A las 12 del mediodía de hoy, el Santo Padre Francisco se asomó a la ventana del estudio del Palacio Apostólico Vaticano para recitar el Ángelus con los aproximadamente 12.000 fieles y peregrinos reunidos en la Plaza de San Pedro.
Estas fueron las palabras del Papa al introducir la oración mariana:
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Palabras del Papa
Queridos hermanos y hermanas, ¡Feliz domingo!
El Evangelio de la liturgia de hoy (Mc 6,30-34) narra que los apóstoles, al regresar de su misión, se reúnen en torno a Jesús y le cuentan lo que han hecho; entonces él les dice: «Venid vosotros solos a un lugar desierto y descansad un poco» (v. 31). La gente, sin embargo, comprende sus movimientos y, al bajar de la barca, Jesús encuentra a la multitud que le espera, siente compasión de ellos y comienza a enseñar (cf. v. 34).
Así que, por un lado, la invitación al descanso y, por otro, la compasión de Jesús por la multitud -es muy bonito pararse a reflexionar sobre la compasión de Jesús-. Parecen dos cosas irreconciliables, la invitación al descanso y la compasión, pero en cambio van juntas: descanso y compasión. Veamos.
Jesús está preocupado por el cansancio de los discípulos. Tal vez está captando un peligro que puede afectar también a nuestra vida y a nuestro apostolado, cuando, por ejemplo, el entusiasmo en llevar a cabo la misión, o el trabajo, así como el papel y las tareas que se nos encomiendan nos hacen víctimas del activismo, y esto es malo: demasiado preocupados por las cosas que hay que hacer, demasiado preocupados por los resultados. Y entonces sucede que nos agitamos y perdemos de vista lo esencial, corriendo el riesgo de agotar nuestras energías y caer en la fatiga del cuerpo y del espíritu. Esta es una advertencia importante para nuestras vidas, para nuestra sociedad que a menudo es prisionera de la prisa, pero también para la Iglesia y el servicio pastoral: hermanos y hermanas, ¡cuidémonos de la dictadura del hacer! Y esto puede suceder también por necesidad en las familias, cuando por ejemplo el padre, para ganarse el pan, se ve obligado a ausentarse para ir a trabajar, teniendo así que sacrificar tiempo para dedicarlo a la familia. A menudo se van temprano por la mañana, cuando los niños aún duermen, y vuelven tarde por la noche, cuando ya están en la cama. Y esto es una injusticia social. En las familias, padre y madre deberían tener tiempo para compartir con sus hijos, para hacer crecer este amor familiar y no caer en la dictadura del hacer. Pensemos qué podemos hacer para ayudar a las personas que se ven obligadas a vivir así».
Al mismo tiempo, el descanso que propone Jesús no es una huida del mundo, un retiro en el bienestar personal; al contrario, ante las personas perdidas siente compasión. Y así aprendemos del Evangelio que estas dos realidades -descanso y compasión- van unidas: sólo si aprendemos a descansar podremos tener compasión. En efecto, sólo es posible tener una mirada compasiva, que sepa captar las necesidades del otro, si nuestro corazón no está consumido por la ansiedad del hacer, si sabemos detenernos y, en el silencio de la adoración, recibir la Gracia de Dios.
Entonces, queridos hermanos y hermanas, podemos preguntarnos: ¿sé detenerme durante mi jornada? ¿Sé tomarme un momento para estar conmigo mismo y con el Señor, o estoy siempre atrapado en la prisa, en el ajetreo de las cosas por hacer? ¿Sabemos encontrar algún «desierto» interior en medio del ruido y las actividades de cada día?
Que la Santísima Virgen nos ayude a «descansar en el Espíritu» incluso en medio de todas las actividades cotidianas, y a estar disponibles y ser compasivos con los demás.
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Después del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas
Esta semana comenzarán en París los Juegos Olímpicos, a los que seguirán los Juegos Paralímpicos. El deporte tiene también una gran fuerza social, capaz de unir pacíficamente a personas de culturas diferentes. Espero que este acontecimiento sea un signo del mundo inclusivo que queremos construir, y que los atletas, con su testimonio deportivo, sean mensajeros de paz y buenos modelos para los jóvenes. En particular, según la antigua tradición, las Olimpiadas pueden ser una ocasión para establecer una tregua en las guerras, demostrando un sincero deseo de paz.
Saludo a todos vosotros, romanos y peregrinos de Italia y de muchos países. Saludo en particular al Equipo Notre Dame de la diócesis de Quixadá, en Brasil; a la Asociación «Assumpta Science Center Ofekata», comprometida en proyectos de solidaridad para África.
Saludo también a los Trabajadores silenciosos de la Cruz y al Centro Volontari della Sofferenza, unidos en la memoria de su fundador, el beato Luigi Novarese; a los aspirantes y jóvenes profesos del Instituto de los Misioneros de la Realeza de Cristo; a los jóvenes del grupo vocacional del Seminario menor de Roma, que han recorrido el camino de san Francisco desde Asís hasta Roma.
Recemos, hermanos y hermanas, por la paz. No olvidemos a la atormentada Ucrania, Palestina, Israel, Myanmar y tantos otros países que están en guerra. No lo olvidemos, no lo olvidemos. ¡La guerra es una derrota!
Les deseo a todos un buen domingo. Y, por favor, no olvidéis rezar por mí. Buen almuerzo y ¡adiós!