Franciscanos seglares, “sed espejos de Cristo”

Audiencia con los participantes en el Capítulo General de la Orden

Franciscanos seglares espejos Cristo
©Vatican Media

“Como Francisco fue un ‘espejo de Cristo’, que vosotros también os convirtáis en ‘espejos de Cristo’, dijo el Papa Francisco a los Franciscanos seglares. Esta vocación, describió el Santo Padre, “brota de la llamada universal a la santidad”. Estar en medio del mundo con el espíritu franciscano, abriendo el corazón a Cristo y sin olvidar a los pobres. Con estas ideas, Francisco se ha dirigido en la mañana de hoy, 15 de noviembre de 2021, a los Franciscanos seglares que participan en el Capítulo de la Orden.

A continuación, sigue el discurso completo de Francisco traducido del italiano por Exaudi.

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Discurso del Santo Padre

Queridos hermanos y hermanas de la Orden Franciscana Seglar, ¡buenos días! Os saludo con las palabras que san Francisco dirigía a los que encontraba en su camino: “¡Que el Señor os dé la paz!”. Me complace daros la bienvenida con motivo de su Capítulo General. En este contexto, me gustaría recordar algunos elementos propios de vuestra vocación y misión.

Vuestra vocación proviene de la llamada universal a la santidad. El Catecismo de la Iglesia Católica recuerda que “los laicos participan del sacerdocio de Cristo: cada vez más unidos a él, despliegan la gracia del Bautismo y de la Confirmación en todas las dimensiones de la vida personal, familiar, social y eclesial, y realizan así la llamada a la santidad dirigida a todos los bautizados”. Esta santidad, a la que estáis llamados como franciscanos seglares, como os piden las Constituciones generales y la Regla aprobada por San Pablo VI, implica la conversión del corazón, atraído, conquistado y transformado por Aquel que es el único Santo, que es “el bien, todo el bien, el bien supremo”. Esto es lo que os convierte en verdaderos “penitentes”.

San Francisco, en su Carta a todos los fieles, presenta el “hacer penitencia” como un camino de conversión, un camino de vida cristiana, un compromiso para hacer la voluntad y las obras del Padre celestial. En su Testamento, describe su propio proceso de conversión con estas palabras, que vosotros conocéis bien: “El Señor me dio a mí, el hermano Francisco, el comenzar a hacer penitencia de esta manera: cuando estaba en pecado, me parecía demasiado amargo ver a los leprosos. Y cuando me alejé de ellos, lo que me parecía amargo se transformó en dulzura de mente y cuerpo. Y luego me quedé un rato y dejé el mundo”.

El proceso de conversión es así: Dios toma la iniciativa: “El Señor me dio el comenzar a hacer penitencia”. Dios lleva al penitente a lugares donde nunca hubiera querido ir: “Dios me llevó entre ellos, los leprosos”. El penitente responde aceptando ponerse al servicio de los demás y usando la misericordia con ellos. Y el resultado es la felicidad: “Lo que me parecía amargo se convirtió en dulzura de mente y cuerpo”. Precisamente el camino de conversión de Francisco.


Esto, queridos hermanos y hermanas, es lo que os exhorto a realizar en vuestras vidas y en vuestra misión. Y, por favor, no confundamos “hacer penitencia” con “obras de penitencia”. El ayuno, la limosna y la mortificación son consecuencias de la decisión de abrir el corazón a Dios. ¡Abre tu corazón a Dios! Abre tu corazón a Cristo, viviendo en medio de la gente común, al estilo de San Francisco. Como Francisco fue un “espejo de Cristo”, que vosotros también os convirtáis en “espejos de Cristo”.

Sois hombres y mujeres comprometidos a vivir en el mundo según el carisma franciscano. Un carisma que consiste esencialmente en observar el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo. La vocación del franciscano seglar es vivir el Evangelio en el mundo al estilo del Poverello, sine glossa; tomar el Evangelio como “forma y regla” de vida. Os animo a abrazar el Evangelio como abrazáis a Jesús. Dejad que el Evangelio, es decir, Jesús mismo, moldee vuestra vida. De este modo, asumirás la pobreza, la minoría de edad, la sencillez como tus señas de identidad ante todos.

Con esta identidad franciscana y seglar, sois parte de la Iglesia saliente. Vuestro lugar preferido es estar en medio de la gente, y allí, como laicos -célibes o casados-, sacerdotes y obispos, cada uno según su vocación específica, dar testimonio de Jesús con una vida sencilla, sin pretensiones, contentos siempre de seguir a Cristo pobre y crucificado, como hicieron San Francisco y tantos hombres y mujeres de vuestra Orden.

Os animo también a salir a las periferias, a las periferias existenciales de hoy, y a hacer resonar allí la palabra del Evangelio. No olvidéis a los pobres, que son la carne de Cristo: a ellos estáis llamados a anunciar la Buena Noticia, como hizo, entre otros, Santa Isabel de Hungría, vuestra Patrona.

Y así como ayer las “fraternidades de penitentes” se distinguieron por fundar hospitales, dispensarios, comedores y otras obras de caridad social concreta, hoy el Espíritu os envía a ejercer la misma caridad con la creatividad que requieren las nuevas formas de pobreza. Que vuestra secularidad esté llena de cercanía, compasión y ternura. Y que seáis hombres y mujeres de esperanza, comprometidos a vivirla y también a “organizarla”, traduciéndola en las situaciones concretas de cada día, en las relaciones humanas, en el compromiso social y político; alimentando la esperanza en el mañana aliviando el dolor de hoy. Y todo esto, queridos hermanos y hermanas, estáis llamados a vivirlo en fraternidad, sintiéndoos parte de la gran familia franciscana.

En este sentido, os recuerdo el deseo de Francisco de que toda la familia permanezca unida, respetando ciertamente la diversidad y la autonomía de los distintos componentes y también de cada miembro. Pero siempre en una comunión vital mutua, soñando juntos con un mundo en el que todos sean y se sientan hermanos, y trabajando juntos para construirlo: hombres y mujeres luchando por la justicia, y trabajando por una ecología integral, colaborando en proyectos misioneros y convirtiéndose en artesanos de la paz y testigos de las Bienaventuranzas.

Así que comenzamos con el camino de la conversión, y luego todas estas propuestas de fecundidad, que provienen de un corazón unido al Señor y amante de la pobreza. Que San Francisco y todos los santos de la familia franciscana os acompañen en vuestro camino. Que el Señor os bendiga y que Nuestra Señora, “Virgen hecha Iglesia”, os proteja. Y, por favor, no olvidéis rezar por mí. Gracias.