En estos tiempos, Santo Tomás de Aquino (1224/25-1274) está, especialmente, puesto en escenario: el año pasado, 700 años de su canonización; este 2024, 750 años de su muerte; el 2025, 800 años de su nacimiento. Son muy conocidas su Suma contra gentiles y la Suma teológica, esta última, elaborada para principiantes, como fue su intención. Me ha resultado tonificante la lectura de la Introducción a Tomás Aquino: Doce lecciones (Rialp, 2021) de Josef Pieper (1904-1997). Una lectura fresca, clara que da cabal noticia del entorno y pensamiento de Tomás de Aquino. Una introducción de las más gratas que he leído del filósofo, teólogo, maestro, místico, santo y doctor de la Iglesia.
Tomás de Aquino desarrolla su pensamiento en un tiempo marcado por el gran movimiento de la pobreza evangélica y la aparición de Aristóteles. Su trabajo lo desarrolla en la Universidad de París, en donde teología y filosofía se cultivan con los más grandes maestros de la época. Una universidad volcada al estudio de la realidad en su totalidad, en donde coincidencias y discrepancias se ventilan a través de la disputatio, cuyo punto de partida es la actitud de escucha para comprender los argumentos en discusión. Al respecto, señala Pieper que “a nadie le era permitido contestar inmediatamente a una objeción de su interlocutor; antes bien tenía primero que repetir con sus propias palabras la objeción contraria y asegurarse expresamente de que el otro había querido decir exactamente eso mismo”. Un método y una actitud que le haría mucho bien al mundo de las redes y al escenario político, tanas veces, llenos de agravios y escasos de ideas.
La Biblia y Aristóteles fueron asumidos por Tomás de Aquino en su arduo trabajo intelectual. “La verdad debe ser eficaz por sí misma, con la fuerza intrínseca que tenga y no por una fuerza extraña a ella”. De ahí que el doctor común no se quede en el Aristóteles histórico, busca en él, más bien, luces para alumbrar la verdad. “Los argumentos filosóficos, dice Tomás, son válidos, no a causa de la autoridad de aquellos que lo dicen, sino a causa de lo dicho”, en tanto que desvelan aspectos de la realidad. “Según Santo Tomás, indica Pieper, no son imposibles de conocer ni Dios ni las cosas. Por el contrario, son tan cognoscibles que nunca podemos finalizar la empresa de conocerlos (…). De ahí que haya una cierta desconfianza cuando alguien aparezca con la pretensión de que ha descubierto definitivamente la fórmula del mundo”. Los “ismos” suelen moverse en este campo, reclamando, impropiamente, para sí mismos el monopolio del discurso políticamente correcto. La apertura a las opiniones ajenas y el respeto al interlocutor se aprecian, claramente, en los trabajos de Tomás de Aquino.
Dios, indica Tomás de Aquino, es el mismo Ser Subsistente, a cuya esencia le compete ser el acto puro. Y Pieper recalca que “no es, pues, primariamente decisivo el contenido de la esencia; decisivo es el hecho, escueto pero insondable, por el que un hombre posible se distingue de un hombre real. Naturalmente hay un rango de los entes existentes según la riqueza de contenido de la esencia, según la perfección de la essentia. Lo decisivo es el actus, el obrar simplemente, la realización de hecho de la esencia, esse est illud quod est intimum cuilibet et quod profundius ómnibus inest, el ser, el acto de ser, es lo más íntimo de todo ente y lo que está más profundamente inmerso en ellos”. Existencia, acto de ser, campos ricos para pensar una y otra vez.
Tomás de Aquino nos invita a mirar con sentido trascendente la realidad creada en una actitud que hermana cuerpo y espíritu, deseo de pan y deseo de Dios, pues supo congeniar fe y razón, las dos alas que nos llevan a contemplar la verdad, en palabras de San Juan Pablo II.