América Latina tiene una identidad peculiar que ha surgido como síntesis de culturas indígenas y europeas. ¿Qué valoración debemos hacer del aporte de España a nuestra propia realidad?
En 1992 se celebró el V Centenario del “encuentro de dos mundos”, como se solía decir en aquel entonces. En esas fechas aparecieron con gran fuerza dos interpretaciones polarizadas sobre el papel de España en la síntesis cultural latinoamericana. Unos presentaban con enorme candor la conquista española como una epopeya evangelizadora y civilizatoria que había requerido la destrucción –de la Gran Tenochtitlán y de tantas otras comunidades–, con el fin de extirpar el paganismo. Por otro lado, estaban quienes afirmaban que no había nada que celebrar. España, para este otro grupo, no era más que un proyecto imperialista que sometió despóticamente a las comunidades indígenas, manipulando su sensibilidad religiosa. Ambas interpretaciones están profundamente lastradas de ideología. Como siempre, la realidad, en la totalidad de sus factores, es más compleja que las simplificaciones racionalistas. España, sin dudas, contribuyó positivamente a la gestación de la síntesis cultural latinoamericana. Y esto no obsta, para reconocer, que también existieron excesos lamentables. Las comunidades prehispánicas tuvieron profundas intuiciones humanísticas que expresaron en su poesía, en su vida comunitaria y en su religiosidad. Sin embargo, la violencia y el despotismo también marcó su cosmovisión y su praxis social. El trigo y la cizaña permanentemente están mezclados.
¿Cuál es la “clave de lectura” que debemos tener para apreciar el papel positivo de España en la conformación de nuestras identidades latinoamericanas actuales?
En mi opinión, la “clave de lectura” para apreciar el papel positivo de España en la configuración de la síntesis cultural latinoamericana es, curiosamente, el mismo que debemos tener para apreciar la riqueza y belleza de las culturas prehispánicas: una simpatía esencial por la humanidad de cada persona y de cada pueblo. Dicho de otro modo: si no partimos de una antropología que nos permita entender que la herida del pecado y la Redención efectuada por Jesucristo, están operando en la vida humana y en la trama real de la Historia, fácilmente podemos deformar nuestra comprensión del mundo. Pienso de inmediato en la reina Isabel de Castilla, una mujer extraordinaria que estaba sumergida en un contexto histórico-cultural que hoy nos cuesta trabajo descifrar. La investigación histórico-crítica nos permite descubrir, con asombro, que era una mujer realmente movida por la fe. Sin embargo, su vivencia de la fe se realizó dentro de los límites de su condición humana frágil y de un contexto cultural particular. El resultado es que la reina Isabel, mirada a desde el siglo XXI, requiere de una aproximación lo más holística posible. Sólo mirando el “poliedro” de su vida se puede admirar su “genio femenino”, sus virtudes cristianas, y simultáneamente, reconocer los límites que le imponía el complejo mundo del siglo XV.
¿Qué enseña la Iglesia sobre la interpretación histórica de acontecimientos como la conquista o el virreinato?
Una respuesta completa a esta pregunta exigiría muchas páginas. Me atrevo a señalar un breve texto del arzobispo Jorge Mario Bergoglio: “La interpretación histórica hay que hacerla con la hermenéutica de la
época; en cuanto usamos una hermenéutica extrapolada desfiguramos la historia y no la entendemos. Si no estudiamos los contextos culturales, hacemos lecturas anacrónicas, fuera de lugar ”.1 A esta afirmación habrá que añadir todo lo que el Magisterio Pontificio enseña sobre el descubrimiento de América. El Papa León XIII publicó, por ejemplo, una Encíclica sobre este tema (Quarto abeunte saeculo). Pío XII reconoció en múltiples intervenciones el papel de España en la evangelización del nuevo mundo. Juan XXIII destacará el papel de María en la primera evangelización americana. Y luego, Pontífices más recientes ampliarán nuestra conciencia para que podamos agradecer el don recibido desde España y Portugal, y reconocer, por supuesto, también los límites y pecados, de todas las partes.
Agradecer el don y reconocer el pecado. Se dice fácil, pero implica un trabajo arduo por parte de todos ¿no es así?
Tanto en la vida personal, como en la interpretación de la Historia, todos estamos llamados a la “conversión”. Sólo desde un corazón arrepentido que pide ayuda a la Misericordia infinita de Dios es posible apreciar la verdad sobre la vida y sobre la Historia. Pensemos por un momento en nuestros padres. Nos dan la vida, nos educan, y seguramente, cometen muchos errores en el camino. ¡Cuántos de nosotros no tenemos heridas que vienen de nuestros propios padres! Solo es posible agradecerles con humildad su paternidad, si antes hemos vivido la experiencia de reconocer nuestro propio límite y nos hemos descubierto necesitados de compasión y misericordia. ¿Qué pasa cuando miramos nuestra propia historia sin este proceso personal? De inmediato caemos en el moralismo. De inmediato juzgamos con enorme dureza a quienes nos lastimaron y no vemos en ellos nada bueno. Esto mismo sucede en el arduo proceso de interpretación de la Historia de América.
¿Qué podemos agradecer a España?
Sin duda, España fue el vehículo para que en América Latina conociéramos el Evangelio. Así mismo, España nos trajo muchos elementos de su cultura que eventualmente fueron reformulados en el barroco latinoamericano. Basta visitar Puebla, Quito o Lima para descubrir con asombro que gradualmente se fraguó una síntesis novedosa que parcialmente es heredera de la tradición hispana. Ahora bien, la cultura barroca no se agota en la arquitectura novohispana o en una cierta modalidad de hablar el español. El barroco es una forma de ser, de existir, de celebrar la vida y hasta de afrontar la muerte. Es nuestra alegre complejidad que reconcilia lo diverso sin suprimirlo. Es nuestra capacidad para abrazar e integrar. Es nuestro modo de afirmar lo humano, pero no de manera racionalista sino colocando el corazón en el centro. En otras palabras, el barroco latinoamericano es la modernidad católica que abraza lo español y lo indígena en una nueva síntesis. Modernidad no-ilustrada, modernidad abierta a la posibilidad de un Misterio que salve.
¿Qué hizo posible acoger el legado hispánico en la nueva síntesis barroca latinoamericana?
La corona española deseaba evangelizar, pero con cierta facilidad creía que el medio para ello era la espada. El sentido religioso del mundo prehispánico anhelaba a Jesucristo. Muchos de los primeros evangelizadores quedaron sorprendidos de la disponibilidad tan grande que apareció en el alma de los indígenas para recibir el Evangelio. Sin embargo, existían enormes problemas a causa de la diferencia lingüística y de la disparidad cultural. Los primeros diez años después de la “conquista” estuvieron marcados por pocas conversiones y por un gran desconcierto. Sin embargo, en 1531, sucedió algo que tomó por sorpresa a españoles e indígenas: la Virgen Santa María de Guadalupe se aparece a san Juan Diego en el Tepeyac. Ella es la “primera teología indígena”, en otras palabras, el acontecimiento cristiano irrumpe de manera inculturada y corrige la mirada tanto de indígenas como de españoles. María de Guadalupe nos descubre una vía no impositiva, no “colonizadora”, para promover la reconciliación social y el mestizaje. Ella nos educa en el método del encuentro para afirmar la novedad del evangelio, y así es como surge empíricamente un pueblo nuevo. Desde hace mucho ha existido un movimiento “antiaparicionista” que afirma que la Virgen de Guadalupe es una invención de los frailes para evangelizar y domesticar a los indígenas. ¿Qué piensas tú de ello? Hay muchas formas de afrontar el reto del “antiaparicionismo”. Hace años tuve la oportunidad de tener algunos diálogos en Querétaro y en la Ciudad de México con David Brading, quien a través de sus obras presentaba algunas importantes objeciones hacia la Guadalupana y hacia san Juan Diego. Ciertamente los argumentos por la vía del examen físico de la imagen lo cuestionaban, pero no lo terminaban de convencer. Sin embargo, dos cosas creo que lo impactaron más: una vez le comenté que la teología contenida en el Nican Mopohua no se puede explicar con la teología existente en España a comienzos del siglo XVI. El Nican Mopohua es un relato singularísimo que posee contenidos irreductibles a la educación teológica de los frailes, principalmente franciscanos, que llegaron antes de 1531. Otro dato, también le conmovió: el hecho empírico de que, a partir de 1531, se inició un proceso lento, pero real, de reconciliación social. Quienes hemos leído los textos contenidos en La visión de los vencidos (UNAM, México 1984) sabemos bien de la profunda depresión y del hondo resentimiento que los indígenas aztecas sufrieron al ver que la Gran Tenochtitlan colapsaba. Estudiar a fondo este momento, ayuda a reconocer el carácter “milagroso” de la aparición guadalupana, a través de uno de sus efectos de más alto calado: el mestizaje. Ningún pueblo europeo en esa época, al encontrar nuevas culturas, promovía procesos de mestizaje y de reconciliación social. El surgimiento de México y de América Latina es un verdadero milagro.
Entonces, María de Guadalupe, también evangelizó a los españoles. ¿Es así?
San Juan Diego, laico indígena, evangelizó, es decir, llevóla “Buena noticia”, al obispo Zumárraga, y luego vivió como testigo de Jesús y de María, hasta su muerte. Tengo la impresión de que María de Guadalupe aún no termina esta labor. En una España y una América Latina desgarradas por fuertes divisiones y polarizaciones, el mensaje guadalupano merecería ser más difundido. Nuevos “Juan Diegos” necesitan aparecer para promover que el cristianismo es acontecimiento que reconcilia y hermana. El Papa Francisco ha convocado a toda estructura eclesial en América, España y Filipinas, al “Novenario Intercontinental Guadalupano” de cara al V Centenario en el año 2031. Quiera Dios que todos nos dispongamos a ello. Quiera Dios que esta sea una manera de agradecer a España todo el bien que nos ha hecho, y de contribuir a que todos recuperemos un presente y un futuro con Esperanza.
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1 J. M. Bergoglio – A. Skorka, Sobre el cielo y la tierra, Sudamericana, Bs. As. 2013, p. 186.