Esta lunes 18 de septiembre, en el Palacio Apostólico Vaticano, el Santo Padre Francisco ha recibido en Audiencia a los participantes en los Encuentros promovidos por los Rogacionistas del Corazón de Jesús y las Hermanas Hijas del Divino Celo.
Publicamos a continuación el discurso que el Papa dirigió a los participantes durante la Audiencia:
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Discurso del Santo Padre
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Me alegra encontrarme con vosotros, en un momento en el que estáis reflexionando y trabajando en vuestros itinerarios congregacionales, a la luz de los dos Capítulos Generales, ambos electivos.
Habéis tenido ocasión de abordar temas como la consagración, la identidad carismática, la comunión fraterna y la misión, aspectos fundamentales de la vida religiosa, cuya profundización requiere capacidad de escucha y de discernimiento, en la oración y en el compartir; requiere también una buena dosis de valentía, para seguir siendo hoy fieles a la inspiración original de san Aníbal de Francia y, al mismo tiempo, estar atentos a las necesidades de un mundo cambiante. Habría muchas cosas que decir sobre estas cuestiones, pero hoy quisiera reflexionar con vosotros sobre un solo punto, que está en la raíz de vuestra misión específica en la Iglesia y que constituye también vuestro cuarto voto: el Rogate, la oración por las vocaciones.
La oración es el hilo conductor de la vida de San Aníbal. Su propia vocación – «repentina, irresistible, muy segura», como él mismo atestigua- se le aparece mientras está en adoración ante el Santísimo Sacramento. Allí tiene la iluminación de la «inteligencia de la Rogata». En efecto, cuando uno se pone, dócil y humilde, ante Dios, recibe a menudo una comprensión concreta del sentido de su vida: es en la oración fiel y perseverante, particularmente en la Adoración, cuando todo adquiere armonía, cuando uno capta más claramente sus objetivos, encontrando en el Señor la fuerza y la luz para realizarlos según sus designios. El Santo decía: «Sin este fuego interior, que se llama vida espiritual, oración, penitencia […] no se puede realizar ninguna obra verdaderamente buena» (San Aníbal María Di Francia, Elogio fúnebre de Mons. Francesco Paolo Carrano). Esta fue su experiencia, pero vale para todos: sin oración, no se puede estar de pie y no se sabe adónde ir. Es importante, por tanto, un diálogo prolongado con el Señor cada día, y luego una invocación a Él antes de cada momento importante, de cada encuentro, de cada decisión.
San Aníbal se inspiró en un pasaje concreto del Evangelio, en el que Jesús dice: «La mies es mucha, pero los obreros pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies» (Mt 9, 37-38). Este pasaje llenó su corazón de celo. En la Mesina de su tiempo, comenzando por la miseria del barrio de «Case Avignone», y yendo luego más lejos, con una mirada más amplia y una acción cada vez más amplia, él también sintió, como Jesús, una conmovedora compasión por la humanidad pobre de cuerpo y de espíritu. Y se dio cuenta de que lo primero que había que hacer era rezar, no para persuadir a Dios de que enviara pastores, como si no se preocupara de su pueblo, sino para dejarse sobrecoger cada vez más por la visceralidad de su amor paternal y maternal: ¡para aprender, rezando, a ser sensible a las necesidades de sus hijos! Así, de la oración, alma de toda la actividad apostólica y caritativa del Fundador, nacieron vuestras Congregaciones, primero las Hijas del Divino Celo y después las Rogacionistas del Corazón de Jesús. Nacisteis de las manos unidas de un santo, que os consagró a Cristo con su oración.
San Pablo VI os dirigió en una ocasión una invitación que decía: «Rogacionistas del Corazón de Jesús, cuyo solo nombre os califica en misión e imagen como adoradoras y suplicantes para la más alta y hermosa misión, merecer y preparar vocaciones para el Reino de Cristo […]. Sed los «especialistas de Dios»» (Discurso a los Capítulos Generales de los Carmelitas de la Antigua Observancia, de los Agustinos Recoletos y de los Rogacionistas del Corazón de Jesús, 14 de septiembre de 1968). Quisiera renovaros mi invitación: sed especialistas de Dios, no tanto como estudiosos de técnicas, estadísticas y teorías, por muy útiles que éstas sean también, sino más bien de esa sabiduría que se madura haciendo primero los «callos en las rodillas» y luego «en las manos». Ser especialistas, es decir, en las artes de la oración y de la caridad: manos unidas ante Dios y manos tendidas a los hermanos. Manos juntas y manos extendidas: ¡así os convertís en especialistas de Dios! Ésta es vuestra misión. Porque también hoy el Señor llama, y tantos jóvenes necesitan testigos creíbles y guías que, mostrándoles la belleza de una vida gastada en el amor, les ayuden a decir «sí».
Queridas hermanas, queridos hermanos, gracias por lo que hacéis, gracias por vuestro testimonio. Gracias por vuestras manos unidas: no pegadas, no, porque entonces tienen que ir a trabajar, pero unidas. Por favor, seguid rezando por las vocaciones. Y, por favor, no se olviden de rezar también por mí. Gracias.