Monseñor Enrique Díaz Díaz comparte con los lectores de Exaudi su reflexión sobre el Evangelio del próximo 15 de agosto de 2021, solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen María, titulada “Con María se fortalece nuestra esperanza”.
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Apocalipsis 11,19; 12, 1-6.10: “Una mujer envuelta por el sol, con la luna bajo sus pies”
Salmo 44: “De pie, a tu derecha está la Reina”
I Corintios 15, 20-27: “Resucitó primero Cristo como primicia; después los que son de Cristo”
San Lucas 1, 39-56: “Ha hecho en mí grandes cosas el que todo lo puede. Exalta a los humildes”.
En tiempos de dificultad y problemas, en tiempos de retos y complicaciones, necesitamos una luz que nos guíe, un modelo que nos impulse y un ejemplo que nos arrastre. Así aparece en este día María en su Asunción a los cielos: como modelo, como meta y como intercesora.
En este domingo dejamos por un momento las celebraciones dominicales continuas y nos avocamos a la celebración de una fiesta especial: la Asunción de la Virgen María. No es un misterio que esté narrado en ningún evangelio, sino una tradición largamente guardada en la conciencia del pueblo que se hizo “oficial”, hace apenas un poco más de setenta años (1º noviembre de 1950 por el Papa Pío XII).
Es una tradición de nuestro pueblo que correctamente entendida nos fortalecerá en la fe y nos llenará de entusiasmo para vivir los avatares propios de nuestro tiempo. Cada una de las lecturas que nos ofrece la liturgia de este día, tienen una gran enseñanza para el discípulo que lucha y quiere ser fiel.
Y cada una de las lecturas tiene también un rasgo que podemos aplicar a María, como nuestra madre a quien queremos imitar. A muchos lectores les llena de terror el pensar en los signos del Apocalipsis, y muchos escritores y sectas alarmistas se han aprovechado de estos signos para infundir un pánico que no permite actuar con la verdadera libertad.
El pasaje que hoy nos ofrece este libro nos presenta las dos imágenes más conocidas: por una parte, una mujer una mujer llena de sol que está a punto de dar a luz; por la otra, la bestia de siete cabezas y diez cuernos que está dispuesta a devorar al hijo que está punto de nacer.
Si miramos a través de estos signos, que podrían parecernos aterradores, descubriremos la lucha que libraban las primeras comunidades cristianas, que débiles y pequeñas, trataban de dar a luz a Jesús. Se oponían a un monstruo que con múltiples cabezas y cuernos de poder económico, político, social y hasta religioso, estaba dispuesto a engullir a la incipiente Iglesia.
El libro del Apocalipsis no desconoce esta situación, al contrario, resalta la fuerza que tiene el mal, pero despierta en la comunidad una esperanza y una seguridad basada no en sus propias fuerzas, sino en la fuerza de Jesús, el pequeño príncipe a quien se le da todo el poder.
Muchas generaciones han visto, con justificada razón, en esta imagen de la mujer una imagen de María: la pequeña que en manos del Todopoderoso, dio a luz al que sería el salvador del mundo. Pero estas mismas imágenes nos deben llevar también a nosotros a descubrir las nuevas cabezas que tiene el mal, denunciar sus cuernos de poder, pero también a fortalecer nuestra esperanza en el triunfo, no personal ni individualista, sino uniéndonos a Jesús resucitado.
Así María, en este día de su Asunción, se convierte para cada uno de nosotros en una fuerza que nos alienta en la lucha contra toda clase de mal y que nos llena de confianza sabiendo en quién hemos puesto toda nuestra esperanza.
San Pablo en su carta a los corintios, proclama la razón de esta esperanza: “Cristo resucitó, y resucitó como primicia de todos los muertos”. María, que desde su pequeñez aceptó el riesgo de llevarlo en sus entrañas, que “presurosa se encaminó” para llevar la alegría de la salvación, que compartió el dolor camino de la cruz, que lo tuvo entre brazos antes de depositarlo en la tumba, es quien se convierte en la testigo más creíble de su resurrección.
Hoy, con María, estamos llamados contemplar el final que podemos alcanzar en el seguimiento de Cristo Señor y en la obediencia de su Palabra, cuando termine nuestra batalla en la tierra. La última etapa de la peregrinación terrena de la Madre de Dios, nos invita a mirar el modo como ella recorrió el camino hacia la meta de la construcción de los Cielos Nuevos y la Tierra Nueva.
Toda la vida de María es una ascensión desde su pequeñez hasta la grandeza del Señor; toda su vida es guardar la Palabra en el corazón para hacerla germinar; toda su vida es confianza, obediencia y esperanza aun en medio de la oscuridad. Así la contemplamos hoy como testigo y partícipe de la resurrección de su hijo Jesús.
El bello cántico que San Lucas pone en sus labios refleja toda la actitud del discípulo que busca seguir el camino de la salvación. Se sabe pequeña, pero en manos de “El que todo lo puede”, se sabe humillada y servidora, pero portadora de vida; se sabe con dolor, pero con una alegría que hace que su espíritu se llene de gozo y que su alma glorifique al Señor.
Así también nosotros sus hijos, queremos parecernos a María. Nos reconocemos pecadores y sumergidos en un mar borrascoso, pero con una estrella que nos guía hasta Jesús. No sucumbimos a las pruebas y a la tormenta, porque tenemos nuestra ayuda en Dios y Él es nuestro auxilio. Igual que María, nuestra esperanza la tenemos puesta en la presencia del Señor en medio de su pueblo. Pero igual que María tendremos que proclamarnos servidores, pequeños y acoger en nuestro corazón la fuerza de su Palabra.
Es cierto que hay graves dificultades, al igual que en las primeras comunidades, pero hoy María anima nuestra esperanza y nuestro compromiso para transformar este mundo, para convertirlo como es el deseo de Jesús en un lugar de fraternidad, donde todos tengamos un puesto en la mesa que nos ha preparado Dios.
Que hoy María, al despertar en nosotros el deseo de la alabanza y la acción de gracias, nos conceda descubrir la presencia de Dios en medio de nosotros y mirar con nuevos ojos la realidad que estamos viviendo. Si sabemos a dónde vamos no podemos perder el rumbo, ni aparecer pesimistas y derrotados. Con María, en su Asunción, se despierta nuestra esperanza.
Padre Bueno, que en la Asunción de María despiertas en nosotros la esperanza de alcanzar la plenitud de la salvación, concédenos que, igual que ella, guardemos tu palabra, la llevemos con prontitud y la transformemos en servicio y amor a los hermanos. Amén.