02 abril, 2025

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Job, el misterio del sufrimiento

El misterio del sufrimiento a la luz de Job y la Cruz de Cristo

Job, el misterio del sufrimiento

“Vosotros, sometidos a la prueba,

vosotros, temerosos de

que vuestros hombros flaqueen,

que vuestros hombros se dobleguen,

que se debilite la fuerza de vuestros brazos

que vuestras manos caigan desmayadas –

– Velad – es tiempo de prueba,

– Velad – es tiempo de Job. –

vosotros, pisoteados,

en el kátorga, en el suplicio – vosotros –

Jobs – Jobs –“. (Karol Wojtyla. Job; p. 269)

El sufrimiento, las tribulaciones, las contrariedades, las tragedias propias y ajenas, las injusticias que claman al cielo, son un misterio. Preguntamos: ¿por qué? ¿por qué el sufrimiento del inocente? Inmediatamente, estos interrogantes se las dirigimos a Dios. ¿Por qué, Señor, nos mandas estas pruebas? Pasan los días, los siglos y ahí está el sufrimiento en sus múltiples rostros. Explicarlo, lo que se dice explicarlo, más bien poco. La experiencia del sufrimiento rebasa con creces los intentos de aclararlo en unas líneas. Karol Wojtyla (1920-2005) escribió la obra de teatro JOB en 1940 para aliviar el alma de los sufrientes, de los Jobs de nuestro tiempo, animando a elevar la mirada para introducirse en la historia de la Salvación, anunciada en el poema del siervo doliente. Cuarenta y cuatro años después, San Juan Pablo II escribe la Exhortación Apostólica Salvifici doloris (1984). Vuelve sobre el sufrimiento, vuelve sobre Job, en una meditación cuya simiente está en su obra teatro de 1940.

Conocemos la historia de Job: lo ha perdido todo. Le dice a Dios: “Te has llevado mis bueyes y mis ovejas, /te has llevado mis camellos, mis asnas, /has abatido a mis hijos con Tu vendaval, /has abatido a mis hijas vírgenes – /Tú has dado, Tú has quitado –/Tuyo es todo, Tuyo es –/Tuya es la Voluntad y Tuyo es el Poder –/- ¿Por qué me alimentas aún -? (pp.185-187)”. Job acepta la voluntad de Dios, pero, el pesar lo abruma; desconcertado, le increpa a Dios: “¿es que he pecado contra mi prójimo, / o como juez, sentado a la puerta, / he abusado de mi poder legal -? / ¿es que he oprimido a los pobres -? / ¿he dejado a algún huérfano en la miseria? – /¿he sido duro de corazón? – / ¿me he encendido por la mujer de otro – /o he reclamado – o quitado algo -? / ¿Es que no se me permite clamar? / ¿Por qué, Señor, esto en mi vida? – / ¿por qué cargas tanto sobre mis débiles hombros? – / ¿Por qué eres tan despiadado conmigo? – / ¿Por qué cargas Tu ira contra mí? – (Job, p. 205)”. Son las quejas, nacidas desde el dolor, de quien no comprende porqué tanto sufrimiento sin mediar culpa alguna.

Los amigos creen saber las causas de los males de Job. Es una lógica sencilla: algo muy malo ha hecho y por eso Dios lo castiga. Lo consuelan diciéndole que ha de ser fuerte en el dolor, pues si es justo como dice, obtendrá piedad, recuperará la gracia y todo volverá a estar en orden. Un consejo a nivel de una regla de tres simple y directa. Las palabras de los amigos no alivian su dolor, pues Job insiste en su inocencia. El misterio del dolor continúa y es Dios mismo quien, al final del libro de Job, «reprocha a sus amigos por sus acusaciones y reconoce que Job no es culpable. El suyo es el sufrimiento de un inocente; debe ser aceptado como un misterio que el hombre no puede comprender a fondo con su inteligencia. El libro de Job no desvirtúa las bases del orden moral trascendente, fundado en la justicia, como las propone toda la Revelación en la Antigua y en la Nueva Alianza. Pero, a la vez, el libro demuestra con toda claridad que los principios de este orden no se pueden aplicar de manera exclusiva y superficial. Si es verdad que el sufrimiento tiene un sentido como castigo cuando está unido a la culpa, no es verdad, por el contrario, que todo sufrimiento sea consecuencia de la culpa y tenga carácter de castigo. La figura del justo Job es una prueba elocuente en el Antiguo Testamento ( Salvifici doloris, n. 11)».

El Libro de Job dice bastante, pero no es la última palabra de la Revelación sobre el sufrimiento. Es la Pasión de Cristo la que arrojará luces para comprender el sufrimiento del inocente. El joven Wojtyla, en su obra de teatro Job, proclama ese anuncio en boca de Elihú: “Y mirando los siglos, yo veo: “Tú has permitido / gran sufrimiento a este hombre, / aunque era recto, aunque en sus labios / no había palabras indignas — / Veo – yo veo … Tú lo permites/ -las multitudes arrastran al Justo y el vulgo aúlla, /la chusma le atropella – /he aquí que conducen al Justo – / a los tribunales le conducen – Tú lo has permitido …”. Más adelante, concluye Elihú: Yo veo a través de los siglos – os lo anuncio – / a vosotros que sufrís, que penáis, Jobs – / Elevo por los siglos mi alma de profeta, / Del Sufrimiento surge la Nueva Ley.” (Job, p. 263). Y cuando cuerpo y alma vacilan, cuando parece que ya no se puede más, ni hay forma de comprender el mal presente, Elihú insiste: – Velad – es tiempo de prueba, /- Velad – es tiempo de Job. – /vosotros, pisoteados, / en el suplicio – vosotros – / Jobs – Jobs”. Es Cristo quien revela al ser humano las profundidades de su ser.

Podemos hacer nuestra esta consideración de Wojtyla y decir que, hoy, ahora, es, también, tiempo de prueba, tiempo de suplicio, tiempo de Jobs. Junto a las cosas buenas que tenemos delante, está también la realidad presente del sufrimiento propio y de tantísimos otros a lo largo y ancho del orbe. No falta, tampoco, el desasosiego que nos puede causar ver tambalear a la barca de Pedro ante los vendavales que agitan su unidad, santidad, catolicidad y apostolicidad. Desde luego, es tiempo de Jobs.

La pregunta sobre el sufrimiento sigue buscando respuestas. San Juan Pablo II responde: «Cristo sufre voluntariamente y sufre inocentemente. Acoge con su sufrimiento aquel interrogante que, puesto muchas veces por los hombres, ha sido expresado, en un cierto sentido, de manera radical en el libro de Job. Sin embargo, Cristo no sólo lleva consigo la misma pregunta (…), pero lleva también el máximo de la posible respuesta a este interrogante. La respuesta emerge, se podría decir, de la misma materia de la que está formada la pregunta. Cristo da la respuesta al interrogante sobre el sufrimiento y sobre el sentido del mismo no sólo con sus enseñanzas, es decir, con la Buena Nueva, sino ante todo con su propio sufrimiento (…). Esta es la palabra ultima y sintética de esta enseñanza: ‘La doctrina de la Cruz’, como dirá un día san Pablo [Cfr. 1 Cor 1, 18] (Salvifici doloris, n. 18).

Con la mirada elevada hacia la Cruz de Cristo, nuestro sufrimiento se hace solidario con la Pasión del Señor. Dejamos de ser un verso doliente y suelto en el cosmos, para unirnos al gran poema del siervo doliente y a la cadena de amor del buen samaritano, dispuestos a aliviar el dolor del prójimo sufriente con obras de cuidado, consuelo. Es el Señor quien nos sostiene para ser samaritanos de nuestro prójimo, aun cuando estemos cansados y agobiados.

Francisco Bobadilla

Francisco Bobadilla es profesor principal de la Universidad de Piura, donde dicta clases para el pre-grado y posgrado. Interesado en las Humanidades y en la dimensión ética de la conducta humana. Lector habitual, de cuyas lecturas se nutre en gran parte este blog. Es autor, entre otros, de los libros “Pasión por la Excelencia”, “Empresas con alma”, «Progreso económico y desarrollo humano», «El Código da Vinci: de la ficción a la realidad»; «La disponibilidad de los derechos de la personalidad». Abogado y Master en Derecho Civil por la PUCP, doctor en Derecho por la Universidad de Zaragoza; Licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad de Piura. Sus temas: pensamiento político y social, ética y cultura, derechos de la persona.