Monseñor Enrique Díaz Díaz comparte con los lectores de Exaudi su comentario sobre el Evangelio del próximo 29 de agosto de 2021, XXII Domingo del Tiempo Ordinario, titulado “En el corazón”.
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Deuteronomio 4, 1-2. 6-8: “No añadirán nada a lo que les mando… Cumplan los mandamientos del Señor”.
Salmo 14: “¿Quién será grato a tus ojos, Señor?”.
Santiago 1, 17-18. 21-22. 27: “Pongan en práctica la palabra”.
San Marcos 7, 1-8. 14-15. 21-23: “Dejan a un lado el mandamiento de Dios para aferrarse a las tradiciones de los hombres”
Se dice que por la violencia y la inseguridad, lo cierto es que se han incrementado en nuestras carreteras los retenes del ejército para detectar armas o drogas, con las consecuentes molestias y pérdidas de tiempo. Algunos militares son amables y atentos, otros, déspotas y agresivos.
Al padre Inocencio se le hizo lógico responder a la pregunta de que quién era, de dónde venía y a dónde iba, con otra pregunta sobre quién y por qué lo iban a revisar. Esto provocó “las sospechas” e inmediatamente entre cinco elementos y un detector empezaron a catear el vehículo, de arriba abajo, abrieron el cofre y la cajuela, removieron los asientos, tapetes, cajitas y bultos. “¿En ese bulto que lleva?”, preguntaron. “Pósters religiosos”, respondió tímidamente.
Al abrir el paquete, el primer póster mostraba, en dibujo lineal, a Moisés escuchando la voz del Señor: “He mirado la opresión de mi pueblo” (Ex 3,7), y en el fondo los israelitas con sus cargas. “¿Es religioso esto?” “Sí, es una cita bíblica”. “En el templo y en sus rezos debían estar y no en otras cosas…” Respondió airado uno de ellos. Después de casi media hora de revisión y muchas preguntas más, al padre “le permitieron” continuar su camino con su peligroso cargamento: el Evangelio.
Después de varios domingos de reflexionar sobre el sexto capítulo de san Juan, hoy retornamos al evangelio de san Marcos y nos encontramos con un pasaje donde Jesús tiene un fuerte altercado con los escribas y fariseos acerca de tradiciones calificadas por Jesús como humanas, inventadas por aquellos que están lejanos de Dios, aunque se crean muy cercanos a Él.
En efecto, una tradición será válida solamente cuando ayuda a observar los mandamientos de Dios, cuando mantiene el corazón unido a Él, cuando da vida al pueblo. En el fondo Cristo ofrece un criterio y hace un cuestionamiento, tanto en aquellos tiempos como hoy: ¿nuestras costumbres y tradiciones sirven para enmascarar nuestras maldades y disfrazar nuestro egoísmo, o sirven para mantenernos fieles a Dios y dar vida al pueblo? Solamente en el segundo caso tendrán verdadero valor y las debemos conservar.
El fariseísmo y el ritualismo no son un asunto que atañe al pasado, sino una tentación continua del tiempo presente en todos lados, aun en personas e instituciones que inician con las intenciones más puras y rectas. El modo de pensar farisaico bloquea el dinamismo y fuerza del evangelio y lo convierte en ritos, estructuras y costumbres que ahogan su espíritu. Por desgracia, es muy fácil caer en este estilo de una religión que venga a calmar nuestras inquietudes profundas y que adormezca las ansias de una vida coherente.
Hoy también podemos vivir un cristianismo superficial, de celebraciones sociales con agua bendita, de exterioridad y periférico. Por el contrario, Cristo exige un cristianismo que sea una verdadera respuesta personal a la llamada de Dios y a las necesidades de los hermanos. No se puede, ni se debe, encerrar nuestra fe en una sacristía ni acallar con una novena; tiene que ir al fondo de la vida y dinamizar cada acción de quien se dice cristiano.
Así, el cristianismo no es sólo una medalla para llevar en el pecho, ni un documento que nos acredite dentro de la iglesia, sino es, sobre todo, una actitud interior y una fuerza para vivir honestamente en todos los momentos de la vida. Tendremos que revisar si nuestras actitudes en los encuentros de cada momento están conformes a lo que nos pide el evangelio. No es posible decirse verdadero cristiano y malversar los fondos de la comunidad, jugar con la justicia, mentir descaradamente.
No se puede decir que escuchamos el evangelio si después se pone al dinero como nuestro dios, se convive con la injusticia y se entregan al placer todos nuestros esfuerzos. Nos equivocamos rotundamente cuando ponemos más atención a los comportamientos exteriores que al cuidado interior, cuando cuidamos los formalismos y no la sustancia, cuando nuestras tradiciones no hunden sus raíces en la voluntad de Dios.
Muy dura la crítica de Jesús a la hora de revisar los frutos concretos que brotan del interior: “las intenciones malas, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, las codicias, las injusticias, los fraudes, el desenfreno, las envidias, la difamación, el orgullo y la frivolidad”. ¿Esto brota de nuestro interior? La sabia advertencia de Jesús tiene plena actualidad en nuestra sociedad tan compleja y organizada. Hay que cuidar el interior, no lo superficial.
Están bien todos los intentos de embellecer y dar su manita de gato con programas sociales, pero si no vamos al fondo, si no cambiamos las estructuras injustas, si no se cambia el corazón del hombre, todo queda en buenos deseos. No hay ningún camino secreto que nos pueda conducir a una transformación y mejora social, si no pasa por la conversión personal. ¡Qué importa vestir bonito cuando se tiene el corazón podrido!
Esta conversión nos llevará a acciones concretas en cada momento de nuestra vida. Ser discípulo de Jesús implica vivir de acuerdo a sus criterios en todos los ámbitos de nuestra existencia porque en todos lados ponemos el corazón. La fe no es un saco que se pone y se quita al entrar en la Iglesia, sino es una vivencia personal que nos exige actuar en forma coherente en todos los rincones de nuestro mundo.
Es falsa ilusión decir que estamos buscando una sociedad más justa y humana, si ninguno de nosotros estamos dispuestos a reconvertir y a cambiar el corazón, y seguimos aferrados a nuestras tradiciones y privilegios. ¿Influye el evangelio en cada momento de nuestra vida? ¿Es solamente una accesorio o brota desde nuestro interior? ¿Qué tendremos que cambiar?
Padre misericordioso, inflámanos con tu amor y acércanos más a ti, a fin de que podamos ser coherentes con nuestro compromiso cristiano en cada momento de nuestra vida. Amén.