El sacerdote Antonio Ducay ofrece a los lectores de Exaudi esta reflexión titulada “Entrevista al diablo”, sobre cómo todos nos dejamos engañar por las medias verdades del demonio y entramos en un diálogo constante con él.
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Hay una cita muy simpática de C. S. Lewis, el aclamado escritor británico, que publicó un libro muy famoso, “Cartas del diablo a su sobrino”, unos “consejos” que da un demonio experimentado a otro, un tanto ingenuo, porque está comenzando, que es su sobrino. La cita es ésta:
“Los demonios han tomado nota de sus fracasos tras siglos, tentando a los hombres. Ya han aprendido que a veces es mejor no ir de frente, que la mentira es fácilmente descubierta y que las medias verdades pueden ser su mejor arma. A veces, simplemente, lo mejor es sembrar la duda y esperar a que germine”.
Así es, las medias verdades entran más fácil y confunden mejor.
– ¿Y quién entrevista al diablo?
– Muchos, casi todos los hacemos. Cuando nos dejamos engañar con las medias verdades, empezamos a pensar si hacer esto no tiene nada de particular, que además todos lo hacen, … ya estamos dialogando con él de tú a tú.
Muchas veces el Papa Francisco ha hablado del demonio. Por ejemplo, el 25 de noviembre del año 2016 dijo: “Jesús nos enseña cómo: no dialogar nunca con el diablo. Con el diablo no se dialoga. ¿Qué hizo Jesús con el diablo? Lo alejaba”.
Lo que ocurre es que no nos damos cuenta de con quien estamos dialogando, porque su estrategia es disfrazarse de buena gente, y sus medias verdades nos dicen cosas como “no haces daño a nadie”, es “normal”, “un día es un día”, “así soy yo.” Nos engaña, salimos perdiendo, hacemos lo que no queremos hacer, hacemos lo que quiere el diablo.
Además, como fue ángel, es mucho más listo que cada uno, nos marea, nos inquieta y, cuando lo hemos hecho, nos sugiere: “lo que has hecho está muy mal”, “no tienes remedio”, “es inútil luchar”, lo mejor es tirar la esponja y dejarse de intentar cosas que no son para mí. Nos desanima, viene el desaliento. Es lo que él quiere.
Cuento algo, que le sucedió a un compañero de trabajo. Iba a una ciudad cercana, por una gestión personal. Al salir, se dio cuenta de que no andaba sobrado de dinero. Ya en la puerta, se le sumó un amigo, de otro país, que no tenía en esas horas nada que hacer y veía la oportunidad de conocer mejor el Perú. Le pareció muy bien, pero cuando llegaron al automóvil colectivo empezaron los problemas porque su amigo, algo grueso, ocupaba casi dos espacios, con lo cual tendría que pagar su pasaje y dos más. Unas horas después, los problemas se agravaron. Entraron a almorzar a un restaurante de carretera. Su amigo tenía buen apetito y quería probar varios platos de la cocina peruana. Lo que pidió no era barato. Se preocupó. El visitante lo notó y le preguntó qué le preocupaba. Le dijo la verdad y preguntó a su amigo:
– ¿Tú tienes plata?
– Sí, pero en moneda de este país no llevo nada?
Su amigo no era de los que se preocupaba fácil. Para todo encontraba solución
– No tienes, pues ¡pide!
Estaban en un lugar medio perdido.
– ¿A quién pido?
– A un amigo
Miró alrededor y en el restaurant no conocía a nadie. Para su suerte, en ese momento, se abrió la puerta y vio entrar a un compañero suyo. Respiró aliviado, acudió a él y resolvió enseguida el asunto.
¿Por qué les cuento esto? Porque a veces nos vamos a encontrar situaciones que nos preocupan y con razón. Unas serias y otras no tanto. Y en esos casos nos olvidamos que tenemos un amigo poderoso a quien recurrir, Dios nos va a ayudar siempre. A veces, la ayuda será distinta de lo que nosotros pedimos, pero será mucho mejor, porque Él nos conoce muy bien. Y nos quiere más que nosotros mismos.
¿Y el diablo? En cuanto pedimos a Dios, huye espantado. Nada de ponerle alfombra roja, que es lo que hacemos muchas veces. Solo pedir a Dios, ni a nadie, no está bien, también dar gracias y, además, darle algo, lo que podamos, aunque sea poco.
Si me permiten, les doy un consejo. Santa teresa de Jesús, una gran santa y doctora de la Iglesia, que no es poca cosa, decía que “de nada huyen tanto los demonios como del agua bendita.” No es ninguna tontería tener un pomito de agua bendita y echar unas gotas en la cama, todas las noches, antes de acostarse. Quizá alguno podrá reírse, pero ante el agua bendita el diablo no se ríe, sale corriendo. ¿Qué importa más? ¿Qué se ría alguno o que se ría el diablo? Además, el que se ríe ahora, luego será el que echará agua bendita en la cama. Y te puedes reír de él. Aunque te rías, va a seguir.
Por si acaso, el agua bendita es un sacramental, y los sacramentales no son poca cosa.
Y al final les diré algo que creo que es importante: la debilidad personal no debe preocuparnos, porque todos somos débiles y así nos ha hecho Dios. Lo único que debe preocuparnos es ser soberbios, orgullosos, que supone dos cosas. La primera es no querer reconocer que soy como los demás, que soy débil. La segunda, que si soy débil, lo lógico es pedir ayuda a Dios.