El volumen, editado por la Librería Editorial Vaticana (LEV), estará a la venta desde el viernes 14 de junio.
En el momento histórico especialmente oscuro que vivimos, los Juegos Olímpicos y Paralímpicos de París son una oportunidad para la paz. Pensando en el valor de la tregua olímpica -propuesta por las Naciones Unidas- mi esperanza es que el deporte pueda concretamente tender puentes, derribar barreras, fomentar relaciones pacíficas. Las Naciones Unidas propusieron la duración de la Tregua Olímpica: desde una semana antes del comienzo de los Juegos de París hasta una semana después de la clausura de los Paralímpicos. El auténtico espíritu olímpico y paralímpico es un antídoto para no caer en la tragedia de la guerra y redimirse poniendo fin a la violencia.
Sí, hoy mi esperanza es que pueda aceptarse el llamamiento a la tregua desencadenado por el lenguaje popular olímpico común, comprensible para todos, en todas las latitudes. Mi esperanza es que el deporte olímpico y paralímpico -con sus apasionantes historias humanas de redención y fraternidad, sacrificio y lealtad, espíritu de equipo e inclusión- pueda ser un canal diplomático original para superar obstáculos aparentemente infranqueables.
La Carta Olímpica enuncia el principio de la centralidad de la persona en su dignidad y se compromete a contribuir a la construcción de un mundo mejor, sin guerras, educando a los jóvenes mediante el deporte practicado sin discriminación, en un espíritu de amistad y solidaridad. Está en el alma de la actividad deportiva unir y no dividir, y los cinco anillos entrelazados, símbolo y bandera de los Juegos Olímpicos, representan precisamente el espíritu de fraternidad que debe caracterizar el acontecimiento olímpico y la competición deportiva en general.
Me gustó especialmente que en 2021 el Comité Olímpico Internacional decidiera añadir “Communiter”, es decir, “Juntos”, como cuarta palabra del famoso lema olímpico: “Citius, altius, fortius” (“Más rápido, más alto, más fuerte”), ideado por el predicador dominico francés Henri Didon.
¡Communiter! El deporte es de todos y para todos: es un derecho. El deporte es un siempre nuevo Cántico de las Criaturas que veo ‘abrazado’ por mis Encíclicas Laudato si’ y Fratelli tutti. El verdadero deporte -tejido de gratuidad, de amateurismo- es una gran «carrera de relevos» en el «maratón de la vida», con el testigo que pasa de mano en mano, cuidando de que nadie se quede solo. Ajustando el propio ritmo al del último.
Personalmente, tengo la experiencia del niño luchando, en la calle, con la pelota de trapo y creo que el deporte no debe perder nunca ese estilo de sencillez que pone freno a la búsqueda inmoderada del dinero y del éxito «a toda costa». Con el riesgo de abrumar a los deportistas en nombre del beneficio, haciéndoles perder la alegría que les atrae desde la infancia.
Olimpíadas y Paralimpíadas por tanto, al estilo “Communiter”: en esta perspectiva, la palabra clave para el deporte, hoy más que nunca, es «cercanía». Esta es la primera sugerencia que, como «entrenador del corazón», propongo siempre a Athletica Vaticana para esbozar la esencia de su presencia compartida: correr o montar en bicicleta o jugar juntos con todos los deportistas. Uniendo talentos diferentes se construye también una sociedad mejor y más justa. Cuando hacemos deporte juntos, no importa de dónde venga una persona, su lengua o su cultura o religión. Esto también es una lección para nuestras vidas y nos recuerda la fraternidad entre las personas, independientemente de sus capacidades físicas, económicas o sociales.
Los Juegos Olímpicos y Paralímpicos son también una oportunidad para acoger historias de mujeres y hombres con diferentes experiencias humanas, culturales y religiosas. En particular, aliento los esfuerzos para garantizar que a todos los atletas, mujeres y hombres, se les reconozca la misma dignidad, independientemente del número de medallas y de las clasificaciones competitivas.
Pienso en las deportistas y en los deportistas refugiados que cuentan historias de redención, esperanza e inclusión: la nadadora olímpica siria que empuja su bote por mar abierto hasta la isla de Lesbos -donde he visitado personalmente el campo de refugiados en dos ocasiones, en 2016 y 2021- rescatando a 18 personas, y la nadadora afgana nacida sin brazos que se convierte en campeona paralímpica. No son «solo» mujeres y hombres del deporte. Son mujeres y hombres de paz, protagonistas de la esperanza tenaz y la capacidad de levantarse tras un «mal momento».
Los Juegos Olímpicos y Paralímpicos son oportunidades para la paz: retomo la idea que propuse al comienzo de mi reflexión y que constituye el hilo conductor de esta. El Papa personalmente y la Santa Sede alientan y apoyan el movimiento olímpico y paralímpico. Así ha sido desde que mi predecesor San Pío X recibió a Pierre de Coubertin y dio vida en el Vaticano, entre 1905 y 1913, a eventos deportivos internacionales con la participación de jóvenes discapacitados, amputados e invidentes.
Es el mismo estilo que el Dicasterio para la Cultura y la Educación, al que en la Constitución Apostólica Praedicate Evangelium confié el cuidado del deporte, y Athletica Vaticana están poniendo en práctica también en contextos internacionales proponiendo una visión fraterna, inclusiva y solidaria del deporte. Una experiencia de «cercanía» que puede contribuir vivamente a mantener encendida y alimentada la llama del alma olímpica y paralímpica en las próximas ediciones con atletas de todo el mundo.