Luego de producida la fertilización del óvulo por el espermatozoide, el ser humano en su etapa embrionaria se implanta en el endometrio. Esto sucede a los 7 días de la fecundación, cuando pasa por la fase de blástula. El blastocisto es una esfera hueca en la que se encuentra la masa celular interna, que dará origen al embrión propiamente dicho. Con la finalidad de producir un modelo similar al blastocisto (un blastoide) y estudiar así el desarrollo embrionario, se han tomado células madre embrionarias humanas y células pluripotenciales inducidas (iPSC) triplemente inhibidas para las vías Hippo, TGF-β y ERK. Estos blastoides forman linajes celulares análogos a los que se producen en el blastocisto: trofoectodermo, epiblasto y endodermo primitivo. Además, generan también de manera espontánea el primer eje y el epiblasto provoca la maduración del trofoectodermo polar y permite que los blastoides adquieran la capacidad de unión a las células del endometrio que han recibido, como sucede en la implantación, estímulos hormonales. La revista Nature recoge recientemente un artículo en el que se propone que este modelo de blastoide humano es “fiel, escalable y ético para investigar la implantación y el desarrollo humano”.
Los autores del artículo consideran que contar con un modelo de blastocisto ayudaría al avance médico y científico. Para esto, el modelo debería contar con la capacidad para reproducir las secuencias de determinación celular y morfogénesis de blastocistos fielmente y acorde con el ritmo de desarrollo. En los modelos propuestos hasta el momento las células que se generan no siempre coinciden con las propias del blastocisto (las que se producen entre 5 y 7 días luego de la fecundación). En esta publicación se sostiene que han creado un modelo de blastocisto humano que produce efectivamente linajes celulares análogos a la etapa de blastocisto y, además, con un ritmo de desarrollo secuencialmente similar, que consigue imitar aspectos de la implantación. Después de la unión, los blastoides formaron trofoblastos que expresan la hormona gonadotropina-β coriónica, que caracteriza el embarazo clínico. El cultivo de los blastoides se prolongó hasta el día 13, contando desde la fecundación.
Proponen usar este modelo para identificar objetivos terapéuticos (por ejemplo, anticonceptivos o mejoras para la fertilización in vitro) y aportar al modelado preclínico. Según refieren, buscan equilibrar daños y posibles beneficios, así como conseguir sus objetivos mediante los medios “menos problemáticos”. Por eso consideran que los blastoides así obtenidos constituyen una “oportunidad ética para complementar la investigación con embriones”.
El investigador principal de este trabajo, Nicolás Rivron, asevera que solo la mitad de los zigotos culmina su desarrollo; la otra mitad se pierde durante la implantación. Esto lo llevó a él y su equipo a investigar la causa de que un embrión llegue a anidar y otro similar desaparezca. Con este objetivo hicieron 3 modificaciones en las células madre obtenidas de embriones humanos y en células iPS. Estas células dieron lugar a esferas similares a un embrión de 7 días o blastocisto, formado por unas 200 células. Uniendo estos “embriones” artificiales o blastoides con células del endometrio, que tapizan el interior del útero, y añadiendo estrógenos y progesterona tal y como sucede en el embarazo, los blastoides se unían a las células endometriales. Luego comprobaron que la expresión genética de los blastoides coincide en un 97% con la de los cigotos humanos. También verificaron que solo se implantó el 50% de los pseudo-embriones, tal y como sucede en los embriones reales. Por otra parte, encontraron que la molécula SC144 impedía la implantación, el mecanismo de los llamados anticonceptivos, que en realidad son también abortivos, puesto que el ser humano existe desde la fertilización.
Los investigadores cultivaron el blastoide sólo hasta el día 13, seguramente porque en muchos lugares la ley impide hacerlo con embriones humanos después del día 14, aunque científicamente el día 14 no supone un cambio sustancial en el ser humano que comenzó su desarrollo desde la fase de cigoto.
Además de la posibilidad de control sobre los embarazos, esta investigación podría abrir la puerta a la producción de material humano para trasplantes. Aunque Rivron destaca que nunca debería hacerse y que seguramente no sería factible, también cabría la implantación de blastoides en animales o en el útero de una mujer para intentar que se produzca el nacimiento de un niño. De hecho, el equipo de este investigador viene intentando implantar un blastoide de ratón en el útero de una ratona y no ha conseguido generar ratones.
Desde la bioética, podemos decir que ya en el origen de esta investigación no se respeta la vida humana pues se utilizan embriones congelados para obtener células madre de su masa celular interna, con la consiguiente destrucción del embrión. Aunque los conocimientos sobre fertilidad y desarrollo embrionario puedan ser interesantes y ayudar a que las madres puedan llevar a término sus embarazos, el anticonceptivo del que se habla en el estudio termina siendo un abortivo que impide la implantación del embrión en el endometrio.
En el supuesto de que se pudiera modificar células madre humanas para generar embriones, hay que considerar que sería un procedimiento contrario a la ética por varios motivos. En primer lugar, estaríamos originando un nuevo ser humano que sería un clon de la persona donante de las células. El objeto de la clonación humana pone en riesgo la autoconciencia, la racionalidad y la libertad de ese individuo, porque está en riesgo la plenitud de su corporeidad y su propia vida. Además, afecta a la integridad que constituye su realidad corporal, modificando la identidad genética natural. Y todo esto lo hace por imposición, ejerciendo un dominio radical del hombre sobre el hombre. Si el embrión, gamético o clónico, es persona, tal como sostiene la bioética personalista, el objeto de la clonación es absolutamente injustificable. Como propone V. Franch, hay que “considerar como origen del ser humano el momento en que se forma una entidad biológica que está en condiciones de desarrollarse como individuo humano, sea cual fuera el método para obtenerla”. No solo se escinde lo unitivo de lo procreativo, sino también lo reproductivo de lo biológico.
En cuanto al fin de la clonación, este puede ser muy variable, desde copiarse a sí mismo hasta la búsqueda del hijo perfecto. Solo el fin de evitar determinadas enfermedades hereditarias en una “clonación reproductiva”, así como conseguir células que pudieran curar enfermedades degenerativas (“clonación terapéutica”), serían fines éticamente buenos. Sin embargo, hay que recordar que el fin nunca justifica los medios, y el medio (la clonación) es malo. En cuanto a las circunstancias, hay que señalar las consecuencias negativas, como el elevado número de pérdidas embrionarias que supondrá perfeccionar la técnica de clonación, la provocación de anomalías genéticas, otros riesgos que se conocerán más adelante, el fomento de una mentalidad consumista desde el punto de vista reproductivo, la perversión y el desvanecimiento de las relaciones familiares, la violación del derecho del hijo a tener unos padres, etc. Este breve análisis nos lleva a concluir que la clonación humana es una técnica que procura el dominio de unos seres humanos sobre otros, afectando a la integridad y la individualidad del embrión al que se toma como medio e instrumento para obtener otro ser humano al que se le dejará crecer y desarrollarse o al que se utilizará como proveedor de células troncales al tiempo que se le extermina. Para terminar, en cuanto a la clonación con fines de investigación para posibles terapias, merece una sanción más dura, porque a la negativa calificación de la clonación humana hay que añadir la eliminación del embrión clónico al que se destruye al extraerle las células madre de su masa interna. Se crean, por tanto, unos seres humanos para provecho de otros, con el abuso del fuerte sobre el débil, cosificando más aún al embrión, que sería un simple material biológico sujeto a las leyes del mercado
, porque tiene como objetivo dar origen a un ser humano desconectado de la unión del hombre y la mujer, e incluso de los gametos, apartándose así de la sexualidad propia de la especie Homo sapiens y lesionando de esta manera la dignidad de la persona. Además, la clonación con fines de investigación terapéutica tiene una mayor gravedad porque, aunque sea con el fin de curar, produce seres humanos para destruirlos y utilizarlos como material terapéutico, instrumentalizando de esa manera el embrión clónico, lo que es éticamente injustificable.