“Estamos apegados a las guerras, y esto es trágico. La humanidad, que se enorgullece de estar a la cabeza en ciencia, en pensamiento, en tantas cosas bellas, se está quedando atrás en tejer la paz. Es una campeona en hacer la guerra. Y esto nos avergüenza a todos. Debemos rezar y pedir perdón por esta actitud”, ha destacado el Papa Francisco.
Son palabras dirigidas a los participantes en la Asamblea Plenaria de la Congregación para las Iglesias Orientales, que han acudido hoy, viernes 18 de febrero de 2022, a su audiencia privada con el Santo Padre en el Palacio Apostólico Vaticano.
Escuchar el llamamiento de paz
Al comienzo de su discurso, y citando al Papa Benedicto XV, Francisco ha señalado que en la Iglesia de Cristo “no hay discriminación entre sus hijos, y que todos, latinos, griegos, eslavos y otras nacionalidades tienen la misma importancia”. Con tantas guerras de hoy, este llamamiento “no es escuchado. Parece que el mayor premio a la paz debería darse a las guerras: ¡una contradicción!”.
“La humanidad parece seguir andando a tientas en la oscuridad: hemos sido testigos de las masacres de los conflictos de Oriente Medio, en Siria e Irak; de las de la región etíope de Tigray; y siguen soplando vientos amenazadores en las estepas de Europa del Este, encendiendo las mechas y los fuegos de las armas y dejando helados los corazones de los pobres y los inocentes”, asegura.
Camino de los católicos orientales
El Papa ha dicho que, “desde hace décadas, los católicos orientales habitan continentes lejanos, han cruzado mares y océanos y atravesado llanuras. Ya se han creado eparquías en Canadá, en Estados Unidos, en América Latina, en Europa, en Oceanía”. Por eso, continúa, “su trabajo se ocupó de la evangelización, que constituye la identidad de la Iglesia en todas sus partes, es más, la vocación de todo bautizado. Y para la misión debemos escuchar más la riqueza de las diferentes tradiciones”.
Un ejemplo es “el itinerario del catecumenado para adultos, que prevé la celebración de los sacramentos de la iniciación cristiana de forma unificada: una costumbre que en las Iglesias orientales se conserva y se practica también para los niños”. En ella se observa “la importancia de una sabia catequesis mistagógica, que acompañe a los bautizados de cualquier edad a una madura y gozosa pertenencia a la comunidad cristiana. En la Iglesia latina nos falta esta catequesis mistagógica”.
Sinodalidad es caminar juntos bajo el Espíritu Santo
El Pontífice ha remarcado que “el camino sinodal no es un parlamento, no es decirnos diferentes opiniones y luego hacer una síntesis o una votación, no. El camino sinodal es caminar juntos bajo la guía del Espíritu Santo (…) En la sinodalidad está el Espíritu, y cuando no hay Espíritu sólo hay un parlamento o una encuesta de opinión, pero no el Sínodo”.
“La asamblea litúrgica se reconoce como tal no porque se autoconvoque, sino porque escucha la voz de Otro, permaneciendo dirigida hacia Él, y por eso mismo siente la urgencia de salir hacia sus hermanos, llevándoles el anuncio de Cristo”.
Originalidad y comunión
Recordando el camino marcado por el Concilio Vaticano II, el Obispo de Roma ha aseverado que “es muy bueno que cada componente de la única Iglesia católica sinfónica esté siempre a la escucha de las otras tradiciones, de sus caminos de investigación y de reforma, conservando cada uno su propia originalidad”.
“Sobre la forma de celebración es necesario vivir la unidad según lo establecido por los Sínodos y aprobado por la Sede Apostólica, evitando particularidades litúrgicas que, en realidad, manifiestan divisiones de otro tipo dentro de las respectivas Iglesias”, ha argumentado.
Por último, el Sucesor de Pedro ha invitado a evitar “los experimentos que puedan perjudicar el camino hacia la unidad visible de todos los discípulos de Cristo. El mundo necesita el testimonio de la comunión: si provocamos el escándalo con las disputas litúrgicas, y, por desgracia, ha habido algunas recientemente, le hacemos el juego a quien es el maestro de la división”.
A continuación, sigue el discurso completo del Santo Padre, traducido por Exaudi.
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Discurso del Papa
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días y bienvenidos!
Agradezco al cardenal Sandri sus palabras de saludo y de presentación; y os agradezco a cada uno de vosotros vuestra presencia, especialmente a los que habéis venido de lejos.
Esta mañana habéis rezado ante la confesión del apóstol Pedro, renovando juntos vuestra profesión de fe: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo”. El mismo gesto que hicimos antes de la Misa al comienzo de nuestro pontificado, para mostrar, como dijo el Papa Benedicto XV, que “en la Iglesia de Jesucristo, que no es latina, ni griega, ni eslava, sino católica, no hay discriminación entre sus hijos, y que todos, latinos, griegos, eslavos y otras nacionalidades tienen la misma importancia” (Encíclica Dei Providentis, 1 de mayo de 1917). A él, fundador de la Congregación para las Iglesias Orientales y del Pontificio Instituto Oriental, se dirige nuestro agradecido recuerdo, cien años después de su muerte. Denunció la incivilidad de la guerra como “matanza inútil”. Su advertencia no fue escuchada por los líderes de las naciones involucradas en la Primera Guerra Mundial. Al igual que el llamamiento de san Juan Pablo II para evitar el conflicto en Irak no fue atendido.
Al igual que en la actualidad, cuando hay tantas guerras en todas partes, este llamamiento tanto de los Papas como de los hombres y mujeres de buena voluntad no es escuchado. Parece que el mayor premio a la paz debería darse a las guerras: ¡una contradicción! Estamos apegados a las guerras, y esto es trágico. La humanidad, que se enorgullece de estar a la cabeza en ciencia, en pensamiento, en tantas cosas bellas, se está quedando atrás en tejer la paz. Es una campeona en hacer la guerra. Y esto nos avergüenza a todos. Debemos rezar y pedir perdón por esta actitud.
Esperábamos que no fuera necesario repetir palabras similares en el tercer milenio; sin embargo, la humanidad parece seguir andando a tientas en la oscuridad: hemos sido testigos de las masacres de los conflictos de Oriente Medio, en Siria e Irak; de las de la región etíope de Tigray; y siguen soplando vientos amenazadores en las estepas de Europa del Este, encendiendo las mechas y los fuegos de las armas y dejando helados los corazones de los pobres y los inocentes. Mientras tanto, el drama del Líbano continúa, dejando a mucha gente sin pan; los jóvenes y los adultos han perdido la esperanza y abandonan estas tierras. Sin embargo, son la patria de las Iglesias católicas orientales: allí se desarrollaron, conservando tradiciones milenarias, y muchos de vosotros, miembros del Dicasterio, sois sus hijos y herederos.
Vuestra vida cotidiana es, pues, como una mezcla del precioso polvo de oro de tu pasado y del heroico testimonio de fe de muchos en el presente, junto, sin embargo, con el barro de las miserias de las que también somos responsables y el dolor que les causan las fuerzas externas. O son semillas colocadas en los tallos y ramas de plantas centenarias, llevadas por el viento hasta fronteras impensables: desde hace décadas los católicos orientales habitan continentes lejanos, han cruzado mares y océanos y atravesado llanuras. Ya se han creado eparquías en Canadá, en Estados Unidos, en América Latina, en Europa, en Oceanía, y otras muchas están encomendadas, al menos de momento, a los Obispos latinos que coordinan la acción pastoral a través de sacerdotes enviados según los procedimientos correctos por sus respectivos Jefes de Iglesia, Patriarcas, Arzobispos Mayores o Metropolitanos sui iuris.
Por eso, su trabajo se ocupó de la evangelización, que constituye la identidad de la Iglesia en todas sus partes, es más, la vocación de todo bautizado. Y para la misión debemos escuchar más la riqueza de las diferentes tradiciones. Pienso, por ejemplo, en el itinerario del catecumenado para adultos, que prevé la celebración de los sacramentos de la iniciación cristiana de forma unificada: una costumbre que en las Iglesias orientales se conserva y se practica también para los niños. En ambos caminos podemos ver la importancia de una sabia catequesis mistagógica, que acompañe a los bautizados de cualquier edad a una madura y gozosa pertenencia a la comunidad cristiana. En la Iglesia latina nos falta esta catequesis mistagógica. En este camino, son preciosos los diferentes ministerios en la Iglesia, así como la armonía en las relaciones con los religiosos y religiosas que trabajan según el carisma propio también en vuestros contextos. Durante estos días se han detenido en todos estos aspectos.
Hay una experiencia en la que la “arcilla” de nuestra humanidad se deja modelar, no por las opiniones cambiantes ni por los necesarios análisis sociológicos, sino por la Palabra y el Espíritu del Señor Resucitado. Esta experiencia es la liturgia. Y esto también nos hace pensar en el camino sinodal. El camino sinodal no es un parlamento, no es decirnos diferentes opiniones y luego hacer una síntesis o una votación, no. El camino sinodal es caminar juntos bajo la guía del Espíritu Santo, y vosotros, en vuestras Iglesias, tenéis Sínodos, antiguas tradiciones sinodales, y sois testigos de ello. En la sinodalidad está el Espíritu, y cuando no hay Espíritu sólo hay un parlamento o una encuesta de opinión, pero no el Sínodo. Esta experiencia -decía- es el cielo en la tierra, y esto se da en la liturgia, como le gusta repetir especialmente a Oriente. Pero la belleza de los ritos orientales dista mucho de ser un oasis de evasión o preservación. La asamblea litúrgica se reconoce como tal no porque se autoconvoque, sino porque escucha la voz de Otro, permaneciendo dirigida hacia Él, y por eso mismo siente la urgencia de salir hacia sus hermanos, llevándoles el anuncio de Cristo. Incluso las tradiciones que conservan el uso del iconostasio, con la puerta real, o el velo que oculta el santuario en determinados momentos del rito, nos enseñan que tales elementos arquitectónicos o rituales no transmiten la idea de la lejanía de Dios, sino que, por el contrario, exaltan el misterio de la condescendencia -de la syncatabasis- en que el Verbo vino y viene al mundo.
La Conferencia Litúrgica para el 25º aniversario de la Instrucción sobre la aplicación de las prescripciones litúrgicas del Código de los Cánones de las Iglesias Orientales es una oportunidad para conocerse en el seno de las comisiones litúrgicas de las distintas Iglesias sui iuris; es una invitación a caminar junto al Dicasterio y sus Consultores, según el camino indicado por el Concilio Ecuménico Vaticano II. En este camino es muy bueno que cada componente de la única Iglesia católica sinfónica esté siempre a la escucha de las otras tradiciones, de sus caminos de investigación y de reforma, conservando cada uno su propia originalidad. La fidelidad a su propia originalidad es lo que hace la riqueza sinfónica de las Iglesias orientales. Se puede cuestionar, por ejemplo, la posible introducción de ediciones de la liturgia en las lenguas de los países donde se han extendido los propios fieles, pero sobre la forma de celebración es necesario vivir la unidad según lo establecido por los Sínodos y aprobado por la Sede Apostólica, evitando particularidades litúrgicas que, en realidad, manifiestan divisiones de otro tipo dentro de las respectivas Iglesias. Además, no olvidemos que los hermanos de las Iglesias ortodoxas y ortodoxas orientales nos observan: aunque no podamos sentarnos en la misma mesa eucarística, sin embargo, casi siempre celebramos y rezamos los mismos textos litúrgicos. Guardémonos, pues, de los experimentos que puedan perjudicar el camino hacia la unidad visible de todos los discípulos de Cristo. El mundo necesita el testimonio de la comunión: si provocamos el escándalo con las disputas litúrgicas -y, por desgracia, ha habido algunas recientemente- le hacemos el juego a quien es el maestro de la división.
Queridos hermanos y hermanas, os agradezco vuestro trabajo en estos días. Siempre estoy cerca de ti en la oración. Lleva a tus fieles mi aliento y mi bendición. Y, por favor, no olvides rezar por mí. Gracias.
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