y el profundo consuelo contenidos en la palabra «padre» con la que podemos dirigirnos a Dios en la oración, porque la figura paterna a menudo hoy no está suficientemente presente, y a menudo no es suficientemente positiva en la vida diaria. La ausencia del padre, el problema de un padre no presente en la vida del niño es un gran problema de nuestro tiempo, por lo que se hace difícil entender en profundidad qué significa que Dios sea padre para nosotros”. (23 de mayo de 2012)
En un tiempo de serias crisis, una respuesta vivida
En un tiempo en que la Iglesia es sacudida por los embates del tiempo y especialmente por sus propios hijos, el P. Kentenich nos muestra que la respuesta no viene por ideologías foráneas ni la rigidez de doctrinas y formas, sino de una vida interior en profunda relación con un Dios que es padre, con María, que es madre, y un compromiso radical con los destinos del mundo, y que esa relación se desarrolla en profundidad cuando existen vínculos humanos con un padre.
En un tiempo en que surgen líderes de resistencia al papa y a su magisterio, el P. Kentenich nos muestra una fidelidad probada al Señor, a la Iglesia, al papa, en situaciones de las más duras cruces.
Espero que este sencillo testimonio ayude a algunos a acercarse al P. José Kentenich, a su testimonio de vida, al carisma por el que se jugó para entregarlo a la Iglesia de los nuevos tiempos. “Amó a la Iglesia” es el epitafio que quiso que se inscribiera en su tumba.
Patricio Ventura-Juncá
Como médico se dedicó a la universidad desarrollando aspectos clínicos y científicos en la pediatría y en temas del inicio de la vida. Por su formación filosófica derivó en la Dirección del Centro de Bioética de la Pontificia Universidad Católica de Chile. El Papa Juan Pablo II lo nombró miembro del Consejo Directivo de la Pontificia Academia para la Vida, donde estuvo hasta cumplir 80 años. Participa hasta hoy en el Comité Académico de Academia Internacional de Líderes Católicos. Fue con su esposa Marita acompañante de cursos de formación para matrimonios de la Federación de Familias de Schoenstatt.