A propósito de los cincuenta años del fallecimiento de J. R. Tolkien (1892-1973) me enteré que la profesora de literatura inglesa Holly Ordway presentará, a finales de año, un libro de la biografía espiritual del autor de El Señor de los anillos. Justo, unas semanas antes había adquirido el libro Dios no va conmigo (Encuentro, 2019) de H. Ordway. Con el incentivo de Tolkien, retomé la lectura del texto y encontré, no sólo la historia de su conversión del ateísmo al cristianismo (episcopaliana, primero; luego, católica), sino también una fuente para dialogar con literatos ingleses -prosa y poesía- de quienes tenía algún conocimiento.
Holly Ordway es profesora de lengua y literatura inglesa y especialista en apologética cultural e imaginativa. Ha estudiado con particular interés a C. S. Lewis, J. R. Tolkien y Charles Williams. Se dedicó durante un buen tiempo a practicar la esgrima a nivel competitivo y es, justamente, en este ambiente deportivo donde dio sus primeros pasos a la conversión, gracias a la cercanía con su entrenador quien le abrió el horizonte de un Dios personal, creador y providente interesado por cada una de sus criaturas. Utilizando la distinción de Peter Kreeft entre pensadores tiernos y duros, Ordway es más bien de mentalidad dura, es decir, la verdad por encima de todo con independencia de que piense si la verdad le será útil o no.
Su camino de conversión fue de índole intelectual: ¿es razonable la existencia de Dios? ¿Dios ha creado al mundo? ¿Hay una moralidad que no se reduzca a lo meramente cultural o histórico? ¿Es Jesucristo el Hijo de Dios encarnado? ¿Murió y resucitó? Estudió cada una de las respuestas a favor y en contra. Su mente se abrió a una realidad ampliada y su corazón, igualmente, se fue iluminando al percatarse que iba descubriendo el contenido de la Fe y una invitación a vivir de acuerdo a la Palabra Viva que se le iba revelando. Comprende que “las obras más grandes de la literatura inglesa surgen de raíces cristianas, y así, atea como era yo, al regresar con la literatura me encontré releyendo poemas de una explícita y profunda fe cristiana. Redescubrí la obra de T. S. Eliot, George Herbert, John Donne, Gerard Manley Hopkins y los poetas anglosajones cuyos nombres se han perdido para la historia”.
Además de Tolkien, fue G. M. Hopkins (1844-1889), poeta y sacerdote católico, quien más influyó en su cosmovisión. Señala que “Hopkins cierra uno de sus poemas más desgarradores con una súplica: «Oh tú, Señor de la vida, envía la lluvia a mis raíces». ¿Se acabará la sequía?, ¿o seguirá sufriendo? Hopkins no lo sabe. Solo puede preguntar. Su confianza es más profunda que su seguridad”. En el camino de la fe hay mucho de confianza, de andar tramos llenos de neblina que impiden ver el camino. Abraham, padre de los creyentes, escuchó la voz de Dios y se puso en camino; pero esa voz, a veces callaba. Así fue la trayectoria de Orway: preguntas, respuestas, claroscuros, dudas, confianza. Y una súplica continua para pedir el agua de la gracia que haga florecer su vida.
Cuenta Ordway que “como anglicana, tener la posibilidad de escoger mis propias prácticas devocionales, personalizar la expresión de mi fe, me había facilitado en extremo lograr que mi fe consistiese de manera fundamental en mis preferencias personales. Ahora me daba cuenta de que tenía que entrar en la vida y en la tradición de la Iglesia: aprender a ser una católica corriente en los detalles. Cuando supe que me iba a hacer católica, asistí en Oxford a una misa católica con mis amigos de allí. Después, en Houston, comencé a ayunar los viernes, a confesarme con regularidad y a ir a misa diariamente. Por primera vez encontré la plenitud de la gracia en la eucaristía (…). Descubrí que la gracia sacramental impacta en todas las partes del yo —cuerpo, mente, emociones— y entra en todos los elementos de la vida diaria”.
La fe, pues, lleva consigo vida de fe. Los sacramentos, el esfuerzo por vivir de acuerdo a una perspectiva católica, las idas y vueltas de la propia biografía personal son el camino ordinario por el que transita el creyente, codo a codo con su prójimo. Una vida abierta a la aventura, al servicio y a la esperanza en que el Señor enviará la lluvia de su gracia a nuestros corazones.