Agustín Ortega, doctor en Humanidades y Teología y colaborador de Exaudi, ofrece esta reseña sobre su reciente libro Filosofía, ética y pensamiento psicosocial hispanoamericano. En diálogo cultural hacia el humanismo con la educación. Moldavia: Editorial Generis.
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En este artículo, trataremos de exponer y profundizar algunas claves que constituyen mi nuevo libro. Un hilo conductor que hemos pretendido establecer es el diálogo y encuentro entre el pensamiento europeo u occidental, en especial desde el humanismo como es (por ejemplo) el personalismo, con el del Sur empobrecido, el latinoamericano, etc. Y todo ello inspirado en la fe cristiana-católica con movimientos tan relevantes como los obreros y apostólicos, la JOC o la HOAC, las comunidades eclesiales de base y su espiritualidad liberadora que tanto ha marcado a la teología e Iglesia latinoamericana en su opción por los pobres y la liberación integral (Medellín, Puebla hasta llegar a Aparecida); con testimonios y mártires, algunos de ellos muy reconocidos por el Papa Francisco, como E. Mounier, G. Rovirosa, E. Merino, T. Malagón, L. Milani, H. Cámara, L. Grande, L. Proaño, Mons. Romero u otros mártires salvadoreños y un largo etc.
Hay mucha vida y fecundidad en todo este humanismo ético, social, espiritual e integral, manifestado en todas estas realidades culturales y experiencias del pensamiento humanista, personalista y latinoamericano inspirado por la fe e Iglesia. Lo que cual posibilita promover una cultura y alternativas éticas con propuestas sociales que, con su base en toda esta espiritualidad liberadora e integral, puede ir contribuyendo a buscar e ir logrando ese otro mundo posible que tanto anhelamos. Tal como asimismo nos muestra el pensamiento social cristiano-católico y la conocida como Doctrina Social de la Iglesia (DSI) con el magisterio de los papas como Francisco que, como se repite hasta la saciedad, es el tesoro escondido de la Iglesia. Y este tesoro de dicho pensamiento social y DSI es ocultado, o hasta manipulado, por poderes de todo tipo, con ideologizaciones que lo deforman.
Esta cultura y pensamiento está marcado por la pasión por la realidad, la religación y honradez con lo real, con un conocimiento crítico y transformador de toda esta realidad personal, humana, social e histórica. Desde el protagonismo, promoción y liberación integral de las personas, de los pueblos y de los pobres de la tierra. Las personas, los pueblos y los pobres son sujetos de la vida, de la gestión de la existencia y del desarrollo liberador e integral, de la fe y misión de la Iglesia. Las vocaciones, capacidades y posibilidades (con todos los talentos o carismas) de las personas, de los pueblos y de los pobres: marcan la realidad de la humanidad, de la fe e Iglesia para la misión, desarrollo y liberación integral. Y que como toda auténtica vocación, humanización y liberación surge del Don (Gracia) de los otros y del Otro, de Dios mismo que con el regalo de su amor liberador nos va reconciliando, perdonando y humanizando integralmente con la llamada a la conversión, a la espiritualidad y mística de encarnación.
Verdaderamente, la entraña de lo real es este Don-Gracia del amor que nos va convirtiendo transformadoramente a la fraternidad solidaria y a la justicia liberadora con los otros, con los pueblos y con los pobres. El corazón de la realidad es esta mística del encuentro en comunión con los otros y el Otro, con Dios, con la humanidad y con los pobres, en esta alteridad humanista, personalista, comunitaria, solidaria y liberadora. Un amor de comunión con el Dios que se nos revela en Jesucristo, con su Iglesia y con sus hermanos predilectos, más pequeños, los pobres de la tierra al servicio de la misión, de la fe y de la justicia liberadora. Las personas y la fe están constituidas por este amor fraterno que se hace misericordia y que, en esta compasión cordial, lleva al corazón la realidad de las miserias, de los sufrimientos e injusticias que padecen los otros, los pueblos y los pobres. Esta espiritualidad, ética e inteligencia cordial realiza la “memoria passionis”, la com-pasión y justicia con las víctimas de la historia, con los pueblos crucificados por el mal e injusticia y con los pobres de la tierra. Es la memoria que, en dicho re-cordar permanente y actual, lleva en el corazón las causas liberadoras de los pobres, oprimidos y mártires de la justicia, su cultura, tradiciones, religiosidad popular y espiritualidad.
Una humanidad e Iglesia misionera, en salida hacia las periferias y reverso de la historia, humanidad e Iglesia pobre con los pobres, en el servicio de la fe y de la justicia liberadora del egoísmo con sus ídolos de la riqueza-ser rico, del tener y del poder. Una espiritualidad y moral que se realiza en el seguimiento de Jesús, sirviendo al Reino de Dios y su justicia con los pobres que se opone a todo este anti-reino e imperialismos de la riqueza-ser rico, del poseer y del poder. El Don de la Gracia liberadora que se acoge y contempla se hace acción (praxis histórica) luchando por la paz y la justica en el mundo, compromiso socio-político por la transformación de la realidad. Es la vida teologal con las virtudes de la fe, de la esperanza y de la caridad que tienen un constitutivo carácter social, público y ético-político. El valor ético, espiritual y virtud teologal de la caridad política que busca la civilización del amor, transformar las causas de los males e injusticias con sus estructuras de pecado, sus mecanismos perversos y el des-orden establecido.
Desde esta espiritualidad con el Don del amor solidario y del principio-misericordia en la opción liberadora con los pobres, se realiza la militancia, el compromiso y profetismo por la utopía real de la civilización del trabajo y de la pobreza, frente a la del capital y de la riqueza-ser rico. La dignidad del trabajo y la economía ética que sirva a las necesidades de las personas, al desarrollo humanizador de los pueblos junto a la liberación integral con los pobres, siempre están antes que el capital, el lucro y beneficio. Una economía y mercado moral que se fundamente en el principio básico del destino universal de los bienes, la justa distribución de los recursos, que tiene la prioridad sobre la propiedad. Y es que la propiedad, para ser legitima y ética, debe servir a esta equidad en el destino común de los bienes. De esta forma, se van realizando los valores e ideales que orientan a la política. Tales como el bien común y la justicia, que promueven las condiciones sociales e históricas para asegurar los derechos humamos: la educación y cultura, la sanidad y medicamentos, la alimentación y el agua; la vivienda e infraestructuras imprescindibles, como son las energías ecológicas o el transporte sostenible.
Todo lo anterior, como ya indicamos, supone de forma imprescindible la civilización de la pobreza, esto es, la solidaridad en el compartir y comunión de vida, de bienes y de luchas liberadoras por la justicia con los pobres. Unos estilos de vida austera, sobria y del ser solidarios en el compromiso por la justicia con los pobres, que se oponen a los ídolos de la riqueza-ser rico, del tener, del poseer y consumismo. Se posibilita así la paz y la ecología integral en esta comunión con Dios, con los pobres y con el planeta-creación. Fomentando un auténtico desarrollo humano, la ética del cuidado y la justicia ecológica personal (o ecología mental), social y ambiental que se hace cargo del grito de los pobres y del clamor de esa casa común que es el planeta tierra. No habrá paz ni reconciliación sin esta civilización del trabajo, de la pobreza y de la ecología integral que promueve la justicia, la solidaridad y el desarrollo global. Es la mundialización de la paz, de la solidaridad y de la justicia global (socio-ambiental) frente a la globalización neoliberal del capital, de la guerra y de la destrucción ecológica.
El principio crítico y ético-práctico que debe orientar a toda la realidad, humanidad y mundo: es el de promover la vida en todas sus fases (desde el inicio con la fecundación-concepción hasta el final), formas y dimensiones. La defensa y promoción de este principio-vida con la opción por los pobres, a los que se les niega permanentemente esta vida y dignidad sagrada e inviolable de toda persona, nos lleva a oponernos a este sistema e ideología perversa que domina actualmente. Tal como es el neoliberalismo con el capitalismo, hoy ya global. Como se muestra en la verdad de la realidad histórica, al igual que el totalitarismo del comunismo colectivista o colectivismo (leninista-stalinista), con su materialismo economicista e individualismo insolidario el capitalismo es intrínsecamente inhumano, inmoral e injusto; ya que impide la vida y dignidad de los pueblos, de los pobres y del planeta con sus crecientes y obscenas desigualdades e injusticias sociales, globales y ecológicas. Destruyendo de este modo por hambre, pobreza y depredación ambiental a las personas, a los pobres y al planeta.
En este principio-vida y compromiso por la justicia social (global/ecológica), pilares fundamentales son el matrimonio, la familia y la mujer que, en el amor con el hombre, de forma fecunda se abren a la vida, a los hijos y a la solidaridad. No hay futuro sin el protagonismo e igualdad de las mujeres, de los matrimonios y familias que dan vida, que ejercen la solidaridad y el compromiso por la justicia. Mujeres, matrimonios y familias misioneras y pobres que se entregan por la liberación integral con los pobres de la tierra, con las mujeres excluidas y familias empobrecidas del mundo. Frente a la familia burguesa e individualista, atrapadas por las idolatrías de la riqueza-ser rico, del tener, hedonismo y consumismo. Por tanto, el Dios de la vida revelado en Jesús nos llama a toda esta existencia en el amor fraterno, en la santidad de la pobreza solidaria y justicia con los pobres. Acogiendo así, realmente, el Don de la Gracia liberadora y de la vida humana, plena y eterna que se consumará en las tierras nuevas y en los cielos nuevos.