Aki Kaurismäki muestra, de nuevo, el poder del cine como locus del amor y del milagro con su película “Fallen Leaves”. El cineasta finlandés desmonta en 80 minutos las patrañas en torno a que la felicidad humana reside en un mundo incierto y volátil en el que sólo cuenta la capacidad para comprar sin límites, una autonomía y libertad sin compromisos ni rumbo y que no nos amarguen las guerras o las penurias de otros. Kaurismäki apela a valores imperecederos y redentores: el amor, la esperanza y la solidaridad que preservan la confianza en tiempos deshumanizados y de decepción con la política como posibilidad de bien y justicia social.
Ansa y Holappa son dos almas solitarias que sólo aspiran a ganarse la vida en un mercado laboral precario que les expone, constantemente, a la pobreza y la explotación. El encuentro breve y casual en un karaoke de Helsinki hace conscientes a ambos de su necesidad de amar y ser amados. Aunque, la felicidad de la pareja no está garantizada de antemano, sino que requiere salvar un camino repleto de obstáculos, contrariedades y desencuentros. Los giros de guion se suceden y la historia de amor se ve amenazada en múltiples momentos por el alcoholismo de Holappa, el infortunio de perder el número de teléfono e, incluso, en el instante que se prometía más feliz, un atropello deja en coma en la ficción al protagonista masculino, interpretado por Jussi Vatanen, y frustra que pueda reunirse con Ansa, la actriz Alma Pöysti, sin que ésta conozca lo sucedido. Contra todo pronóstico, el espectador debe confiar en el Happy End garantizado por el modo inequívocamente humanista de hacer cine que caracteriza al director finlandés, Aki Kaurismäki, y la probada resistencia que muestran los personajes de sus películas, auténticos antihéroes, a resignarse a las adversidades diarias.
Esta historia de amor, esperanza y solidaridad se abre paso en medio de una actualidad trágica que no rehúye en absoluto la trama del film, sino de la que ofrece testimonio puntual y constante una vieja radio en el pequeño apartamento de Ansa. Cada vez que la protagonista desea escuchar música, se encuentra con las noticias de la guerra en Ucrania, que podrían ser también las de la franja de Gaza entre israelitas y palestinos -de haber rodado ahora el film- o las de otros enfrentamientos armados cuyo interés se ha visto relegado por los medios de comunicación, pero que siguen ahí, amenazando la existencia humana en Siria, Sudán, Yemen, Nigeria, Myanmar, Somalia o Burkina Faso.
Kaurismäki conduce al espectador, sin falsos buenismos, a tomar conciencia de la belleza y de la fragilidad de la vida, amenazada por “la guerra en todas partes”[1]. La afortunada expresión del productor no se reduce a las contiendas militares, sino que se extiende a la avaricia capitalista, que condena a los más vulnerables a una lucha diaria para sobrevivir, excluidos del supuesto paraíso desarrollado y verde que representa Finlandia. El cineasta combate en este film, con el que completa la tetralogía del proletariado junto a “Sombras en el Paraíso”, “Ariel” y “La chica de la fábrica de cerillas”, un estereotipo que no resiste tampoco el examen de ningún otro país europeo. La precariedad queda retratada en escenas en las que los personajes tienen que elegir entre pagar la luz, la comida caducada, dormir en pensiones baratas o comprar un único plato y dos cubiertos en un modesto supermercado para poder servir la cena a Holappa. Frente a las retóricas que prometen la felicidad en el progreso tecnológico o en un individualismo feroz, no necesitado de vínculos, Aki Kaurismäki, contrapone aquello que verdaderamente importa, valores irrevocables e insustituibles en tiempos inciertos y de decepción con una política que contradice a diario una ética mínima, el bien y la justicia social.
El poder redentor del amor atraviesa el film y nos deja múltiples enseñanzas a cerca de la importancia de cada vida o de qué manera los lazos afectivos son decisivos tanto en la felicidad cotidiana como en el acompañamiento en las dificultades existenciales. Conocer a Ansa transforma a Holappa y le proporciona una mejor conciencia de sí mismo que le conduce a superar su alcoholismo. El director finlandés refleja con su cámara ese tránsito de forma magistral. Un fundido en negro separa una imagen de naturaleza muerta de otra esplendorosa, en la que el verde de los árboles se funde con un cielo azul sin una nube.
También ella, con la aparición de Holappa, ve transformada su vida monótona, la miseria, la soledad y no ser importante para casi nadie. En otras escenas, Ansa recibe algunas muestras de cariño y de solidaridad de clase de sus compañeras de trabajo cuando la despiden del supermercado por coger un bocadillo caducado que iba a acabar en el contenedor, o el incondicional acompañamiento de su mejor amiga cuando duda de la posibilidad de fraguar una relación con Holappa. Éste, en ocasiones, necesita compartir sus desventuras con el único amigo que tiene, papel interpretado por el actor Janne Hyytiäinen, que no oculta su deseo de encontrar una compañera de vida.
Aki Kaurismäki deja claro que el amor es donación y entrega tanto en las formas de amistad como en la pareja. Entre las escenas más bellas de los protagonistas destaca su primera salida. Es a una sala de cine, pero no para ver una película romántica, sino una de zombis, “Los muertos no mueren” de Jim Jarmusch. Tal vez, una alusión a la existencia de una vida más propia de muertos vivientes que de humanos que el cineasta retrata en las escenas de bares y en el karaoke. Regueros de vodka, la mirada perdida y sin mediar palabra con el de al lado. Es el contexto en el que una y otra vez aparecen los personajes taciturnos del Kaurismäki más suyo.
A los protagonistas también les cuesta relacionarse. De pura soledad han perdido la habilidad para conversar espontáneamente con el otro y apenas hablan en sus breves encuentros. Sin embargo, el cineasta humaniza a sus personajes con una fina ironía y un sentido del humor que no maquilla la verdad. En todo caso, contribuye a iluminar mejor la realidad y la resignifica. “Mírame los zapatos. Es el tercer par que uso para buscarte”, le dice Holappa a Ansa para convencerla de que sólo había perdido su número de teléfono, pero no se había olvidado de ella. Únicamente, hacia el final de la película, cuando Holappa abandona el hospital con la cabeza vendada y una muleta, Ansa aparece en la puerta acompañada de una perrita adoptada y le regala una sonrisa y un guiño cómplices que son la mejor expresión de que su amor es una apuesta irrenunciable por la felicidad.
Aki Kaurismäki rinde homenaje en la última escena a los finales conmovedores de las películas de Chaplin en los que el solitario mendigo encuentra la posibilidad de un tú que demuestra que no es necesario rodearse de lujos para ser feliz. Incluso, Ansa pone el nombre de Chaplin a su mascota.
La película “Fallen Leaves” recoge tanto de forma explícita como implícitamente el tributo de Kaurismäki a sus maestros: Charles Chaplin, Robert Bresson, Godard, Leo McCarey, John Ford y Yasujiro Ozu. Todos ellos representan la mejor tradición humanista de la historia del cine. De hecho, el principal giro de guion, cuando el protagonista masculino es atropellado y no puede acudir a la cita, es muy similar a uno de los momentos clave de la película “Tú y yo” (“Love Affair”) de McCarey. La diferencia es que quien sufre el atropello en ese film es la protagonista femenina. El reconocimiento a aquellos que inspiran su cine implica el respeto y el agradecimiento hacía la sabiduría y el valor contenidos en la tradición, uno de los aspectos más denostados de un posmodernismo entregado a lo novedoso.
El film brinda, por otra parte, reflexiones filosóficas y bioéticas de calado. Una importante es que desenmascara algunas de las actuales visiones del amor basadas en la sexualidad o en un efectismo sentimental. Con el filósofo Julián Marías, el amor acontece en la zona personal de la vida humana[2] y constituye el modo más claro de referirnos a la condición amorosa de cada persona que tiene que ver con la capacidad de dar. ¿Qué significa dar para Marías?: “Otorgar algo a alguien (…), un modo radical de darse uno mismo”[3], que no es fusión ni posesión, y que incluye la pretensión de perdurar en el tiempo, “como algo irrevocable”. El amor modifica radicalmente a quien lo experimenta y nos proyecta a un modo nuevo de estar en el mundo. La persona de la que nos enamoramos se convierte, de esta manera, en nuestro proyecto y, sin ella, la vida carecería tanto de plenitud como de posibilidad de felicidad. Julian Marías afirma que “se es más persona en la medida en que se ama más profunda y personalmente”[4]. Y ello, sin duda, tiene implicaciones éticas en la forma de relacionarnos con los otros y en el reconocimiento de la dignidad personal.
Para los cinéfilos, esta película es una auténtica delicia y para quiénes no suelen frecuentar las salas de cine, es más que recomendable experimentar el milagro de salir convertidos en mejores personas.
Amparo Aygües – Ex alumna Master Universitario en Bioética – Colaboradora del Observatorio de Bioética
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[1] Entrevista a Aki Käurismaki en la revista Caimán. Cuadernos de cine, nº183, 2023.
[2] Marías, J. (1999). La perspectiva cristiana. Madrid: Alianza Editorial, p.137.
[3] Marías, J. (1993). Mapa del mundo personal. Madrid: Alianza Editorial, p. 117
[4] Marías, J. (1993). Íbid, p. 15