Hoy, 7 de marzo de 2021, tercer día de su viaje apostólico en Irak, el Papa Francisco dirigió unas palabras a los presentes en su visita a la comunidad cristiana de la ciudad de Qaraqosh, fuertemente afectada por el terrorismo del Estado islámico.
En la iglesia de la Inmaculada Concepción, donde se congregaron, entre otros, familias con niños, el Santo Padre dirigió el rezó el Ángelus e invitó a no desanimarse en el proceso de reconstrucción de la ciudad y de la comunidad: “¡No están solos!”, exclamó, “toda la Iglesia está con ustedes, por medio de la oración y la caridad concreta. Y en esta región muchos les han abierto las puertas en los momentos de necesidad”.
Qaraqosh
Qaraqosh, que ahora cuenta con 35.000 habitantes, es la principal ciudad cristiana del país. En el verano de 2014 (cuando había 50.000 habitantes) fue invadida por milicianos del autodenominado Estado Islámico, que destruyeron sus casas, devastaron las iglesias, la biblioteca y otros edificios importantes y provocó que miles de cristianos tuvieran que abandonar sus hogares.
La iglesia de la Inmaculada fue vandalizada, profanada y quemada en agosto de ese año. En 2016, tras la liberación del Estado Islámico, el edificio volvió a ser un lugar sagrado y se comenzó a reconstruir en 2020. La ayuda de la Iglesia y de la comunidad internacional para reconstruir el centro urbano ha permitido ahora regresar a cerca del 46% de los que vivían en la ciudad antes de la invasión.
La última palabra la tiene Dios
El discurso del Papa fue introducido por saludo del patriarca Sirio Católico y los testimonios de Doha Sabah Abdallah, laica, madre de familia, y el padre Ammar Yako, vicario general de la archidiócesis siria de Mosul, ambos severamente afectados por el terrorismo del Estado islámico.
En sus palabras, el Santo Padre resaltó que al mirarlos percibe “la diversidad cultural y religiosa de la gente de Qaraqosh, y esto muestra parte de la belleza que vuestra región ofrece al futuro”. Al mismo tiempo, “con mucha tristeza”, Francisco se refiere a “los signos del poder destructivo de la violencia, del odio y de la guerra”, a cuánto “debe ser reconstruido”.
Para él, este encuentro “demuestra que el terrorismo y la muerte nunca tienen la última palabra. La última palabra pertenece a Dios y a su Hijo, vencedor del pecado y de la muerte. Incluso ante la devastación que causa el terrorismo y la guerra podemos ver, con los ojos de la fe, el triunfo de la vida sobre la muerte”.
“Toda la Iglesia está con ustedes”
En este sentido, el Pontífice recuerda “el ejemplo de sus padres y de sus madres en la fe, que adoraron y alabaron a Dios en este lugar”. Esta herencia, remarca, “es su fortaleza” y ahora “es el momento de reconstruir y volver a empezar, encomendándose a la gracia de Dios (…)”.: “¡No están solos!”, exclamó, “toda la Iglesia está con ustedes, por medio de la oración y la caridad concreta. Y en esta región muchos les han abierto las puertas en los momentos de necesidad”.
El Sucesor de Pedro reconoció que existen momentos en los que se puede vacilar, “cuando parece que Dios no ve y no actúa” que se confirmaron para ellos “durante los días más oscuros de la guerra, y también en estos días de crisis sanitaria global y de gran inseguridad”. En estos momentos, “acuérdense de que Jesús está a su lado. No dejen de soñar. No se rindan, no pierdan la esperanza”, indicó el Papa Francisco, recordando la intercesión de los santos en el cielo y la presencia de “los santos de al lado” presentes en esta tierra.
Perdón y gratitud
Francisco remitió a las palabras de la señora Doha, que habló de la necesidad del perdón para los que sobrevivieron al terrorismo: “El perdón es necesario para permanecer en el amor, para permanecer cristianos. El camino hacia una recuperación total podría ser todavía largo, pero les pido, por favor, que no se desanimen. Se necesita capacidad de perdonar y, al mismo tiempo, valentía para luchar”, apuntó el Papa.
Asimismo, el Obispo de Roma destacó el agradecimiento del padre Ammar, incluso en los malos momentos: “Demos gracias a Dios por sus dones y pidámosle que conceda paz, perdón y fraternidad a esta tierra y a su gente. No nos cansemos de rezar por la conversión de los corazones y por el triunfo de una cultura de la vida, de la reconciliación y del amor fraterno, que respete las diferencias, las distintas tradiciones religiosas, y que se esfuerce por construir un futuro de unidad y colaboración entre todas las personas de buena voluntad”.
Madres y mujeres de Irak
El Pontífice contó que en su viaje en helicóptero observó la estatua de la Virgen colocada sobre la iglesia de la Inmaculada Concepción, a la que le confió, “el renacer de esta ciudad”. El rostro de la Madre de Dios “sigue mirándonos con ternura. Porque así hacen las madres: consuelan, reconfortan, dan vida”, añadió.
Finalmente, el Papa Francisco agradeció de corazón a todas las madres y las mujeres del país, “mujeres valientes que siguen dando vida, a pesar de los abusos y las heridas. ¡Que las mujeres sean respetadas y defendidas! ¡Que se les brinden cuidados y oportunidades!”, concluyó.
A continuación, sigue el discurso completo del Papa a la comunidad de Qaraqosh.
***
Discurso del Santo Padre
Queridos hermanos y hermanas, buenos días.
Agradezco al Señor la oportunidad de estar con ustedes esta mañana. He esperado con impaciencia este momento. Agradezco a Su Beatitud el Patriarca Ignace Youssif Younan su saludo, como también a la señora Doha Sabah Abdallah y al padre Ammar Yako por sus testimonios. Mirándolos, veo la diversidad cultural y religiosa de la gente de Qaraqosh, y esto muestra parte de la belleza que vuestra región ofrece al futuro. Vuestra presencia aquí recuerda que la belleza no es monocromática, sino que resplandece por la variedad y las diferencias.
Al mismo tiempo, con mucha tristeza, miramos a nuestro alrededor y percibimos otros signos, los signos del poder destructivo de la violencia, del odio y de la guerra. Cuántas cosas han sido destruidas. Y cuánto debe ser reconstruido. Nuestro encuentro demuestra que el terrorismo y la muerte nunca tienen la última palabra. La última palabra pertenece a Dios y a su Hijo, vencedor del pecado y de la muerte. Incluso ante la devastación que causa el terrorismo y la guerra podemos ver, con los ojos de la fe, el triunfo de la vida sobre la muerte. Tienen ante ustedes el ejemplo de sus padres y de sus madres en la fe, que adoraron y alabaron a Dios en este lugar. Perseveraron con firme esperanza en su camino terreno, confiando en Dios que nunca defrauda y que siempre nos sostiene con su gracia. La gran herencia espiritual que nos han dejado continúa viviendo en ustedes. Abracen esta herencia. Esta herencia es su fortaleza. Ahora es el momento de reconstruir y volver a empezar, encomendándose a la gracia de Dios, que guía el destino de cada hombre y de todos los pueblos. ¡No están solos! Toda la Iglesia está con ustedes, por medio de la oración y la caridad concreta. Y en esta región muchos les han abierto las puertas en los momentos de necesidad.
Muy queridos: Este es el momento de reconstruir no sólo los edificios, sino ante todo los vínculos que unen comunidades y familias, jóvenes y ancianos. El profeta Joel dice: “Sus hijos e hijas profetizarán; sus ancianos tendrán sueños, y sus jóvenes, visiones” (cf. Jl 3,1). Cuando los ancianos y los jóvenes se encuentran, ¿qué es lo que sucede? Los ancianos sueñan, sueñan un futuro para los jóvenes; y los jóvenes pueden recoger estos sueños y profetizar, llevarlos a cabo. Cuando los ancianos y los jóvenes se unen, preservamos y trasmitimos los dones que Dios da. Miremos a nuestros hijos, sabiendo que heredarán no sólo una tierra, una cultura y una tradición, sino también los frutos vivos de la fe que son las bendiciones de Dios sobre esta tierra. Los animo a no olvidar quiénes son y de dónde vienen, a custodiar los vínculos que los mantienen unidos y a custodiar sus raíces.
Seguramente hay momentos en los que la fe puede vacilar, cuando parece que Dios no ve y no actúa. Esto se confirmó para ustedes durante los días más oscuros de la guerra, y también en estos días de crisis sanitaria global y de gran inseguridad. En estos momentos, acuérdense de que Jesús está a su lado. No dejen de soñar. No se rindan, no pierdan la esperanza. Desde el cielo los santos velan sobre nosotros: invoquémoslos y no nos cansemos de pedir su intercesión. Y están también “los santos de la puerta de al lado”, ‘aquellos que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios’ (Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 7). Esta tierra está llena de ellos, es una tierra de muchos hombres y mujeres santos. Dejen que los acompañen hacia un futuro mejor, un futuro de esperanza.
Algo que dijo la señora Doha me conmovió; dijo que el perdón es necesario para aquellos que sobrevivieron a los ataques terroristas. Perdón: esta es una palabra clave. El perdón es necesario para permanecer en el amor, para permanecer cristianos. El camino hacia una recuperación total podría ser todavía largo, pero les pido, por favor, que no se desanimen. Se necesita capacidad de perdonar y, al mismo tiempo, valentía para luchar. Sé que esto es muy difícil. Pero creemos que Dios puede traer la paz a esta tierra. Nosotros confiamos en Él y, junto con todas las personas de buena voluntad, decimos “no” al terrorismo y a la instrumentalización de la religión.
El padre Ammar, recordando los horrores del terrorismo y de la guerra, agradeció al Señor que siempre los haya sostenido, en los tiempos buenos y en los malos, en la salud y en la enfermedad. La gratitud nace y crece cuando recordamos los dones y las promesas de Dios. La memoria del pasado forja el presente y nos hace avanzar hacia el futuro.
En todo momento, demos gracias a Dios por sus dones y pidámosle que conceda paz, perdón y fraternidad a esta tierra y a su gente. No nos cansemos de rezar por la conversión de los corazones y por el triunfo de una cultura de la vida, de la reconciliación y del amor fraterno, que respete las diferencias, las distintas tradiciones religiosas, y que se esfuerce por construir un futuro de unidad y colaboración entre todas las personas de buena voluntad. Un amor fraterno que reconozca “los valores fundamentales de nuestra humanidad común, los valores en virtud de los que podemos y debemos colaborar, construir y dialogar, perdonar y crecer” (Carta enc. Fratelli tutti, 283).
Mientras llegaba con el helicóptero, miré la estatua de la Virgen María colocada sobre esta iglesia de la Inmaculada Concepción, y le confié el renacer de esta ciudad. La Virgen no sólo nos protege desde lo alto, sino que desciende hacia nosotros con ternura maternal. Esta imagen suya incluso ha sido dañada y pisoteada, pero el rostro de la Madre de Dios sigue mirándonos con ternura. Porque así hacen las madres: consuelan, reconfortan, dan vida. Y quisiera agradecer de corazón a todas las madres y las mujeres de este país, mujeres valientes que siguen dando vida, a pesar de los abusos y las heridas. ¡Que las mujeres sean respetadas y defendidas! ¡Que se les brinden cuidados y oportunidades! Y ahora recemos juntos a nuestra Madre, invocando su intercesión por vuestras.
© Librería Editora Vaticana