Mons. Enrique Díaz Díaz comparte con los lectores de Exaudi su reflexión sobre el Evangelio del próximo, Domingo, 4 diciembre de 2022 titulado: “Isaías y Juan Bautista”.
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Isaías 11, 1-10: “Les hará justicia a los pobres”
Salmo 71: “Ven, rey de justicia y de paz”
Romanos 15, 4-9: “Cristo salvó a todos los hombres”
San Mateo 3, 1-12: “Conviértanse porque ya está cerca el Reino de los cielos”
Un día tras otro nos sorprenden nuevas noticias de corrupción, violencia y fraudes escandalosos. No son hechos que hayan brotado de pronto entre nosotros, sino el resultado lamentable de una contradicción que ha acompañado el desarrollo de esta sociedad desde hace muchos años. Se ha llegado a la incongruencia de aducir razones religiosas y morales para formar grupos delictivos. Y si bien se dicen defensores de la verdad y de la justicia, en la práctica utilizan la extorsión, los plagios, los asesinatos y los robos como métodos para imponer su autoridad. Vivimos en la ley de la selva. Por desgracia, esta corrupción y esta mentalidad que condenamos se propaga y se justifica en muchos sitios.
En el segundo domingo de adviento se alzan dos grandes profetas que buscan sacarnos de este ambiente de corrupción: Isaías y San Juan bautista. Lejos de la corte, lejos del templo, lejos de los grandes negocios, se presenta la figura enigmática y provocativa del Bautista. “En el desierto…” ¡Como si no hubiera mejores lugares para iniciar la predicación! Pero es el desierto precisamente el lugar para encontrarse con Dios, es el lugar del silencio, el lugar de la autenticidad, el lugar de mirar al interior y descubrir en el fondo de nosotros mismos que Dios está llenando de misericordia y de amor nuestro corazón. Y, desde el desierto, hace tronar su voz exigiendo conversión, preparación de los caminos, rectitud de los senderos. Sorprendentemente acuden multitudes a confesar sus pecados y a recibir el bautismo. Hay sed de Dios, pero se requiere el mirar el interior, hacer el silencio. Y acuden también fariseos y saduceos, pero no han abierto el corazón, no se han convertido y quieren recibir ritos, sin cambiar el corazón. “Raza de víboras”, es la respuesta del Bautista… Juan es como un aguijón que quiere lanzarnos al encuentro del Señor que ya llega. Adviento se traduce así en un salir al encuentro, en enderezar el camino, en abrir el corazón. Nosotros en este Adviento, ¿buscaremos la verdadera conversión o nos conformaremos con celebraciones y ritos externos para adormilar la conciencia? ¿Seguiremos viviendo en la injusticia y en la mentira?
Isaías se acerca también hasta nosotros en este inicio de Adviento para despertar nuestros corazones y alentar nuestra esperanza. Con un gran poema mesiánico lleno de símbolos cósmicos, vegetales y animales, Isaías canta una paz definitiva, pregona un nuevo paraíso. Para quienes han caído en la desesperanza y sólo expresan sus lamentos y quejas, presenta el “renuevo que florecerá del tronco de Jesé”. Es cierto, la dinastía de David se ha perdido en el pecado y la idolatría, pero el Señor no abandona a su pueblo y suscita un nuevo “Vástago”. Como de un añoso tronco que ya daban por acabado, renace la esperanza en este nuevo brote que está acompañado por el Espíritu del Señor. Pero la paz se construye con la verdad y con la sabiduría que calan en la vida diaria, en el compromiso con el hermano, en la rectitud de intenciones. Y aquí tendremos que reflexionar nosotros si estamos aceptando y recibiendo a este nuevo “Vástago”, pues “no juzgará por apariencias, ni sentenciará de oídas”. A nosotros que tanto nos gustan las apariencias y nos hacemos fuertes en palabras bonitas, debe calarnos hondo este nuevo modo de juzgar. Isaías desciende a detalles para que no nos equivoquemos y exige justicia al desamparado, sentencia equitativa al pobre, herida al violento y destrucción del impío. Son las características de este nuevo Rey que brota del añoso tronco de David y renueva toda la esperanza de Israel, pero que también en nosotros despierta el deseo de ese gobierno justo y posible.
Los sueños de Isaías no terminan en destrucción de la violencia y en la aniquilación del malvado, sueña Isaías con un mundo idílico expresado en la convivencia pacífica de parejas de animales, cada una de ellas representada por un animal doméstico y uno salvaje, para después colocar en medio de ellos y superando todo peligro y adversidad, el muchachito que los apacienta o el niño que juega inocente en el agujero de la víbora sin recibir ningún daño. Así, destruidos los malvados, amansadas las fieras y superada la irreconciliable enemistad con la serpiente y la descendencia de la mujer, se vive esta paz nueva, construida desde el interior de las personas. Cambio revolucionario para poder construir la justicia y la verdad. Es el mismo cambio revolucionario e interior que nos exige Juan Bautista cuando sigue gritando a nuestros oídos: “Conviértanse, porque ya está cerca el Reino de los cielos”. Esto es lo primero que necesitamos también: convertirnos sinceramente a Dios, volver a Jesús, abrirle caminos en el mundo y en nuestras comunidades… Sin verdadera conversión los sueños de Isaías, se desvanecen y se pierden en puros buenos propósitos.
El canto de Isaías y las palabras de Juan son interpelación y buena noticia: la paz es posible si aprendemos a vivir en solidaridad, si luchamos porque la justicia y la verdad lleguen a todos los pobres. Si, como dice San Pablo, vivimos en armonía y nos acogemos los unos a los otros, ciertamente se va haciendo realidad la promesa de Dios hecha a su pueblo. El Señor es quien construye la paz. La única manera verdadera de celebrar la Navidad será cuando nos hayamos convertido, cuando el hombre se descubra necesitado y abra su corazón. ¿Es posible romper nuestro caparazón de individualismo y egoísmo para abrirnos a los demás? ¿Estamos dispuestos a construir un mundo nuevo? ¿Qué necesitamos para reestablecer relación con Dios, con los demás, con la naturaleza?
Padre bueno, que exiges conversión para prepararnos al nacimiento de tu Hijo Jesús, concédenos construir los caminos de justicia y de paz que hagan posible el mundo de fraternidad anunciado por tus profetas. Amén.