Francisco y la fe e iglesia frente a las ideologizaciones

Jesús es el eterno viviente

Actualmente, desde diversas ideologías e ideologizaciones de la realidad y de la fe, con sus respectivos fundamentalismos o polarizaciones extremistas que se tocan, hay una ataque y negación despiadada sobre el Papa Francisco u otros Papas junto al rechazo del Concilio Vaticano II, de la misma fe e iglesia. En este artículo vamos a mostrar, con las fuentes y textos en mano, la fidelidad y continuidad de Francisco con sus predecesores en el horizonte conciliar, de comunión eclesial Y es que solo hay que estudiar e investigar bien la enseñanza del Papa como, por ejemplo, Evangelii gaudium (EG), Laudato si’ (LS), Fratelli tutti (FT) o Querida Amazonía (QA). En este magisterio de Francisco, en la línea de la Palabra de Dios y de la Tradición de la Iglesia con sus Santos Padres o Doctores, se nos transmite la fe con su humanismo ético y espiritual integral inspirado de la fe. Como ya nos enseñan San Juan Pablo II en su programática Carta encíclica Redemptor hominis (RH) y Benedicto XVI en su Carta encíclica Caritas in veritate (CV), transmitiéndonos su mensaje antropológico, humanista y personalista, enraizado en la fe, que sustenta la enseñanza social, moral y ecológica de la iglesia (DSI; RH 10; EG 224).

San Juan Pablo II en su Carta encíclica Sollicitudo rei socialis (SRS)) y Francisco (LS 236-240, FT 85), inspirados en la fe, afirman la vida, dignidad y trascendencia de la persona fundamentada en el mismo Dios Uno y Trino (SRS 40). El ser humano es imagen e hijo del Dios Creador y Padre, es salvado por su Hijo Unigénito Jesucristo y vivificado como templo del Espíritu Santo. En esta línea, El Dios Trinidad enraíza una metafísica de esas constitutivas interrelaciones humanas sociales e históricas como tan sabiamente muestra Benedicto XVI (CV 54). Efectivamente, en la estela del Vaticano II (GS 24), la Trinidad es la entraña, principio y modelo paradigmático de comunión fraterna y solidaria para las realidades y relaciones humanas, sociales, políticas y económicas (LS 238; FT 85).

En el legado de San Pablo VI con Populorum progressio (PP), la DSI y San Juan Pablo II en su enseñanza con SRS nos comunican todo un humanismo/personalismo del amor fraterno y de la solidaridad con sus esferas ética, sociales e internacionales, universales y concretas (católicas). Más allá de toda barrera y frontera, con una perspectiva e integración planetaria como, asimismo, recalca Benedicto XVI (CV 42) y que Francisco continua (FT 114-117). Al respecto, como seguiremos profundizando, enfatizando la importancia de la ley natural Benedicto XVI, en la línea de San Juan XXIII en Pacem in Terris (PT 294), afirma que esta ética de la fraternidad solidaria global: requiere necesariamente autoridades e instituciones mundiales (internacionales) que consoliden el control y gestión del gobierno planetario, para un desarrollo humano con una ecología integral (CV 59, 67). Francisco subraya esta relevancia de dicha autoridad u organización mundial, de carácter internacional, como mediación concreta para implementar esta moral y política universal, solidaria, de paz y justicia global con los derechos humanos. Tal como corresponde al Evangelio de Jesús, con su cultura y ética samaritana (FT 173-175).

Es esa solidaridad auténtica con el compromiso responsable, firme y constante, por el bien común más universal que nos libera global e integralmente del mal, del pecado e injusticia tanto personal como estructural (esas estructuras de pecado) que se retroalimentan mutuamente (SRS 39). La fraternidad solidaria y la justicia con la opción por los pobres (SRS 42), por los crucificados (victimas) de la historia u oprimidos, donde está presente sacramentalmente Cristo pobre y crucificado (Mt 25, 31-46). Esta Palabra de Dios, la Tradición con los Santos Padres y magisterio de la iglesia, siempre ha transmitido que “Jesús se identifica con los pobres” (Benedicto XVI, DCE 15). De ahí el mal y pecado de esas idolatrías de la riqueza-ser rico, del poseer y tener que van contra del ser, de esta vida y dignidad sagrada e inviolable de toda persona y de los empobrecidos, como prosiguen transmitiendo San Juan Pablo II (SRS 28) y Francisco (LS 48-52, FT 189) con un real horizonte humanista y personalista.

Por ello, San Juan Pablo II en su encíclica Veritatis splendor (VS), con este sentido humanista y personalista entrañado en la fe, reafirma el “respeto debido a la persona humana” (VS 80), continuando el legado humanista y semillas personalistas de Santo Tomas de Aquino. De esta forma la persona trabajadora, la vida y dignidad de cada persona con sus deberes o derechos como es el salario justo, está antes que el capital, que el beneficio y lucro. Como nos siguen transmitiendo magistralmente San Juan Pablo II (LE 12-13), continuados por Benedicto XVI (CV 63-64) y Francisco (LS 124-129, FT 162) con esa permanente clave humanista y personalista sustentada en la fe. A causa de la intrínseca naturaleza sociable de la persona y de todo lo creado, el principio del destino universal de los bienes, derecho natural y primero, está primero que la propiedad. Es la ineludible e inherente dimensión solidaria y social de la propiedad, como remarca San Juan Pablo II (LE 14, SRS 42), actualmente, con Francisco (LS 93-95, FT 118-120).

Y como sustrato de esta civilización del trabajo frente a la del capital, está la de la pobreza contra la riqueza, nutrida en dicha tradición con los Santos Padres (LS 93-95, FT 118-120). Ya San Juan Pablo II (SRS 31) con el Vaticano II (GS 69) enfatizan la santidad y militancia vivida en la caridad fraterna, que se realiza en la pobreza espiritual y solidaria. Esto es, siguiendo al Dios revelado (encarnado) en Jesús humilde y pobre-crucificado, la comunión de vida, de bienes y de acción por la justicia con los pobres de la tierra. En contra de estos falsos dioses e ídolos de la riqueza-ser rico, del individualismo posesivo y de la violencia, tan propias de esas existencias burguesa y totalitarias. Es lo que han vivido y testimoniado los santos, (por ejemplo) San Francisco de Asís como remarca Francisco (FT 2), que son pioneros, modelos e inspiradores de todo este humanismo y personalismo integral e inspirado en la fe.


Por tanto, Francisco continua y profundiza a sus predecesores como San Juan Pablo II en Centesimus annus (CA 35) o Benedicto XVI (CV 37-38), que ya delinean la ecología integral (CA 37-40, CV 48-52) con ese dialogo interdisciplinar con las ciencias, como son las humanas o sociales; poniendo así los cimientos sólidos de esta enseñanza social y moral que alienta a la conversión espiritual, ética y ecológica, esa ecología integral con una paz justa. La ecología espiritual, humana, social y ambiental que muestra la ley natural, moral y divina. La verdadera naturaleza humana, con su sentido de trascendente (LS 155), es el pilar firme de la defensa de la vida, de la dignidad y de los derechos humanos. Tal como, a su vez, de forma pionera transmite el legado tomasiano con la escuela de Salamanca, Vitoria, Soto, Montesinos o Santo Toribio de Mogrovejo y San José de Anchieta (QA 65). Se visibiliza, pues, como la enseñanza social y ética con la ecología integral tiene como sustrato esta cualificada antropología, nutrida igualmente por la fe, como enseñó magistralmente Benedicto XVI (CV 75).

Lo anterior, clara e imprescindiblemente, supone una bioética científica, personalista y global, como tan acertadamente prosigue comunicando Benedicto XVI (CV 72). Es preciso y diáfano observar cómo ley natural expresa la ética global, mundial y universal, tan propia de la fe como nos enseña la Palabra y Tradición de la fe, lo que es básico para el control y regulación de esta época la globalización en la que nos encontramos. La ecología integral con la bioética global, pues, promociona el cuidado y protección de la vida e integridad humana en todas sus fases, desde el inicio con la concepción como se evidencia por la ciencia (EV 60), en su desarrollo y muerte natural. Tal como enseña Francisco (LS 115-122, FT 18-19), en continuidad con San Juan Pablo II (EV 3) y Benedicto XVI (CV 71-75), prologando igualmente la herencia del Vaticano II (GS 27). Con la orientación de dicho concilio, asentado en dicha ley natural y moral, San Juan Pablo II afirma como “intrínsecamente malos” («intrinsece malum») todos estos actos contrarios a la vida y “respeto debido a la persona humana” (VS 80).

En este sentido, junto a este magisterio de San Juan Pablo II con Benedicto XVI, Francisco (FT 208-209) enseña la importancia decisiva de “la naturaleza humana” con su ley natural y moral, que nos transmite “las verdades” éticas y “valores universales” permanentes. “Las normas morales que prohíben el mal intrínseco, sin privilegios ni excepciones para nadie” (FT 209). Desde el mismo comienzo de su enseñanza, el Papa Francisco muestra esta verdad objetiva y consistencia de la moral, con sus principio o valores irrenunciables e innegociables, frente a todo individualismo relativista y nihilista (LS 122-123).

En esta ley natural y moral, como contenido constitutivo de dicha ecología humana e integral, hay que promover una adecuada sexualidad y afectividad del hombre con la mujer. Es decir, la diversidad y complementariedad antropológica de lo masculino con lo femenino con esa comunión de amor fiel, de vida fecunda que sustenta a la realidad del matrimonio y de la familia e hijos. El matrimonio y familia es santuario de vida, de una existencia sociable, virtuosa, ética y solidaria, comprometida por el bien común y la justicia con los pobres. En el camino de San Juan Pablo II con Familiaris consortio (FC), todo ello lo muestra Francisco con su enseñanza sobre la ecología humana e integral (LS 155, FT 208-209) y la alegría del amor humano (AL) con sus realidades psicológicas, emocionales, afectivas, éticas y sociales (AL 146, 183 y 291). Los Papas visibilizan así un matrimonio y familia imbuido por el humanismo y personalismo solidario e inspirado en la fe, en estado de misión, con esa existencia de pobreza espiritual y solidaria, que se hace militancia por el bien común, por la paz y la justicia con los pobres. En contra del concepto burgués, individualista e insolidario del matrimonio y la familia.

Desde Pio XI, la enseñanza de la iglesia comunica la importancia esencial de un amor más universal y extenso, la caridad política, que es sustancial para moral y la fe. Es el constitutivo amor civil, con su carácter público e institucional de la realidad y de la fe teologal; con esa virtud central de la caridad política, unida inseparablemente a la justicia social e internacional, que busca la civilización del amor y el bien de toda la humanidad. A este propósito, la justicia junto al desarrollo humano y la ecología integral conforman una paz justa que, como ya se encuentra en el Vaticano II (GS 80-82) y los Papas como San Juan Pablo II (CA 52, EV 27), se opone a toda guerra y violencia, por ello, ya no se puede sostener la idea de una guerra justa (FT 258). Esto mismo había sido señalado anteriormente por San Juan Pablo II, que rechaza “este concepto de guerra justa” (Viaje desde UK a Roma, 2-6-1982). Terminamos, en este camino de la tradición y magisterio de la iglesia, con la esperanza trascendente (escatológica) que Francisco nos transmite. Esa “seguridad que tenemos. Jesús es el eterno viviente. Aferrados a Él viviremos y atravesaremos todas las formas de muerte y de violencia que acechan en el camino” (Christus vivit 127).