Haced lo que Él os diga

Testimonios de la verdad

Integrantes del Grupo Caná: Luis Gasch, Jesús Rico, Gustavo Téllez-Girón, Sergio Zaforas y Albert Cortina.

Albert Cortina entrevista a los miembros del Grupo Caná compuesto por: Luis Gasch (notario), Jesús Rico (ingeniero y doctor en administración de empresas), Gustavo Téllez-Girón (financiero y fundador de Donum Dei Capital), Sergio Záforas (ingeniero y director de innovación en el sector tecnológico) y el mismo Albert Cortina (abogado y urbanista). Todos ellos felizmente casados y con unos hijos maravillosos.

El Grupo Caná nació el año 2020 (tras el confinamiento por el COVID) con el objetivo de formarse en escatología bíblica y manifestaciones sobrenaturales de la Santísima Virgen María (mariofanías).

Los cinco componentes del Grupo Caná, conscientes de la necesidad urgente de entender mejor los tiempos proféticos que estamos viviendo en el contexto de la historia de la Redención y de la Salvación en Cristo, y convencidos de que Dios dirige los destinos de la Iglesia, la humanidad, el mundo y el cosmos, analizan conjuntamente y con regularidad los acontecimientos de la actualidad (geoestratégicos, políticos, económicos, culturales y espirituales) a la luz de la Verdad revelada en las Sagradas Escrituras y del magisterio bimilenario de la Iglesia Católica.

Luis, Jesús, Gustavo, Sergio y Albert, unidos por su amistad, realizan un apostolado de la esperanza en este final de los tiempos de los gentiles (que no el fin del mundo), de forma humilde y sencilla, con el objetivo de dar algo de luz al mundo en que vivimos, individualmente o de forma conjunta, en su entorno familiar y de amistades, así como en sus actividades profesionales y de evangelización.

Luis, el Grupo Caná tiene el lema “haced lo que Él os diga” ¿qué significa personalmente para ti el “Fiat” de Nuestra Madre la Virgen María y cómo crees que debe ser nuestro “si” al Señor para que se produzca una auténtica transformación de nuestras vidas, así como la conversión del conjunto de la humanidad para que vuelva su mirada a Dios?

Decir sí al Señor, es el trabajo de toda una vida. Es vivir en una tensión interior de búsqueda constante de su voluntad. Hay momentos y etapas de la vida en los que hay que tomar decisiones importantes, en los que podría parecer que seguir al Señor se resuelve con una elección. Estoy pensando, por ejemplo, durante la juventud, cuando uno puede plantearse si el Señor le llama a una vocación religiosa o al matrimonio; o cuando tienes que escoger una determinada profesión; o decidir un lugar en el mundo donde labrarse un futuro profesional donde quieres que Dios esté presente. Pero en realidad, fiarse de Él y decirle sí, es querer que sea Él el Señor de nuestras vidas, es reconocer que al final, el fin último de todo lo que hacemos en esta vida, es para encontraros con Él en el Cielo. Hoy en día esto cobra un especial importancia, porque en este mundo que hemos creado sin Dios, el hombre puede perderse fácilmente en mil y un caminos, en mil y una seducciones, pero todas son respuestas exteriores. En definitiva, todas son metas exteriores.

A medida que pasa el tiempo, cada vez estoy más convencido que el camino es interior. La vida te va presentando momentos de prueba importantes a nivel personal, familiar, profesional. Todos ellos son momentos que nos sirven para darnos cuenta de si verdaderamente nos queremos asentar en el Señor, o si por el contrario basamos toda nuestra seguridad únicamente en nuestras propias fuerzas. Son momentos de crisis, pero de abundante crecimiento en la fe. En realidad, en esos momentos se nos ofrecen grandes oportunidades.

A mí personalmente, en este camino de confianza en el Señor, me ayuda mucho el testimonio de las vidas consagradas a Dios. Fielmente vividas, son un testimonio de fe, lo han dejado todo en el mundo y sin embargo son felices. Así también lo vemos en la vida de los santos, por ejemplo, madre Teresa de Calcuta. No tiene nada porque se ha despojado de todo, para tenerlo todo en Dios.

Cada uno de nosotros estamos llamados a vivir así, con la mirada puesta en Jesucristo. Y cuando se vive así, con esa coherencia, con esa proximidad al Señor, necesariamente nuestro entorno así lo percibe. Las personas con las que tratamos cada día lo han de sentir así. Y es que todos estamos necesitados de ser mirados con amor y como verdaderas criaturas de Dios.

Nuestra Madre, la Virgen María, nos lleva a su Hijo Jesús. Oratorio de las Siervas del Hogar de la Madre en Zurita de Pielagos (Cantabria). Foto: Albert Cortina

Jesús, en este final de los tiempos la Virgen nos prepara para los acontecimientos presentes y futuros, y por ello nos pide conversión y que seamos fieles a su Hijo. ¿Cómo crees que debemos prepararnos para centrarnos en la Verdad que es Jesucristo?

Nuestra Madre nos está advirtiendo de forma insistente que – cómo nos dice en varias mariofanías -, vamos por el camino de la perdición y por ello, debemos convertirnos.

Podemos remontarnos a las apariciones aprobadas de La Salette (1846), las de Lourdes (1858), las de Fátima (1917), las de San Sebastián de Garabandal (1961), las de Akita (1973), etc. ”Tal como sucedió en tiempos de Noé, así también será cuando venga el Hijo del hombre. Comían, bebían, se casaban y daban en casamiento, hasta el día en que Noé entró en el arca; entonces llegó el diluvio y los destruyó a todos”.

Actualmente, vivimos como si no existiese Dios. El hombre tiende a ser el centro de todo, y estamos construyendo una sociedad antropocéntrica que se ha olvidado de para qué estamos aquí. Las Sagradas Escrituras nos dicen que Dios dio a Noé unos 120 años para construir el arca. Ahora el arca de nuestra salvación es la Virgen María, Reina de todo lo creado, y Dios nos ha permitido el acompañamiento de Nuestra Madre, para ir entrando en este refugio, su Inmaculado Corazón, desde -por lo menos- 1846, hace ya casi 180 años.

El catecismo de la Iglesia Católica nos prepara alertando de una situación de apostasía al final de los tiempos y el propio Cristo en el Evangelio nos habla de leer las señales y los signos de los tiempos. Es difícil no darse cuenta de que ese momento ha llegado y que la convergencia de todo apunta a que se requiere estar muy despierto y refugiarse en María, para afrontar mejor lo que vamos a vivir.

Estar despierto solo se consigue mediante la oración y la adoración, mediante los sacramentos, la Eucaristía, la penitencia, el rezo del rosario y el abandono en María y en Cristo haciendo que nuestro plan de vida sea solo cumplir la voluntad del Señor.

Nuestros refugios son pues, el Inmaculado Corazón de María y el Sagrado Corazón de Jesús. Ambos corazones son “la misma carne”, carne de Cristo verdaderamente presente en la Eucaristía. Así pues, podríamos concluir que el mejor camino para centrarnos en la Verdad -que es solo Cristo- y estar preparados para esta etapa histórica de la humanidad es precisamente vivir en Él mediante la comunión frecuente (diaria si es posible), siempre con las debidas disposiciones; la adoración -practicarla y fomentarla-; la oración constante – mental, de petición, de intercesión…- y vivir para los demás predicando el Evangelio con nuestra vida, “incluso, si fuere necesario, con palabras” (San Francisco de Asís).

Como decía al principio, vamos por el sendero ancho que lleva a la perdición (“Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella” (Mateo 7, 13-14). Debemos pues, entrar por la puerta estrecha y el sendero angosto pero verdadero que es Cristo. Nuestro Dios es infinitamente misericordioso e infinitamente justo. Su propio Hijo ha sido entregado por nosotros en un signo de amor. El Amor con amor se paga; nuestra vida debe imitar a la de Cristo y así permanecer en Él y Él en nosotros. La fe es sencilla pues es para todos, grandes y pequeños. Se basa en renunciar a nosotros y abrazar a Cristo y a María, quien nos llevará a su Hijo de la forma más segura.

Gustavo, sabemos que en este final de los tiempos el demonio, en sus distintas denominaciones (Satanás, Lucifer…), enemigo declarado de la humanidad, está especialmente activo. ¿Cómo crees que podemos rechazar las obras de las tinieblas y revestirnos de las armas de la Luz (Rom. 13,12)?

No basta con simplemente rechazar al demonio; es imprescindible saber cómo combatirlo espiritualmente. El demonio no pide permiso, no es prudente ni se anuncia. No actúa de forma frontal ni respeta reglas. No es un ser pasivo que se conforme con las sobras o que espere pacientemente a que caigamos, si es que lo hacemos. Por el contrario, es un ser inteligente, ambicioso, impaciente y vanidoso, que busca activamente desviarnos y engañarnos. Su propósito es que caigamos en sus trampas, rechacemos a Dios, alimentemos su vanidad y perdamos nuestra libertad. No conoce límites, así que nunca cede: actúa las 24 horas del día, los 365 días del año, sin descanso.

Para vencer en este combate espiritual, lo primero y más importante es amar profundamente a Cristo en nuestro corazón. Debemos desear estar siempre con Él y esforzarnos por imitarlo siempre. Para lograrlo, es esencial vivir en un continuo estado de gracia, rechazando incluso los pecados más pequeños. De este modo, nuestra alma se convierte en algo repulsivo para el demonio y, si Dios lo permite, será menos accesible a sus influencias. Además, el estado de gracia nos brinda una conexión directa con el Cielo y con el Espíritu Santo. Esto no solo nos protege, sino que también nos permite recibir inspiración divina. Esa guía celestial aumenta nuestra comprensión en el mundo y, junto con el deseo de hacer la voluntad de Dios, nos ayuda a navegar con sabiduría el peligroso terreno de las tentaciones y trampas que el demonio nos tiende.

Asimismo, considero indispensable educarnos sobre cómo opera el mundo espiritual, no solo en su dimensión material, sino también en la preternatural y sobrenatural. De esta manera, estaremos mejor preparados para defendernos y proteger a nuestros seres queridos. Al reconocer estos ataques espirituales y saber cómo actuar, podremos enfrentar con éxito el combate espiritual.

Sergio, desde las Sagradas Escrituras y en determinadas mariofanias se nos anuncia para un futuro no muy lejano, aunque indeterminado, un Gran Aviso o lo que es lo mismo, una iluminación de las consciencias para toda la humanidad que resultaría ser como un Segundo Pentecostés. ¿Cómo crees que está ya actuando el Espíritu Santo en nuestros días, preparándonos para ese gran acontecimiento?

El Espíritu Santo está obrando en nuestros días con una intensidad que, aunque a menudo desapercibida para muchos, resulta evidente para quienes miran con los ojos de la fe. En este tiempo de grandes desafíos, se multiplican también las gracias extraordinarias. La historia de la Iglesia nos muestra que Dios responde con mayor abundancia de dones en los momentos de mayor oscuridad. Hoy vemos cómo, frente a la pérdida de católicos culturales que se alejan por indiferencia o secularismo, surgen cada vez más conversiones profundas fruto de un encuentro personal con Jesucristo. Este regreso de almas a la Iglesia no es un fenómeno aislado, sino la obra del Espíritu Santo, que está preparando a la humanidad para momentos decisivos.

Un signo clave de este tiempo es el resurgir de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, como señala el papa Francisco en su reciente encíclica Dilexit Nos. Este llamado a la confianza y al abandono total en el amor del Corazón de Cristo es el eje de la espiritualidad que nos prepara para ese Segundo Pentecostés. No olvidemos cómo Santa Margarita María de Alacoque, San Claudio de la Colombière, el Beato Bernardo de Hoyos y otros santos nos transmitieron la importancia de esta devoción. Y en nuestro tiempo, la figura de Santa Teresita del Niño Jesús, doctora de la Iglesia, nos enseña el camino de la infancia espiritual, una vía de confianza absoluta en el Padre que transforma nuestra relación con Dios y nos dispone a acoger su luz. El Espíritu Santo suscita santos en cada época, y a través de ellos, nos educa y nos llama al cambio de vida.

Es verdad que vivimos tribulaciones y pruebas, muchas veces viendo cómo se nos quitan los apoyos humanos que nos daban seguridad. Pero estas purificaciones, aunque dolorosas, son una gracia. Nos llevan a descubrir que solo el Señor puede sostenernos, y que nuestra verdadera fortaleza no está en las cosas perecederas, sino en Él. El testimonio de santos como el Padre Pío, que tenía la capacidad de leer las conciencias y conducir las almas a una conversión radical, nos recuerda que esta iluminación de la conciencia no es algo completamente nuevo: ya algunos santos la han vivido de manera personal. La transformación que se produce al exponernos a la misericordia de Dios es tan profunda que no puede dejar a nadie indiferente, ya que “al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos” (Fil 2, 10).

Además, la Virgen María, como buena Madre, no cesa de acompañarnos en este camino de preparación. En Medjugorje, como en otras mariofanías, nos está educando en esta escuela del amor, invitándonos a la oración, la conversión y el abandono total a su Hijo. Su pedagogía es paciente y llena de ternura, pero también firme en mostrarnos la urgencia de nuestra respuesta. Ella nos prepara para recibir al Espíritu Santo con corazones abiertos y dispuestos al cambio.

En definitiva, el Señor nos está llamando a un cambio de vida que durará toda nuestra existencia. Es un proceso que implica abrirse a su gracia, confiar plenamente en su amor y dejarse transformar. Este tiempo es una invitación a prepararnos con fe y esperanza, porque lo que viene será un don de misericordia tan grande que marcará un antes y un después en la historia de la humanidad. Este es el tiempo de decir “sí” y de vivir con la certeza de que Dios nunca abandona a su pueblo.

Imagen de la Inmaculada Concepción en el Monasterio
de Sant Cugat del Vallès (Barcelona). Foto: Albert Cortina

Luis, tú fuiste durante un tiempo coordinador de algunos retiros de Emaús. ¿Qué frutos te parece que otorga la Santísima Trinidad en ese tipo de retiros?

Nunca me había planteado la presencia de la Santísima Trinidad en los retiros de Emaús. Pero reflexionando lo que me preguntas, me doy cuenta que los frutos son abundantes y que están muy presentes las tres Personas de la Santísima Trinidad. En primer lugar está el Espíritu Santo, porque son retiros que se basan en el testimonio. Antes de comenzar el retiro, la persona que participa como servidor, ora y se encomienda con mucha fe al Espíritu Santo, acompañado por otros servidores que le acompañan en la oración. Y ciertamente para el que da el testimonio es un proceso de sanación. Esa persona, al contemplar la mano de Dios en su vida, transmite a los caminantes del retiro su proceso de conversión, y esa manifestación de su propia vivencia tiene una fuerza muy especial.

Fruto del testimonio siempre se hace presente la misericordia del Padre, la palabra del hijo pródigo es patente en los retiros de Emaús. Acercarse a Dios, convertirse, siempre implica un reconocimiento de nuestras limitaciones, de nuestras ofensas, de nuestros pecados, y a su vez, contemplar como el amor del Padre, nos repara, nos limpia, y nos devuelve nuestra dignidad de hijos de Dios.

Finalmente, Nuestro Señor Jesucristo está muy presente a través de la Eucaristía. Todo el retiro de Emaús se sustenta en la oración frente al Santísimo. El Señor ha prometido estar con nosotros todos los días hasta el final de los tiempos. Y por la fe, así lo contemplamos frente al Santísimo Sacramento del altar. Su presencia en el retiro de Emaús es imprescindible. Y desde su silencio, los caminantes del retiro son atraídos de forma maravillosa hacia Él.

La Santísima Trinidad de Andréi Rubliov

Jesús, en estos tiempos donde se ha generalizado la secularización de la sociedad, incluso podemos decir que se va extendiendo la apostasía, en cambio, en muchos lugares se vive con devoción la presencia real de Jesucristo en la Santa Misa y en la Adoración Eucarística. ¿Por qué crees que es tan importante abrir Capillas de Adoración Perpetua donde realizar un encuentro personal con el Señor, a cualquier hora y día del año?

Nuestra vida tiene un propósito: ser santos para poder ir al Cielo. En el Cielo sabemos lo que haremos: adorar y dar gloria permanentemente a nuestro Dios. Podemos decir que hemos sido creados con este fin, vivir en Cristo para siempre.

En el Catecismo, Capítulo I, “El deseo de Dios”, leemos lo siguiente: “El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios; y Dios no cesa de atraer al hombre hacia sí, y sólo en Dios encontrará el hombre la verdad y la dicha que no cesa de buscar: La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la comunión con Dios. El hombre es invitado al diálogo con Dios desde su nacimiento; pues no existe sino porque, creado por Dios por amor, es conservado siempre por amor; y no vive plenamente según la verdad si no reconoce libremente aquel amor y se entrega a su Creador” (GS 19,1).


Aquí en la tierra, en esta vida mortal, podemos acercarnos a esa realidad a la que hemos sido llamados de dos formas muy evidentes: la Santa Misa y la Adoración Eucarística. La primera es indudablemente la que nos permite por unos instantes acariciar el mismo Cielo con nuestro ser material y espiritual pero la segunda no es menos importante pues adorando nos ponemos delante del mismo Cristo, en su presencia real, con su humanidad y su divinidad ocultas a los ojos pero identificables por la fe y por el amor incondicional de quien solo quiere estar con su amado, con el Amor mismo, adorando.

Adoración Eucarística en el Monasterio de Sant Cugat del Vallès (Barcelona). Foto: Albert Cortina

Otro signo de los tiempos que vivimos es la terrible falta de conciencia de la presencia real de Cristo en la Eucaristía; si creemos que de verdad está presente en la Sagrada Forma, ¿cómo podemos negar abrir una capilla de adoración? ¿Cómo podemos poner excusas, buscar argumentos humanos, evitar e impedir en definitiva que el Señor sea adorado?

He sido -y sigo siendo- testigo de situaciones en las que los fieles queremos adorar y no se nos permite con argumentos que no son -nunca pueden ser- suficientes pues solo responden, en el mejor de los casos, a una falta sincera de amor. Está demostrado que cuando no se ponen cortapisas ni frenos a la acción del Espíritu Santo, Él actúa. Cuando se pone a Cristo en el centro de una parroquia (no al párroco o a la pastoral o al “qué dirán”, o a lo que sea…), Él actúa. Surgen nuevas vocaciones, hay menos delitos ciudadanos, acontecen más conversiones, hay mayor fervor en los feligreses, etc. Siempre que se abre una capilla de adoración perpetua el Señor derrama sus gracias porque a Dios nadie le gana en generosidad. Podemos decir que el Señor sigue viniendo pero no todos quieren recibirle. La pregunta es: ¿se pone entonces a Cristo en el centro de todo? Creo que muchas veces no. Pero como digo, es otro signo de los tiempos que estamos viviendo.

Gustavo, el mundo necesita una nueva evangelización. Estamos inmersos en un orden mundial construido, muchas veces, a partir de estructuras de pecado, una cultura woke y unos valores claramente postcristianos. ¿Cómo crees que podemos dar la batalla cultural y espiritual desde nuestros medios, muchas veces modestos?

Creo firmemente que, incluso con medios materiales modestos, es posible librar una batalla cultural y espiritual eficiente y efectiva, capaz de derrumbar las estructuras de pecado erigidas por el demonio. Esto se logra trabajando en equipo, con grupos humanos que posean un entendimiento claro y profundo de cómo opera el mundo espiritual en la Tierra, y que estén coordinados para interactuar tanto entre ellos como con el Cielo, ejecutando planes alineados con la voluntad de Dios.

No debemos subestimar el impacto positivo, real y tangible que podría generar la acción conjunta de cientos de pequeños grupos de fieles—compuestos por laicos y religiosos—unidos en oración, ayuno y acción. Estos grupos, con objetivos comunes y una organización sólida, pueden multiplicar su alcance al aprovechar las tecnologías actuales, acelerando la difusión de mensajes transformadores y fomentando una verdadera renovación espiritual y cultural.

Sergio, en estos tiempos que parecen anticipar la “Era del Espíritu Santo”, están proliferando los retiros denominados “Vida en el Espíritu”, así como la alabanza al Señor. ¿Podríamos decir que estamos ante una efusión extraordinaria de los dones del Espíritu Santo en determinados sacerdotes, religiosos, consagrados y laicos de toda condición?

Estamos viviendo un tiempo singular, un momento que muchos han descrito como un preludio a la “Era del Espíritu Santo”. En esta sociedad postcristiana, donde parece que el cristianismo ha sido relegado a una categoría de “pasado superado” por la cultura dominante, el Espíritu Santo está obrando con fuerza renovada. Aunque pareciera que el mundo se aleja de Dios, por otro lado, asistimos al despertar de muchas almas que experimentan una conversión profunda a través de la nueva evangelización. Los retiros como los Seminarios de Vida en el Espíritu, retiros de Emaús, Effetá y otros están siendo instrumentos de alto impacto en esta obra divina. Bajo el acompañamiento de la Iglesia, estas experiencias están transformando vidas, despertando en muchos un renovado amor por Cristo y su Iglesia.

Lo más llamativo de estas iniciativas es que no se quedan en una experiencia vivencial puntual, sino que marcan el inicio de un camino de conversión progresiva, pero profunda. El encuentro personal con Jesucristo en estos retiros conduce a los participantes a “volver a Galilea”, a redescubrir el anuncio inicial del Evangelio: el Kerigma. Este primer anuncio, que apela tanto a laicos como a sacerdotes, religiosos y consagrados, es clave en la nueva evangelización, porque permite recordar lo esencial: el amor incondicional de Dios, el llamado al arrepentimiento y la alegría de la salvación gratuita e inmerecida. Desde ahí, el Espíritu Santo transforma corazones y los impulsa hacia una vida nueva, sostenida por la oración, los sacramentos y la comunidad.

Un fruto evidente de esta renovación es el resurgir de la oración de alabanza, que, como han señalado los santos, es la oración más cercana a la del Cielo. La alabanza no solo engloba todas las demás formas de oración, sino que nos dispone a vivir en la confianza y el abandono, buscando siempre que se haga la voluntad del Señor. Como nos enseña San Pablo: “todo coopera para el bien de los que aman a Dios” (Rom 8,28). A lo largo de la historia, la efusión del Espíritu Santo ha sido constante, desde Pentecostés hasta nuestros días. Hoy también asistimos a esta acción extraordinaria del Espíritu, que derrama sus dones y carismas para el bien de la comunidad, especialmente entre los humildes y pequeños, los predilectos del Señor.

En este contexto, no podemos dejar de destacar el papel fundamental de la Virgen María, quien es siempre la Esposa del Espíritu Santo. Su presencia maternal en la Iglesia es un sello distintivo de los carismas católicos, que se diferencian claramente de otras denominaciones cristianas en las que también vemos la acción del Espíritu. María, con su humildad y docilidad, nos muestra el camino para recibir los dones del Espíritu: abrirnos con total confianza y obediencia a la voluntad de Dios. Es en esta escuela de María donde aprendemos a acoger, con gratitud y responsabilidad, los carismas que el Espíritu reparte generosamente para la edificación de su Iglesia.

En definitiva, estamos realmente ante una efusión extraordinaria del Espíritu Santo, que llama a cada uno a redescubrir su fe y a vivirla de manera radical y auténtica. Estos tiempos nos invitan a abrirnos con docilidad y alegría a la obra del Espíritu, sabiendo, como decía San Juan Pablo II, que el Espíritu Santo es siempre el protagonista principal de toda renovación en la Iglesia. La clave es si estamos dispuestos a dejarnos transformar por Él y a llevar su luz al mundo. Es el tiempo de decidirnos.

Luis, ¿Cómo explicarías la relación entre Verdad y oración?

Para los cristianos la Verdad tiene un nombre: Jesucristo. Él ha dicho de sí mismo, “Yo soy el camino, la verdad y la vida“ (Jn 14,6). Él es la palabra que ilumina a todo hombre. Nos revela quienes somos, a todo ser humano de cualquier pueblo, cultura y época. Por eso la Palabra de Dios nos sigue iluminando, es eficaz y penetra hasta lo más hondo de nuestro ser. Una sola palabra puede dar sentido y luz a toda una vida. “Tengo sed” fue la expresión que guió constantemente a Madre Teresa de Calcuta.

Para que la Verdad pueda penetrarnos necesitamos entrar en relación con ella. Esa intimidad con Cristo se fragua en la oración perseverante. Resulta muy bonita esta breve oración: “Señor que te conozca, porque si te conozco te amaré. Señor que te ame, porque si te amo te seguiré“.

De nuevo el ejemplo de los Santos resulta inspirador. Santa Teresa de Lisieux no fue a ninguna universidad, no estudió teología, y sin embargo penetró en el conocimiento de Dios siendo reconocida como Doctora de la Iglesia. Su amor en cada detalle del día, su oración constante, su confianza en la misericordia de Dios frente a su pobreza, le condujo certeramente a la Verdad.

La Madre Iglesia nos presenta el depósito de la fe. Debemos leerlo, estudiarlo, penetrarlo, contemplarlo, amarlo, enseñarlo y testimoniarlo. Pero para ello debemos estar unidos a Jesucristo, y en este sentido la oración – que es conversación con Dios – resulta imprescindible.

Jesús, ¿Cómo podemos transmitir la Verdad en nuestras familias y ambientes?

La Santa Madre Teresa de Calcuta solía decir: “No te preocupes porque tus hijos no te hagan caso, te observan continuamente”. Quizá sea esta frase un buen resumen. Nada arrastra más que el ejemplo. San Juan Pablo II argumentaba que su padre nunca tuvo que exigirle nada pues se exigía tanto a sí mismo que no hizo falta; otro ejemplo de lo mismo.

Lo más importante en la familia es entender la verdadera “paternidad responsable”, que no es calcular humanamente cuantos hijos puedo o no puedo tener, sino que es llevar a nuestros hijos (y al cónyuge) al Cielo. Esa es nuestra primera labor apostólica. El mayor anhelo en nuestro tránsito terrenal como familia debería ser conseguir la comunión eucarística diaria en familia, la Santa Misa vivida cada día y compartida en familia poniendo a Cristo no solo en el centro de nuestras vidas sino en el centro de nuestras familias. Que Él sea el núcleo de la unión familiar, nuestro centro, fin y origen de todo, y sin duda, de este modo, tendremos un impacto positivo en nuestra familia y podremos ser instrumento para “contagiar” a otras familias con tantas gracias como se derraman cuando en Él se permanece.

Pienso que hay que ser valientes, sin imponer nada pero sin dejarse amedrentar. Nuestros hijos están viviendo en un entorno muy diferente a cualquier otro en la historia de la humanidad. Es una batalla espiritual disfrazada de tendencias, inclusiones, respetos humanos malentendidos, amor a los animales, plantas y cosas antes que a la vida humana. Si queremos que la familia persista no sirve ser tibios, no vale seguir como siempre, según el “mainstream”, con la excusa de que “todos lo hacen”. En este nuevo Pentecostés el Espíritu Santo sopla con fuerza pero eso no implica que todos acepten salir a defender la Verdad que es Cristo.

Si me preguntas qué más hacer, te diré que fortalecer a los hijos en la fe y en las virtudes, en el sacrificio, en el esfuerzo y en el servicio a los demás. Trabajar para que se den cuenta de que solo hay un camino -solo Cristo salva-, que deben construir su casa en roca firme -Cristo-, para que el nuevo diluvio no los arrastre y perezcan ahogados en la tecnología, la inteligencia artificial, las redes sociales, las drogas, el sexo, el éxito fácil y el esfuerzo mínimo. Todo ello, en definitiva, es la propuesta del Príncipe de este mundo (Satanás) al que solo le interesa nuestra perdición para así infringir el máximo dolor al Amor de los amores, nuestro Dios y Salvador.

Y constantemente nos preguntamos: ¿y por dónde empezar? La respuesta es fácil: ¡Por uno mismo!

Texto manuscrito de Santa Teresa de Jesús

Gustavo, ¿Cómo explicar a nuestro mundo que “la Verdad nos hará libres”?

La tecnología actual ofrece enormes oportunidades para transmitir y explicar verdades profundas, las cuales, en el pasado, eran difíciles de comunicar de manera efectiva. Hoy en día, es posible ser muy persuasivos, alcanzar un gran público y hacerlo a un costo sorprendentemente bajo. Sin embargo, como cristianos, contamos con un recurso aún más poderoso: la ayuda del Cielo. Esa asistencia divina nos guía no solo en el diseño de los mensajes, sino también en su propagación y divulgación.

En resumen, la clave está en diseñar, ejecutar y difundir mensajes que lleven la luz de la Verdad del Evangelio a todos los rincones del mundo. La tecnología y la fe, trabajando conjuntamente, pueden derribar barreras y abrir corazones para que la Verdad, que es Cristo mismo, ilumine y transforme las vidas de quienes la reciben.

Sergio, ¿Cómo crees que debemos defender la Verdad con amor y caridad?

La Verdad es única y absoluta porque tiene un rostro: Jesucristo. Como nos recuerda San Juan Pablo II en la encíclica Veritatis Splendor, «la verdad ilumina la inteligencia y modela la libertad del hombre, llevándolo a conocer y amar al Señor». Esta Verdad no cambia con las épocas ni se somete a las modas culturales; es inmutable, como Cristo y el Evangelio. Sin embargo, vivimos en tiempos en los que resulta particularmente difícil para el mundo aceptar esta Verdad.

El relativismo, tan bien diagnosticado por Benedicto XVI como una de las grandes crisis de nuestro tiempo, pretende reducir la Verdad a opiniones personales y adaptarla a la medida de nuestras comodidades. Esto conduce a lo que él Santo Padre denominó “dictadura del relativismo”, que nos priva de la auténtica libertad que solo se puede alcanzar a través de la Verdad, y en su lugar nos ofrece una serie de sucedáneos de la libertad, que en realidad nos encadenan.

Al mismo tiempo, debemos tener claro que la Verdad no puede ser defendida sin amor, y de nuevo no cualquier sucedáneo del amor, sino el Amor con mayúsculas. No podemos caer en el error opuesto del juicio prematuro, la dureza de corazón o la falta de caridad para con los pecadores. Jesucristo mismo vino a buscar a los enfermos, no a los sanos. Como dice el papa Francisco, la Iglesia es un hospital de campaña donde caben todos, un lugar donde las heridas del pecado son sanadas con la Gracia de Dios.
Por otro lado, como bien indica Mons. José Ignacio Munilla, es cierto que en la Iglesia cabemos todos; pero no cabe todo, ya que eso es otra cosa. Esto significa que la puerta está abierta para acoger y acompañar, pero también que el pecado tiene que ser purificado, ya que la Verdad del Evangelio permanece inalterable y actúa como luz que guía las almas hacia la conversión. La misión de la Iglesia no es adaptar la Verdad, sino llevar a los hombres a Cristo, quien transforma los corazones con su Gracia y en su debido tiempo.

La clave para defender la Verdad con amor está en reconocer que no somos nosotros quienes cambiamos los corazones, sino Dios. Nuestra tarea es acercar a nuestros hermanos a la Iglesia, acompañarlos con humildad y confianza, y dejar que el Señor haga el resto. Santa Teresa de Calcuta decía que no estamos llamados a tener éxito, sino a ser fieles. Del mismo modo, no debemos asumir como un logro personal la conversión de otros, porque todo viene de Él. Como nos recuerda Jesús en el Evangelio de Juan “yo no he venido para condenar al mundo, sino para salvarlo”. Y si queremos ser fieles instrumentos suyos, se requiere humildad, paciencia, respeto por los tiempos de cada persona y una actitud de entrega y oración.

Finalmente, es fundamental vivir esta misión desde una profunda unión con el Señor en la oración y los sacramentos. Solo quien está lleno del amor de Dios puede transmitir la Verdad con caridad. San Francisco de Sales, conocido por su dulzura, decía: «Más moscas se cazan con una gota de miel que con un barril de vinagre». Este es el espíritu con el que debemos proclamar la Verdad, siempre recordando que el objetivo último no es ganar discusiones, sino ganar almas para Cristo. Si vivimos con esta actitud, seremos verdaderos instrumentos del Señor en la construcción de su Reino.

Queridos amigos, os agradezco de todo corazón que hayáis querido compartir en esta entrevista, algunos de los temas que habitualmente tratamos en las reuniones de nuestro Grupo Caná. Y es que los laicos, además de ser colaboradores de los sacerdotes, también somos corresponsables en la Iglesia.

Tal y como se puede deducir de algunos de los escritos del Santo Padre Benedicto XVI, la misión del laico en el mundo, como bautizado, se caracteriza por una cuádruple mirada: 1) una mirada de fe que descubre el valor y dignidad en cada persona y su elevada finalidad, que le mueve a anunciarle el verdadero fin de su vida, lleno de audacia y de respeto, 2) una mirada que juzga la realidad según la Verdad, por lo que, al distinguir entre medios y fines, es capaz de ordenar los medios al fin y no al revés, por lo que el trabajo y toda acción temporal estén ordenados a la gran realidad: Dios y la santidad, 3) una mirada puesta en la vida eterna, que, sin embargo, no debilita su compromiso temporal, sino que le confiere su verdadero peso e importancia, y le hace vivir la fe de forma coherente, 4) y una mirada, por último, llena de alegría, la de saberse amado y salvado, lo que le hace vivir su misión con responsabilidad y esperanza, y las exigencias morales desde esa certeza y vivencia del amor.