Entró en el seminario con 17 años y acaba de recibir la ordenación sacerdotal el pasado 6 de mayo de 2023 en la catedral de la Almudena junto con otros doce compañeros. Pertenece al presbiterio de la diócesis de Madrid.
«Dios me ha llamado joven por algo para ser sacerdote»
Su juventud y porte interpela, arrastra. Aunque Dios es el que cambia los corazones, la presencia, la juventud y nuestra forma de presentarnos es también muy importante en el siglo de la imagen:
«La juventud es un gran activo hoy en día, ciertamente. A la gente le entran las cosas por los ojos… Pero todo eso tiene un techo que se toca pronto, sobre todo cuando intentas ayudar a alguien a crecer en la fe. No dudo de que Dios me ha llamado joven por algo y se está sirviendo de ello. Pero más que la imagen de un cura joven, lo que descubro es la consecuencia de ser joven: no tener un corazón trasnochado por los afanes del mundo, sino fresco y con ganas de querer a todos sin excepción», transmite a la Fundación CARF.
Sus años en Bidasoa
Javier es uno de los miles de sacerdotes que la Fundación CARF coopera en su formación integral. Nada más terminar el bachillerato biosanitario, comenzó sus estudios al sacerdocio en el Seminario Internacional Bidasoa y allí permaneció tres años.
«La experiencia fue de auténtica familia. El inicio es muy peculiar porque coincides con casi cien personas de más de veinte países distintos. Pero recuerdo que los latinoamericanos me acogieron, a pesar de mis diecisiete añitos, con mucha normalidad. Poco a poco vas descubriendo el tesoro que es cada persona y su cultura», relata.
De su paso por Bidasoa agradece dos situaciones que le ayudaron en su vocación: «Tuve un formador santo, Juan Antonio Gil Tamayo, fallecido por cáncer de pulmón, que fue un ejemplo sacerdotal inolvidable. La relación con los formadores era muy estimulante. Y la Universidad de Navarra, con todas sus limitaciones, es un auténtico lujo. Tuve profesores de Filosofía muy preparados y la teología se estudiaba con mucho entusiasmo y frescura. Conseguían introducirnos en los grandes santos como Santo Tomás o los Padres de la Iglesia. Los profesores estaban siempre disponibles para reflexionar en común, recomendar lecturas, incluso hacer planes de ocio en los que las conversaciones sobre Dios eran auténtica teología», describe.
Javier considera que todos los alumnos que pasan por Bidasoa salen del seminario enamorados del sacerdocio, Jesús y la Virgen.
En el seminario de Madrid
Tras estos tres años, continuó su formación presbiteral en el seminario Conciliar de Madrid, al que pertenece. Cuatro años, incluido el de diácono, «también apasionantes. Han sido los últimos antes de mi ordenación, por lo que en la formación uno ya no se anda con chiquitas y es más intensa».
La amistad con los otros seminaristas, especialmente los de su curso, es una de las mejores cosas de estos años en el seminario madrileño. «Ahí se forjan amistades que durante este tiempo que llevo fuera del seminario me han dado la vida. ¡Qué importantes es rodearse de buena gente que te quiera!», expresa.
Aunque echó de menos un poco más de actividad cultural durante estos años, agradece, sin embargo, cómo en el seminario han logrado la inserción en lo que será el futuro de su vida, con las prácticas en las parroquias los fines de semana.
Una diócesis con mucha fuerza espiritual y su ordenación
«Pero debo confesar que cualquier preparación se queda corta ante el reto al que nos enfrentamos al salir. Una cosa muy positiva es que tenemos la suerte de vivir en una diócesis con mucha fuerza espiritual y es impresionante percibirlo en los encuentros de jóvenes, carismas diversos, parroquias muy vivas, etc.».
Y tras estos siete años, llegó el gran día: su ordenación presbiteral (aunque el diaconado fue también muy bonito. Javier nos cuenta su experiencia:
«De la ordenación sacerdotal recuerdo muy vivamente la alegría de la gente que ha estado siempre acompañándonos. Nos ayuda a recordar lo importante que es recibir de Dios el regalo de la ordenación y, personalmente, si esa era la alegría de mis seres queridos, me ayudaba a imaginar cómo sería la alegría de Jesús al vernos aceptar una vocación tan importante».
Este fue el pensamiento que rumiaba en toda su ordenación: «Cuánta ilusión me hacía agradar a Jesús con todo esto. Y le pedía a Él y a su Madre que fuera fiel para siempre; jamás fallar a este compromiso de amor que no había hecho más que empezar».
Un momento impactante
Un momento impactante y muy bonito fue la consagración de la ordenación. «Estábamos los ordenandos, los amigos de mi curso, rodeando el altar y concelebrando con el cardenal. Ver sus caras y pensar que habíamos nacido para esto, fue de lo más bonito que he vivido. Crecieron mucho más mis deseos de llevar a Jesús a todo el mundo, de traerle a la tierra para dar luz y paz».
Y después su primera Misa, que es también un momento muy emocionante. «De la primera misa recuerdo mi voz entrecortándose en las palabras de la consagración. Cuesta mucho explicar qué pasa por la cabeza del sacerdote en ese momento. Prácticamente se dicen las palabras de forma inconsciente, porque más que comprenderlas, las contemplas. Más que pronunciarlas, las escuchas. Ojalá ninguna rutina pueda apagar esta llama de amor viva».
Un cura joven en el barrio de Vallecas
Y ¿Cómo es la vida de un cura joven en el madrileño barrio de Vallecas? Javier está destinado en la unidad pastoral de la parroquia de El Buen Pastor y Nuestra Señora del Consuelo.
«El único recurso infalible para llegar a la gente es pedir a Dios con nombres y apellidos por la gente de mi parroquia y quererlos mucho, mejor incluso de lo que ellos esperan ser queridos. Aquí el reto no es que ellos sepan cómo querer a Jesús, sino que los sacerdotes sepamos cómo los quiere a ellos Jesús. Así no imponemos nuestros criterios y el pueblo de Dios se acerca verdaderamente a su Señor».
«Pero más allá de esto –continúa Javier– puedo decir algo de mi experiencia: el deporte me ha ayudado a ganar a la gente para Dios; compartir con los jóvenes diversiones, aficiones o incluso aprenderlas con ellos, hablar de la verdad del Evangelio sin engaños, pero con mucha paciencia y prudencia; promover la confesión y explicar bien los signos y momentos de la misa, para que no se aburran, sino que se llenen de afecto porque la conocen mejor… Con las personas más mayores debo reconocer que mi edad me hace casi todo el trabajo. Soy una mezcla entre su padre y su nieto. Basta una sonrisa, escuchar lo que cuenten y rezar juntos algún rosario».
El sacerdote del siglo XXI
Y en una España tan secularizada y con escasez de vocaciones ¿cómo debe ser un sacerdote del siglo XXI, ¿cómo llegar a la gente, sobre todo a los jóvenes? Javier no cree que ser sacerdote hoy sea más difícil que en otras épocas.
«Yo temo mucho más el éxito que el fracaso. La gran virtud del Verbo de Dios es la humildad. Y los tiempos que corren son un buen caldo de cultivo para la humildad de los sacerdotes. Así cogeremos con más pureza los desafíos, las parroquias que reanimar y los corazones que sanar», expone.
Este joven sacerdote ha visto de primera mano el poder de las ideologías en los jóvenes del siglo XXI. «Es muy frustrante ver gente viviendo en la mentira y sufriendo porque no puede abrir los ojos. Pero también esto nos ayuda a poner la esperanza sólo en Dios y su Iglesia preciosamente confiada, no en una iglesia llena de obras de arte, edificios que no puede llenar y dignidades que ya nadie reconoce».
Agradecimientos a la Fundación CARF
Por último, agradece la labor de la Fundación CARF y sus benefactores: «El trabajo de la Fundación CARF es lo más parecido a la Eucaristía que conozco: pocos ven lo que realmente ocurre, el milagro es impresionante, pero cuesta el derramamiento de pequeñas gotas de sangre y sudor de un buen puñado de personas con un amor impresionante por Jesús y su Iglesia. Sólo la fe puede originar algo así».
Por esta razón, para él, colaborar con la formación de los sacerdotes es, sin embargo, la mejor inversión que uno puede realizar: se gana el cielo para sí mismo (como dice Jesús en Mt 10,42) e invierte en la mejor forma de hacer un mundo mejor ahogando el mal en abundancia de bien.
«Los sacerdotes debemos ser muy letrados, porque no sólo es que la mentira campe a sus anchas, sino que pocos creen ya en la verdad. Ya no basta con comunicar la verdad con homilías del montón, sino que es muy urgente una formación para comunicar la verdad de un modo atractivo, bonito y cercano«, concluye el sacerdote más joven de España.