Esperanza Cristiana
Sábado Santo: cuando la esperanza es la única luz

Cuarto día (de 5) de las «Charlas cuaresmales» 2025, en la parroquia San Cosme y San Damián, de Burgos. Comenta los sucesos del Sábado Santo: Al anochecer, como era el día de la Preparación, víspera del sábado, vino José de Arimatea, miembro noble del Sanedrín, que también aguardaba el reino de Dios; se presentó decidido ante Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús. Pilato se extrañó de que hubiera muerto ya; y, llamando al centurión, le preguntó si hacía mucho tiempo que había muerto. Informado por el centurión, concedió el cadáver a José. Este compró una sábana y, bajando a Jesús, lo envolvió en la sábana y lo puso en un sepulcro, excavado en una roca, y rodó una piedra a la entrada del sepulcro. María Magdalena y María, la madre de Joset, observaban dónde lo ponían. Pasado el sábado, María Magdalena, María la de Santiago y Salomé compraron aromas para ir a embalsamar a Jesús. Y muy temprano, el primer día de la semana, al salir el sol, fueron al sepulcro (Mc 15.38-16.2)
Llegamos al Sábado Santo tras haber recorrido el doloroso camino del Triduo Pascual. El Jueves Santo, Jesús se entrega en el Cenáculo; el Viernes Santo, carga con la cruz y muere. Y el Sábado… el Sábado es el día del silencio. Jesús está sepultado. Dios parece ausente.
Los Evangelios apenas mencionan ese día. Marcos dice que, tras la sepultura por parte de José de Arimatea, “pasado el sábado, María Magdalena, María la de Santiago y Salomé compraron aromas para embalsamar a Jesús”. Nada más. Es el día del descanso judío, en el que no se hace nada. Pero, sobre todo, es el día de la desolación.
Ese silencio resuena hoy con fuerza. Vivimos en un nuevo “sábado santo”: una época sin Dios. Ya no es el grito trágico de Nietzsche —“Dios ha muerto”—, sino una indiferencia banal, superficial, que niega incluso la posibilidad de que algo merezca la pena.
El sociólogo francés Emmanuel Todd, nada sospechoso de misticismo, describe el paso de la fe activa al cristianismo “zombi” (donde quedan restos de tradición) y finalmente a la “religión cero”, donde Dios ha desaparecido del horizonte. Estamos ahí. En el vacío. Y, sin embargo, como entonces, hay una llama encendida: la de María.
Solo María, en ese primer Sábado Santo, mantiene viva la fe. Ella ha escuchado a Jesús decir que resucitará. Y lo cree. Esa certeza se llama esperanza. No es optimismo. No es decir “todo va a salir bien”. Es confiar en lo que Dios ha prometido: alivio, misericordia y vida eterna.
Jesús promete alivio, no soluciones mágicas. “Venid a mí los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré.” Aliviar es dar sentido, es fortalecer, es acompañar. Es curar la soledad.
Jesús promete misericordia. Perdona todos los pecados. Solo nos pide dar un paso: acercarnos al confesionario. Y Él, como el padre del hijo pródigo, corre hacia nosotros, nos abraza, nos llena de besos.
Jesús promete vida eterna. Un juicio, sí, pero ante su mirada amorosa, donde todo quedará claro. Benedicto XVI habla de tres destinos: los que se abren completamente al amor, los que lo rechazan por completo y los que necesitan purificarse. Y para esto último, nuestras cruces diarias son oportunidades.
María, en ese sábado de hace más de dos mil años, no se desespera. No se cruza de brazos, espera activamente, porque sabe que Jesús volverá. Esa es la esperanza cristiana. Vivir sabiendo que Dios cumple sus promesas. Que el sufrimiento tiene sentido. Que el amor tiene la última palabra.
Hoy, mientras el mundo se tambalea en su nihilismo sonriente, mientras muchos viven sin rumbo, María nos enseña a esperar. A confiar. A vivir de otra manera.
María, esperanza nuestra, ruega por nosotros.
Primer día: Pascua o Nada: El Corazón de la Fe Cristiana
Segundo día: Morir al Yo, Nacer al Amor
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