A lo largo del año que ahora está acabando, los medios de comunicación han puesto en el candelero el quebradero de cabeza que está suponiendo el camino sinodal en algunos países y, muy especialmente, en Alemania. Ya hace meses, el Papa avisó al presidente de la Conferencia Episcopal Alemana, Georg Bätzing, con una frase tan breve como clara: «Hay una muy buena Iglesia evangélica en Alemania. No necesitamos dos».
¿Cómo se ha podido producir una deriva tan profunda de tantos católicos alemanes, incluidos buena parte del clero y de sus obispos? El fenómeno es, sin duda, muy complejo: la fuerte presión mediática, la apostasía alarmante generada por los escándalos de abusos, el complejo de inferioridad ante el proceso de secularización, la intolerancia de lo políticamente correcto, etcétera. Pero la razón principal quizás hay que atribuirla a una causa más prosaica: la espantosa ignorancia de la fe, además muy aguada desde hace tiempo por el mejunje relativista y el pensamiento débil. Los católicos alemanes, que con razón se enorgullecían del elevado nivel cultural de sus pastores, se han visto superados por el mediocre argumentario de una sociedad aburguesada y permisiva, que rechaza los fundamentos cristianos sobre los que fue construida.
Este fenómeno no es exclusivo de un país. En todas partes cuecen habas. A nadie se le escapa que muchas veces se echa mano de la ayuda de personas que no poseen la doctrina ni los conocimientos ni las condiciones mínimas para formar a otros en la fe, sean niños o adultos.
La situación pone de manifiesto el fracaso de los catequistas -incluidos muchos pastores-, pues da la impresión de que, para llevar a cabo su misión, han cometido el error de condescender con planteamientos mundanizados del entorno cultural. Al final, en lugar de enseñar, vierten sus opiniones sobre temas de los que no saben y para lo que no están preparados. Es, ciertamente, un problema de ósmosis: si la vida cristiana (piedad litúrgica, firmeza en la doctrina, caridad y celo evangelizador) carece de fuerza, la presión exterior encontrará poca resistencia para asolar la fortaleza interior. Nihil novum sub sole! Siempre ha sido así.
¿Qué hay que hacer? Doctores tiene la Iglesia, pero parece claro que una medida urgente consiste en cuidar la formación de los formadores, proporcionándoles los medios a los que tienen el derecho de acceder y el deber de aprovechar: sólida capacitación intelectual y doctrina segura (católica) son aspectos básicos y relativamente fáciles de conseguir (Catecismo). Desde el proyecto #BeCaT (https://becat.online) hacemos lo posible para ayudar en esta línea a las diócesis de habla española que lo necesiten. Además, también es preciso el acompañamiento espiritual y una liturgia centrada en el Misterio Eucarístico. La Iglesia acoge una gran riqueza de carismas que, sin embargo, se degradan cuando dejan en segundo plano los rasgos identitarios de la vivencia católica.
El Adviento nos recuerda que la esperanza no se apaga en tiempos de tinieblas. Los católicos daremos luz en la medida en que reflejemos la luz de Cristo con nuestra conducta y palabra. Es más que una metáfora: necesitamos abrir la inteligencia y el corazón para acoger sin reservas un don que no es nuestro. Las opiniones vienen después.