09 marzo, 2025

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Jesús, hombre feliz: Reflexión de Mons. Enrique Díaz, VI Domingo Ordinario

¿Dónde ponemos nuestra felicidad?

Jesús, hombre feliz: Reflexión de Mons. Enrique Díaz, VI Domingo Ordinario
La felicidad © Canva

Monseñor Enrique Díaz Díaz comparte con los lectores de Exaudi su reflexión sobre el Evangelio del próximo 13 de febrero de 2022, titulado “Jesús, hombre feliz VI Domingo Ordinario”.

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Jeremías 17, 5-8: “Maldito el que confía en el hombre; bendito el que confía en el Señor”

 Salmo 1: “Dichoso el hombre que confía en el Señor”.

1 Corintios 15, 12. 16-20: “Si Cristo no resucitó, es vana la fe de ustedes”

San Lucas 6,17.20-26: “Dichosos los pobres – ¡Ay de ustedes los ricos!”

Si todo el Evangelio es Buena Nueva, hay partes centrales que sustentan toda la vida del discípulo. Las Bienaventuranzas tanto en San Mateo como en San Lucas, forman ese núcleo que hacen diferente la propuesta de Jesús. Mientras San Mateo sitúa esta predicación en un monte para elevar el espíritu y presentar a Jesús como un nuevo Moisés, con una ley nueva y diferente; San Lucas la sitúa en un llano para mostrar a Jesús junto al pueblo, muy cerca de las personas. Mientras San Mateo nos recuerda hasta ocho o nueve bienaventuranzas, San Lucas presenta solamente cuatro y unidas a los “ayes” o “malaventuranzas”, que ya el profeta Jeremías nos anunciaba desde el Antiguo Testamento. Mientras San Mateo insiste en un aspecto más espiritual y del corazón con un sentido exhortativo, San Lucas nos enfrenta con la dura realidad de la pobreza, de la miseria, del dolor y el hambre. Conviene tener muy presente a quiénes llama Jesús “felices” y de quiénes se lamenta porque podemos estar buscando la felicidad inmediata y olvidarnos de lo que Él valora. Jesús llama “felices y dichosos” a cuatro clases de personas: los pobres, los que pasan hambre, los que lloran y los que son perseguidos por causa de la fe. Y se lamenta y dedica sus “ayes”, que algunos llaman maldiciones, a cuatro clases de personas: los ricos, los que están saciados, los que ríen y los que son adulados por el mundo. ¡Qué diferentes son nuestros valores y conceptos! Es muy distinta la ambición y la motivación del hombre actual, o quizás del hombre de todos los tiempos. Y nosotros ¿dónde estamos? ¿Dónde ponemos nuestra felicidad?

Jesús desestabiliza la escala de valores que predomina en la sociedad. Las bienaventuranzas expresan un radical cambio en los valores que la presencia del Reino pide. Es más, son signo de la presencia de ese Reino: proclaman la llegada de las promesas mesiánicas. Quien dice sí a Jesús encuentra el gozo de sentirse amado por Dios y se hace partícipe de la historia de la salvación juntamente con los profetas y con el mismo Jesús. Alguien me ha preguntado cómo puede ser feliz una persona siendo pobre. Es difícil responder con teorías. Yo los invito a contemplar a Jesús. Yo creo que Jesús es inmensamente feliz y sin embargo es pobre. Las bienaventuranzas que proclama están íntimamente unidas a su persona y son la manifestación de que se puede ser realmente feliz.  En una sociedad que se mira siempre la ganancia y el interés, donde el dinero es el ídolo ante el cual se postran las personas, en un mundo intercomunicado y neoliberal, en un ambiente donde se busca toda clase de seguridades, pero donde no queda espacio para la verdadera libertad, solamente el “Hombre de las bienaventuranzas” es verdaderamente libre de las cosas y hace descubrir el verdadero rostro del hombre. Las bienaventuranzas no están separadas de quien las ha pronunciado. Si Él nos dice que son felices los pobres y quienes tienen hambre, es porque Él es feliz y quiere hacernos partícipes de su misma felicidad.

Las bienaventuranzas no son leyes, sino evangelio. La ley deja al hombre confiado a sus propias fuerzas o a las seguridades que le ofrecen los bienes. El evangelio coloca al hombre de frente al don de Dios y lo invita a hacer de ese regalo una plenitud de vida. La dicha o felicidad de los pobres radica ahora en el hecho mismo de que ya ha llegado a ellos el Reino de Dios. Son dichosos porque “el reino de Dios les pertenece” y “porque tienen a Dios como Rey”. Jesús no les promete la felicidad, los declara felices. Y esta declaración la hace “en un llano”, o sea, en el mismo plano y lugar en que se halla construida la sociedad a partir de los falsos valores de la riqueza y el poder. Las bienaventuranzas no son la recompensa a virtudes morales, a esfuerzos o a la conversión. Es la alegría de saber que Dios se ha puesto de su lado y que comparte la suerte de los desamparados. No es una invitación a permanecer en la miseria. Jesús mismo la rechaza y lucha contra ella porque va contra el querer de Dios. El verdadero discípulo debe rechazarla y combatirla y todo esfuerzo por suprimirla es un paso que hace avanzar el reino de Dios, es expresión de la vida plena compartida. No es una invitación a vivir con resignación, y quizás con resentimiento, la situación de la pobreza, sino es descubrir que más allá de las posesiones y el poder está el reconocimiento a la persona como Hijo de Dios que comparte la misma vida de Jesús.

Este pequeño pasaje evangélico cambia todo el sentido de la vida cuando decidimos hacerlo realidad. Responde con claridad a los interrogantes fundamentales que nos hacemos cada uno de nosotros y que a veces tenemos la tentación de responder con los bienes materiales. Pero los bienes atan y esclavizan. Hoy Cristo nos ofrece la respuesta sobre quién y cómo es Dios, con quién está, dónde debe colocarse el discípulo, cómo encontrar gozo y paz, quiénes son verdaderamente felices… ¿Qué le respondemos a Jesús? ¿Somos felices? ¿Dónde hemos encontrado la felicidad? ¿En nuestra vida qué reflejamos más: las bienaventuranzas que proclama Jesús o los “ayes” que condena?

Señor nuestro, que prometiste venir y hacer tu morada en los corazones rectos y sinceros, concédenos la rectitud y sinceridad de vida que nos hagan dignos de esa presencia tuya. Purifica nuestros corazones e intenciones y haz que descubramos la verdadera felicidad que sólo en Ti podemos encontrar. Amén.

Enrique Díaz

Nació en Huandacareo, Michoacán, México, en 1952. Realizó sus estudios de Filosofía y Teología en el Seminario de Morelia. Ordenado diácono el 22 de mayo de 1977, y presbítero el 23 de octubre del mismo año. Obtuvo la Licenciatura en Sagrada Escritura en el Pontificio Instituto Bíblico en Roma. Ha desarrollado múltiples encargos pastorales como el de capellán de la rectoría de las Tres Aves Marías; responsable de la Pastoral Bíblica Diocesana y director de la Escuela Bíblica en Morelia; maestro de Biblia en el Seminario Conciliar de Morelia, párroco de la Parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe, Col. Guadalupe, Morelia; o vicario episcopal para la Zona de Nuestra Señora de la Luz, Pátzcuaro. Ordenado obispo auxiliar de san Cristóbal de las Casas en 2003. En la Conferencia Episcopal formó parte de las Comisiones de Biblia, Diaconado y Ministerios Laicales. Fue responsable de las Dimensiones de Ministerios Laicales, de Educación y Cultura. Ha participado en encuentros latinoamericanos y mundiales sobre el Diaconado Permanente. Actualmente es el responsable de la Dimensión de Pastoral de la Cultura. Participó como Miembro del Sínodo de Obispos sobre la Palabra de Dios en la Vida y Misión de la Iglesia en Roma, en 2008. Recibió el nombramiento de obispo coadjutor de San Cristóbal de las Casas en 2014. Nombrado II obispo de Irapuato el día 11 de marzo, tomó posesión el 19 de Mayo. Colabora en varias revistas y publicaciones sobre todo con la reflexión diaria y dominical tanto en audio como escrita.