El padre Jorge Miró comparte con los lectores de Exaudi su comentario sobre el Evangelio de hoy, 11 de septiembre de 2022 titulado “Habrá alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta”.
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La Palabra que el Señor nos regala hoy nos invita a contemplar y disfrutar el hilo conductor de la fe cristiana: el amor de Dios. En las tres parábolas del Evangelio Jesús nos habla de la misericordia de Dios.
Esta es la entraña del cristianismo: Dios te ama con un amor gratuito, es decir, que no te lo tienes que ganar. Te ama tal y como eres. Te ha creado por amor y para que vivas con Él una historia de amor y una vida de intimidad personal: eres su hijo amado. Este kerygma, esta buena noticia, te la susurra el Espíritu Santo en cada latido de tu corazón.
Y un amor tan grande, que es eterno: Dios te invita a vivir con Él para siempre, para toda la eternidad: No hay nada ni nadie que pueda separarnos del amor de Dios, ni siquiera la muerte (Rom 8, 38).
Pero tú, como el hijo pródigo, puedes rechazar el amor del Padre y marcharte de su casa para hacer tu vida, según tus proyectos, tus criterios, tus planes y tus deseos: en eso consiste el pecado.
Tú puedes dejar de amar a Dios, pero Dios no dejará de amarte nunca.
Y el pecado, cuando nos empeñamos en vivir lejos del Padre, dudando de su amor, termina llevándonos a la tristeza y a mendigar la vida a los ídolos. Y así, como no pueden darnos la vida, terminamos en la insatisfacción, en el vacío: pasando “hambre”.
Y el eco del amor de Dios que el Espíritu Santo hace resonar en tu corazón, te invita a volver al Padre: Me levantaré, me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti.
Eso es la conversión: que dejes de vivir según tus criterios, para vivir en la voluntad del Padre, que dejes de pretender ser el dios de tu vida para vivir como hijo de Dios, que te dejes abrazar por el Padre.
Y cuando uno vuelve, el Padre siempre perdona, acoge, festeja.
Dios ama y perdona. No recrimina ni humilla al hijo echándole en cara su mal proceder. Facilita la vuelta, en lugar de hacerla más dura y humillante. Es el momento de alegrarse. El hijo estaba perdido y lo ha encontrado. El Evangelio de la misericordia es, además, el Evangelio de la alegría.
Cuando el Espíritu Santo te concede ver tus pecados, no te lleva a la tristeza o a la desesperación (eso viene del Maligno). El Espíritu Santo te regala la compunción, que es el dolor transfigurado por la misericordia de Dios.
La consecuencia del perdón del Padre se simboliza en el anillo, que es signo de comunión, y en las sandalias, que es el calzado del hombre libre, en la alegría de la fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida.
Otra consecuencia de haber acogido el perdón de Dios es que tu corazón justiciero para con el hermano es transformado en un corazón lleno de misericordia. Que vive en la verdad, pero en la caridad. Que no busca la “muerte” del pecador, sino que se convierta y viva. Que no humilla, sino que acoge. Que no murmura, sino que agradece. Que no juzga, sino que bendice…
Esta es la experiencia de San Pablo, que hemos escuchado en la segunda lectura: él era un pecador, pero Dios tuvo compasión, le perdonó y le confió la gran misión de ser Apóstol. Pasó de furioso perseguidor a fiel discípulo de Jesús. Porque la gracia de nuestro Señor sobreabundó en mí junto con la fe y el amor que tienen su fundamento en Cristo Jesús…, que vino al mundo para salvar a los pecadores.
¡Ánimo! ¡No tengas miedo! Por muchos que sean tus pecados, por lejos que estés, Dios te espera. ¡Déjate amar por Él! Contempla su rostro… y quedarás radiante.
¡Ven, Espíritu Santo!