Monseñor Enrique Díaz Díaz comparte con los lectores de Exaudi su reflexión sobre el Evangelio del próximo 18 de julio de 2021, XVI Domingo del Tiempo Ordinario, titulada “Compadecerse, convivir”.
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Jeremías 23, 1-6: “Reuniré el resto de mis ovejas y les pondré pastores”
Salmo 22: “El Señor es mi pastor, nada me faltará”
Efesios 2, 13-18: “Cristo es nuestra paz; él ha hecho de los judíos y de los no judíos un solo pueblo”
San Marcos 6, 30-34: “Andaban como ovejas sin pastor”
“Quédate en casa” nos han repetido hasta la saciedad y parecería la mejor opción en estos tiempos de pandemia. Sin embargo las encuestas nos revelan que han aumentado los conflictos y agresiones, que la ansiedad y depresión nos invaden y que la casa, para muchos, se ha tornado en cárcel y tormento.
¿Qué pasa en nuestras familias? ¿Qué sucede en el hogar? ¿Ansiedad por el trabajo o desequilibrio de valores? ¿Falta de cariño, paciencia y comprensión? ¡Cuánta soledad y aislamiento se vive en las familias a pesar de que se quieren! ¡Comparten habitación pero están aislados! Con Jesús no es así: Él busca, se comunica, anima y se compadece.
Contentos y entusiasmados regresan los Doce de la misión. Fueron días de actividad, de predicación, de sanar enfermos, y ahora regresan eufóricos, queriendo continuar la misión. Hay tantas cosas qué hacer que no se debe perder el tiempo. Una vez iniciado el trabajo apostólico se entra en una especie de torbellino que los lleva a buscar más y más actividad.
Su alegría y entusiasmo es inmenso. Sin embargo, Jesús los llama y los invita a un momento de intimidad y cercanía, un momento de descanso y compartir. Es muy importante el trabajo y la misión pero es más importante la persona. Se necesita retornar a las fuentes que dan energía; si no, terminará secándose, agotándose y será una campana hueca, que sólo sigue resonando pero que no tiene vida.
La disponibilidad para entregar la vida no anula el derecho y la obligación de cuidar que la propia fuente no se gaste en un activismo sin alma que, en vez de liberar las energías, las consume y las agota. La propuesta de Jesús es el silencio, la compañía cercana, el diálogo. El estar en presencia de Jesús, la oración, el encuentro con Él, nos restituye fuerzas, nos alienta y restablece. ¡La oración no es tiempo perdido!
Esta cercanía y humanidad de Jesús nos debe hacer reflexionar a todos los que de alguna manera tenemos oficio de pastor: sacerdotes, maestros, líderes, autoridades, padres de familia, responsables de grupos. Admiremos e imitemos la cercanía que Él tiene con sus discípulos.
No rehúye el trabajo, no es irresponsable, pero sabe que está en relación con personas y no con máquinas. Es triste mirar la forma como vivimos y convivimos: yuxtapuestos pero no relacionados; cada quien metido en su mundo. La televisión, el celular, la compu, todo es para relacionarse y acaba aislándonos. En el trabajo, en la familia, en las oficinas, en todos los lugares, nos hemos despersonalizado y no contamos como individuos.
Recuerdo las palabras de una esposa a su atormentado y frenético marido: “¿Qué te pasa? Está bien que te preocupes de las cosas, pero no son las cosas que nos hacen felices. Métete bien en la cabeza que tenemos necesidad de ti, no de las cosas. ¿Para qué las querríamos si tú no estás con nosotros?”. Pero hemos dado tanta importancia a las cosas, que parecería que tienen más valor que las personas.
Vivimos juntos pero en soledad. Admiro mucho a esas personas que son capaces de establecer una relación muy personal con quienes están a su lado, que los toman en cuenta, que los hacen sentir valiosos. Así lo hace Jesús. Nosotros siempre tenemos prisa, corremos sin saber a dónde y “no tenemos tiempo” para atender con calma a los otros.
Cristo no tiene el corazón duro e insensible, aunque había querido estar a solas con sus discípulos, su corazón se compadece para atender a las multitudes que lo buscan como ovejas sin pastor. Es la otra enseñanza de Jesús: no podemos ni debemos vivir con el corazón cerrado.
Necesitamos abrir las ventanas, las de los sentidos y las del corazón, las de la mente y las del espíritu, las personales y las comunitarias, para darnos cuenta del dolor y el sufrimiento de los demás, para mirar que hay personas con hambre y maltrechas. Es la actitud fundamental de Jesús y de todo el que quiera ser discípulo suyo. Se requiere tener compasión y entrañas de misericordia. No levantar murallas para defenderse, aislarse y permanecer mirándose narcisistamente.
Se comparte de verdad con Jesús cuando se empieza a acoger y a compartir con el hermano. Claro que hay riesgo en amar y en entregar la amistad, pero siempre es preferible salir lastimado por amar que acabar con el corazón entumecido y empedernido porque nunca se arriesgó en el amor. El amor siempre nos torna débiles y frágiles pero es cuando somos más fuertes en la vida.
Hoy escuchemos las palabras de Jesús dirigidas también a nosotros: “Ven conmigo”. Hoy busquemos sentirnos envueltos en la mirada cariñosa de Jesús, llena de ternura y en unos brazos abiertos a pesar de nuestras miserias. Nos acepta como somos, como hemos llegado del camino, como nos ha dejado la vida: maltratados, heridos, desconfiados. Su amor y su compasión son capaces de rehacernos y de devolvernos dignidad. Será éste un día especial para sentir su protección y cuidados.
También, en esta oración, junto con Jesús, será una ocasión para mirar nuestras relaciones con la familia y con los demás; y nuestra capacidad para abrirnos y comprometernos. ¿Cómo y con quién comparto el regalo de la vida? ¿Con quiénes convivo y cómo me relaciono? ¿Hay alguien cercano a mí que se siente solo y no me he dado cuenta? Hoy nos dejamos amar por Jesús y abrimos nuestro corazón a los hermanos.
Señor Jesús, míranos con amor, hoy somos nosotros los que vagamos como ovejas sin pastor, haznos sentir tus cuidados amorosos, y toca nuestra mente y nuestros ojos para que nos compadezcamos y abramos nuestro corazón a los hermanos. Amén