Monseñor Enrique Díaz Díaz comparte con los lectores de Exaudi las reflexión sobre el próximo domingo, III de Adviento, festividad de Nuestra Señora de Guadalupe, que se celebra el 12 de diciembre.
***
Isaías 7, 10-14: “He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo”
Salmo 66: “Que te alaben, Señor, todos los pueblos”
Gálatas 4, 4-7: “Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer”
San Lucas 1, 39-48: “Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre”
¿Cómo no alegrarse en esta gran fiesta al contemplar la maternal imagen de Nuestra Señora de Guadalupe? Nos encaminamos a celebrar los 500 años de su presencia (2031) y sigue siendo el faro que ilumina nuestras oscuridades, que sostiene nuestras luchas por la justicia y que nos acerca con seguridad a la única fuente de salvación, “El Dios por quien se vive”, Cristo Salvador. Hoy igual que hace 500 años, nuestra mirada se dirige hacia el Tepeyac y quedamos sorprendidos, como Juan Diego, por lo cantos y las luces, por las palabras dulces y cariñosas, por la mirada comprensiva y por la confianza depositada en las pobres fuerzas del pequeñito Juan Diego para realizar la más bella de las misiones: “Construir la Casita Sagrada”.
Gozo pleno al descubrir el rostro amoroso de nuestra Madre Morena, que nos descubre el reto de construir un México nuevo, incluyente, “sinodal”, donde caminemos todos juntos dejando a un lado las injusticias ancestrales, la violencia estructural y una religiosidad que no penetra en lo profundo del discípulo y que se queda en fiesta y folklor, pero que no es capaz de transformar en vida plena, en superación de divisiones, para construir una unidad donde todos podamos vivir plenamente como hermanos, hijos de un mismo Padre, cobijados por el amoroso manto de nuestra Madre Morena.
Al celebrar hoy la fiesta de la Virgen de Guadalupe todos los mexicanos nos alegramos y sentimos un fervor especial que nos contagia y nos impulsa a volver nuestros ojos hacia el Tepeyac. Haciéndonos eco del saludo de Isabel a María, también nosotros expresamos nuestra admiración diciendo: “¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a verme?” Y a nosotros, al igual que a Isabel, nos trae la alegría de un Salvador que viene a iluminar nuestras oscuridades, que viene a rescatarnos de nuestros pecados e injusticias. Transformada en santuario ha caminado hasta encontrar a Isabel, símbolo de un testamento que termina y de una alianza que va quedando atrás.
Así, a pasitos respetuosos y delicados, se acerca también al indio Juan Diego para hacer presente a Jesús y pide una ermita, “una casita sagrada” donde mostrar su misericordia: “Quiero mucho y deseo vivamente que en este lugar me levanten una casita sagrada. En ella mostraré y daré a las gentes todo mi amor, mi compasión, mi ayuda y mi defensa. Porque yo soy la Madre misericordiosa”. Bella y consoladora es la Basílica de Guadalupe que el pueblo mexicano ha construido, allí encuentra refugio y consuelo a sus penas, allí se congregan miles de peregrinos como lo hemos visto estos días. Pero aún no es suficiente ni cumple a cabalidad el deseo de la Guadalupana.
La Virgen Morena, al pedir “su casita sagrada”, nos está pidiendo esa construcción de piedras vivas, corazones misericordiosos, porque representa el elemento común de identidad de este pueblo, el signo de unidad y el espíritu de familia única. La construcción de la “casita sagrada” que pide la Madre del Cielo, nosotros la entendemos como el lugar de encuentro, donde nadie se siente extraño, capaz de albergar a todos los hombres con vida digna y justa para todos y todas. Y a esta casa familiar aún le falta mucho por construir y requiere la conciencia y el trabajo de todos. Igual que a Juan Diego, a nosotros se nos confía ser mensajeros de esta Buena Nueva. Sí, Buena Nueva porque en el corazón de esta “casita” se pondrá a Jesús con su amor, con su palabra y con su entrega total, como base para la construcción de un mundo nuevo. Porque en ella podremos disfrutar la misericordia del Señor.
María de Guadalupe, vestida de canto, flor y luz, nos trae en su vientre y en su palabra al Mesías que nos ofrece y da la verdadera liberación. Sólo si lo aceptamos a Él estaremos dándole el homenaje que pretendemos y podremos construir el nuevo templo que nos ha pedido. San Pablo en su carta a los Gálatas nos recuerda que el regalo que nos envía Papá Dios es a su Hijo nacido de una mujer, para rescatar a los que estábamos bajo la ley, a fin de hacernos hijos suyos. La aclamación que suscita en nosotros el Espíritu, “¡Abbá!”, es decir, “¡Padre!”, para que sea verdadera, implica el reconocimiento de los hermanos como participantes de la misma filiación. De ahí brota la misericordia que otorga y pide María de Guadalupe. No es un simple sentir lástima, sino es poner nuestro corazón junto al dolor y sufrimiento de los débiles y pequeños. Es sentir como propio, el dolor, la pasión y el sufrimiento de los pequeñitos cuyos derechos han sido violados. Es hacernos solidarios con ellos, como un solo templo, como un solo cuerpo, buscar sanar unidos, la herida que han recibido. Por eso María propone esa Casita Sagrada donde “oír sus lamentos y remediar y curar todas sus miserias, penas y dolores”.
También a nosotros, igual que a Juan Diego, nos envía a esa misión que parecería de locos, como un sueño, pero que tiene todo el respaldo no en la fuerza del poder, sin la fuerza del amor. Juan Diego, que es tan pequeño, colilla, el último, es el escogido para emprender esta tarea. También a nosotros que nos sentimos impotentes e inútiles se nos encomienda esta misión. No tengamos miedo. María nos ha visitado y nos asegura: “No estoy yo aquí que soy tu madre” “Acaso no estás en mi regazo”. Nos ha traído la fuerza de su Hijo y lo pone a nuestro lado en este sueño de construir un nuevo templo donde todos podemos vivir dignamente como hermanos. Nos unimos pues en este esfuerzo común, bajo el amparo de María de Guadalupe y le pedimos a nuestro Padre Dios que nos conceda profundizar en nuestra fe y buscar el progreso de nuestra patria por caminos de justicia y de paz. Todo lo podremos realizar sólo con Jesús y María.
Padre Bueno, que nos has dado a santa María de Guadalupe como madre y fuente de esperanza, concédenos amarla, venerarla e imitarla para construir la “Casita Sagrada” donde vivamos plenamente el mensaje del Evangelio de tu Hijo Jesús. Amén.