En un reciente libro que recoge escritos de Joseph Ratzinger/Benedicto XVI, Vivir como si Dios Existiera. Una propuesta para Europa (Encuentro, 2023, edición Kindle), cuya selección de textos corre a cargo de Ricardo Calleja Rovira, se muestra el pensamiento del papa emérito alrededor de la cooperación entre fe y razón, cristianismo y racionalidad moderna. Son textos tomados de su investigación teológica, conferencias, mensajes y encíclicas pontificias. El resultado es una panorámica serena y aguda de la presencia de las religiones y de la religión católica, en particular, en la actual cultura occidental moderna.
La aparición del cristianismo es la presencia del Logos divino en la historia: en el principio era el Logos (la Palabra, la razón). El diálogo inicial del cristianismo naciente con Atenas y Roma se hace de Logos a logos (Razón a razón), no es una confrontación con las religiones de la época, sino un diálogo con la filosofía clásica helénica, abierta a la comprensión racional de la realidad. Así, San Pablo, en Atenas, se dirige a los oyentes para hablarles del dios desconocido, el Dios de Abraham, de Jacob de Isaac, cuya segunda Persona se encarnó en Jesucristo: un Dios de los creyentes que es, asimismo, el dios de los filósofos.
En los albores de la modernidad cultural e histórica empieza un proceso separación entre religión y razón. La sola razón bastaría para explicar el mundo, reducido a mera terrenalidad. No habría más que la ciencia empírica, aquella que se puede comprobar en un laboratorio. Un proceso de secularización, ciertamente, con sus luces y sombras. Las luces hacen visible la justa autonomía de las realidades temporales. Las sombras oscurecen -incluso, en ciertas ocasiones, niegan- el sentido trascedente de la realidad, de aquello esencial que habita en las honduras del ser, desapercibido para los sentidos externos, pero no por eso irreal.
La racionalidad moderna, afirma Benedicto XVI, debe ampliar su mirada. Es un empobrecimiento reducir lo real a lo empírico y falsable. Hay otras miradas capaces de observar más aspectos de la realidad que resultan ajenos a los métodos experimentales. No hemos de dejar de lado el aporte de la sabiduría propia de las grandes religiones y tradiciones culturales. La ciencia, la teología, la filosofía, la religión… todas ellas aportan al conocimiento de lo real en su altitud, profundidad y horizonte. Para dar respuesta a las grandes preguntas sobre el sentido de la vida: ¿de dónde venimos?, ¿a dónde vamos?, ¿qué sentido tiene la vida, el sufrimiento?, ¿existe la felicidad, se puede alcanzar? ¿cómo acertar en las decisiones que marcan la narrativa humana?; necesitamos de una racionalidad y sabiduría que no cierren los caminos de acceso a los valles en donde la cabeza y el corazón humanos puedan encontrar sosiego en su búsqueda por la verdad.
La razón puede mucho, pero la persona es mucho más que su razón. Los seres humanos podemos afirmar que Dios no existe o que no sabemos a ciencia cierta que existe, sin embargo, no se puede evitar que asome la duda ¿y si existe? En realidad, a la ciencia humana, le acompaña la duda en sus hallazgos, al “esto es así”, le ronda el “¿y si no es así?”. ¿Entonces qué? ¿Nos abandonamos al mero azar y sinsentido? No, nos agarramos a la humildad intelectual para evitar la autosuficiencia de la racionalidad. El creyente, desde luego, cree en Dios, Uno y Trino, creador del cielo y de la tierra; cree y como está expuesto a la incredulidad al igual que cualquier hijo de vecino, le pide a Dios mismo que le aumente la fe, la esperanza y la caridad. No obstante, para el no creyente o el agnóstico, Pascal, primero, y Benedicto XVI -entre otros- le proponen una opción razonable: vivir como si Dios existiera. No es un salto en el vacío, es sabiduría que sale al paso a la soberbia de la razón.
La religión, del mismo modo, se enriquece y purifica con los hallazgos de la razón, pule sus aristas y enmienda sus desvaríos históricos. Razón y fe se reclaman, no se excluyen, caminan enlazadas, aún cuando entre ellas surjan tensiones o fricciones, en los diversos ámbitos de la sociedad. “En este sentido -dice Benedicto XVI-, el papel de la religión en el debate político -por ejemplo- (…) consiste más bien en ayudar a purificar e iluminar la aplicación de la razón al descubrimiento de principios morales objetivos. Este papel «corrector» de la religión respecto a la razón no siempre ha sido bienvenido, en parte debido a expresiones deformadas de la religión, tales como el sectarismo y el fundamentalismo, que pueden ser percibidas como generadoras de serios problemas sociales. Y a su vez, dichas distorsiones de la religión surgen cuando se presta una atención insuficiente al papel purificador y vertebrador de la razón respecto a la religión. Se trata de un proceso en doble sentido. Sin la ayuda correctora de la religión, la razón puede ser también presa de distorsiones, como cuando es manipulada por las ideologías o se aplica de forma parcial en detrimento de la consideración plena de la dignidad de la persona humana (p. 330)”.
Buscar a Dios, contar con su Presencia en el día a día de la historia humana se convierte así en una garantía de la defensa de la persona humana. Sin Dios, el ser humano corre el riesgo de empequeñecer y deteriorar su dignidad en su andadura histórica.