El P. Jorge Miró comparte con los lectores de Exaudi su comentario sobre el Evangelio de este, domingo 29 de diciembre de 2024, titulado “Familia, buena noticia”
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Celebramos hoy la fiesta de la Sagrada Familia. Dios quiso nacer y crecer en una familia humana. Así, la consagró como camino primero y ordinario de su encuentro con la humanidad.
El matrimonio y la familia no son una invención humana fruto de situaciones culturales e históricas particulares, ni una convención social, un rito vacío o el mero signo externo de un compromiso.
Dios tiene un proyecto sobre el matrimonio y la familia, así nos lo dice Jesús: el Creador en el principio los creó hombre y mujer, y dijo: «Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne»; «lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre». El sacramento del matrimonio es un don para la santificación y la salvación de los esposos, porque «su recíproca pertenencia es representación real, mediante el signo sacramental, de la misma relación de Cristo con la Iglesia. Los esposos son por tanto el recuerdo permanente para la Iglesia de lo que acaeció en la cruz; son el uno para el otro y para los hijos, testigos de la salvación, de la que el sacramento les hace partícipes». El matrimonio es una vocación, en cuanto que es una respuesta al llamado específico a vivir el amor conyugal como signo imperfecto del amor entre Cristo y la Iglesia (cf. AL 71).
La familia cristiana está llamada a ser una verdadera Iglesia doméstica en la que Jesucristo es la piedra angular sobre la que se construye la casa: La Palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza; enseñaos unos a otros con toda sabiduría; exhortaos mutuamente. Cantad a Dios, dando gracias de corazón… todo lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre de Jesús.
Una Iglesia doméstica que vive, celebra y proclama la fe: que Jesucristo vive y es el Señor de la familia. Y, por tanto, una familia que reza en familia, tanto los esposos, como toda la familia.
Está llamada a ser una comunidad de vida y de amor. Una comunidad en la que se vive con un amor como el de Cristo. Nos lo ha recordado san Pablo: revestíos de compasión entrañable, bondad, humildad, mansedumbre, paciencia. Sobrellevaos mutuamente y perdonaos cuando alguno tenga quejas contra otro. El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo.
Una comunidad en la que cada uno es querido por lo que es y no por lo que vale o por lo que aporta. Una comunidad que quiere vivir en la verdad y en el respeto; en el perdón y la misericordia, buscando siempre el bien del otro, especialmente del pequeño, del más débil.
Una comunidad que acompaña a las personas heridas en su sufrimiento y les ayuda a sanar y crecer. No hay que juzgar ni condenar a las personas, sino acompañarlas en su sufrimiento, ayudarles a discernir la voluntad de Dios, sanar las heridas en vez de agrandarlas, y realizando la verdad en la caridad, ayudarles a crecer en la fe y vivirla en la Iglesia (cf. AL 243).
Los cristianos no podemos renunciar a proponer el matrimonio con el fin de no contradecir la sensibilidad actual, para estar a la moda (…). Estaríamos privando al mundo de los valores que podemos y debemos aportar (…). Nos cabe un esfuerzo más responsable y generoso, que consiste en presentar las razones y las motivaciones para optar por el matrimonio y la familia, de manera que las personas estén mejor dispuestas a responder a la gracia que Dios les ofrece (cf. AL 35).
¡Preséntale al Señor tu familia y pídele el don del Espíritu Santo!, para que la renueve y os conceda la comunión.
Reza por todas las familias, especialmente por las que están sufriendo y pasando por dificultades.
¡Ven, Espíritu Santo!