Progenitor de Alfonso X el Sabio, junto a quince vástagos nacidos de dos matrimonios, es una de las egregias figuras de la historia de España. Además de rescatar del dominio musulmán una importante parte de su territorio, conservando intacta la herencia de la fe católica que recibió, conquistó los altares.
Pudo nacer en Zamora, España, en 1199. Sus padres, Alfonso IX de León y Berenguela de Castilla pusieron a su alcance, por razones de cuna, la alta responsabilidad de heredar el reinado. Su ascenso al trono tuvo lugar en un entramado de oscuras ambiciones peligrando su vida. Su madre logró que este primogénito de sus hijos ciñese la corona, aunque su esposo había pensado en Sancho.
Respaldado por los pontífices Inocencio III y Honorio III, asumió el poder en 1217 extendiendo su dominio por los reinos de Jaén, Córdoba, Sevilla y Extremadura, que estaban en poder de los musulmanes, haciendo lo propio a través de su hijo Alfonso X, con Murcia. Miles de kilómetros ganados a pulso con su valentía y su fe. Se casó con Beatriz de Suabia con la que tuvo diez hijos, y a su muerte nuevas nupcias lo ligaron a Juana de Ponthieu que le dio cinco hijos más.
Además de un gran conquistador fue lo que se diría un mecenas que se ocupó de las artes y de las letras. Crítico y exigente por tener unas altas metas que siempre se propuso alcanzar, observó la escasa calidad que había en la universidad palentina que mandó clausurar y se centró en la universidad de Salamanca, que había fundado Alfonso IX de León en 1215, convirtiéndola en una de las más reputadas de Europa, un centro neurálgico de la cultura que aún persiste.
Promovió la traducción del Fuero Juzgo, y a él se debe fundamentalmente que el castellano se hablase en su reino, desplazando al latín. Impulsó libros como el Septenario, de temática pedagógica y filosófica, además de contener aspectos relativos al derecho común.
Hizo posible que viese la luz el Tratado de la Nobleza y Lealtad, que abundando en el derecho político ofrece normas de deberes y virtudes que deben adornar a un buen gobernante. En ellos se aprecia el influjo de la escolástica y las tesis de san Isidoro y de santo Tomás. La música tuvo también su espacio en el reinado del santo. Alentó a grandes creadores y compositores dotándoles de los medios adecuados. Para muestra, el alcance de la obra de su propio hijo Alfonso X, el Sabio.
Inquieto siempre y mostrando su amor a la Iglesia, Fernando III mandó erigir las catedrales de Burgos, puede que la de León, dejando impulsada la de Toledo. Iglesias, conventos y hospitales surgieron al amparo de su reinado y su tutela.
Fernando fue eminentemente mariano. No en vano siendo niño la Virgen le devolvió la salud cuando su madre lo puso bajo el amparo de santa María de Oña para que Ella lo sanase de una compleja enfermedad cutánea. La Madre del cielo le hizo amar la castidad y fue un hombre fiel a lo largo de su vida. Cuando se halló en el trance de conquistar la plaza de Sevilla, portaba una bandera con la efigie de la Virgen.
No fue una batalla sencilla y hubo momentos en los que sus propias tropas se desanimaron temiendo perderla. Los musulmanes habían apreciado el alcance que tenía para sus oponentes contar con la presencia de la Virgen impresa en aquél estandarte, y dirigieron sus armas al mismo con el objeto de destruirlo. Pero Fernando personalmente remendó los jirones de aquel amado símbolo religioso que les guiaba.
Cuando el 23 de noviembre de 1248 el emir Axataf, caid de la ciudad de Sevilla, se rindió ante Fernando entregándole las llaves de la ciudad, ya se había producido otro acto de fe del santo que obtuvo la gracia de conquistar la capital con la bendición de María. Porque él la había invocado en el Cerro de Cuarto postrándose de hinojos ante la imagen de la Virgen que siempre portaba consigo, orando así: “¡Váleme, Señora, que si te dignas hacerlo, en este lugar te labraré una capilla, en la que a tus pies depositaré como ofrenda, el pendón que a los enemigos de España y de nuestra Santa Fe conquiste!”.
Según se cuenta, ordenó al maestre Pelay Pérez Correa que le acompañaba, que clavara su espada en el suelo y dijo: “¡Si Dios quisiere agua aquí hubiere!”. Instantáneamente brotó un manantial que se conocería como “Fuente del Rey”, que se halla en la localidad sevillana de Dos Hermanas.
Concluía este triunfo, debido a su fe mariana, impulsando la construcción de una ermita en el Cerro de Cuarto donde colocó la imagen sedente de María que tiene a su divino Hijo sentado en el lado de izquierdo, llevando un pajarillo en su mano derecha. La invocó con el nombre de Nuestra Señora de Valme (de ¡Váleme!), poniendo a sus pies el pendón que había arrebatado a los musulmanes, como le prometió.
En su tienda siempre había mantenido una imagen de María hecha de marfil de 40 cm. Presidía su frágil descanso ya que estaba en la cabecera de su cama y ante ella oraba horas antes de la batalla. Se halla en la cripta de la capilla real de la catedral hispalense. Otra imagen más pequeña iba sujeta al arzón de su montura acompañándole en todas las batallas contra los infieles. Se ignora el paradero de esta imagen conocida como la Virgen del Arzón.
Murió con fama de santidad el 30 de mayo de 1252 en Sevilla después de haber recibido la comunión con espíritu penitente y ante los miembros de su familia. Despojado de sus vestiduras reales había orado: “Señor, desnudo salí del vientre de mi madre, la tierra y desnudo me ofrezco a ella. Señor, recibe mi alma entre tus siervos”.
Su cuerpo incorrupto se halla en una urna de plata en la capilla real de la catedral hispalense. Había dispuesto ser enterrado debajo de la imagen de la Virgen de los Reyes, patrona de la archidiócesis de Sevilla, imagen que pudo regalarle su primo el rey san Luís de Francia. Canonizado por Clemente X en 1671. Es patrón de Sevilla.
© Isabel Orellana Vilches, 2018
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