El otro día cenando con mi amiga hablábamos de sus hijos. Los míos ya son adolescentes, pero los suyos son todavía niños. Disfruto un montón escuchándola porque sin querer, me traslado a esa niñez de los míos.
Una niñez que tan rápido se me ha pasado y que a veces pienso en lo me hubiera gustado vivir con la experiencia que tengo ahora mismo.
Y cuando hablo de experiencia no me refiero a mis cursos, formación o ejercicio profesional, sino que hablo de la experiencia transformadora de Dios.
El encuentro con Él, lo cambió todo para pasar de lo viejo a lo nuevo. Para vivirme y vivir de otra manera. Con asombro ante la cotidianidad. Con una mirada mucho más profunda y con un norte. Un sentido.
Hablábamos de cómo educarles bien en este mundo tan convulso y vacío. ¿Qué podemos hacer los padres y madres ante el ambiente que tenemos? Porque está claro que el ambiente también educa y que ante la cultura que nos rodea, tenemos dos opciones: o ser abducidos y con ello, nuestros hijos o luchar, yendo a contracorriente.
La primera para mí no es una opción, aunque lo haya sido durante mucho tiempo (antes del “Encuentro”). No por maldad o con intención sino por el adormilamiento o estado anestésico en el que vivía. Muy preocupada por las cosas del mundo y poco por las del alma. Muy ocupada en lo material y nada en lo espiritual. Sin maldad, pero así iba.
La segunda, que es la que yo quiero escoger y escojo no es fácil. Supone el que te tachen de rarita o de ultra algo (ultrafacha, ultracatólica, ultraderecha…) y por supuesto, te arriesgas a la cancelación. Esto, quizá a uno mismo, no le importe porque en su camino de la vida ha visto que lo que le tiene que importar es lo que opine Dios de él y no el mundo, pero no es nada fácil de trasladar a unos niños o jóvenes.
Como todo, cuanto antes se empiece mejor. Es mucho más fácil en niños que en jóvenes donde el aspecto social y el reconocimiento del grupo de amigos es primordial y el sentirse raros o fuera del grupo no suele ser una opción.
Pero ¿Cómo hacerlo cuando todo lo que les rodea habla de lo mismo? ¿Cómo educar a tus hijos cuando lleguen a casa?
La madre Teresa de Calcuta decía: «No te preocupes porque tus hijos no te escuchan, ellos te observan todo el día».
El hogar, la familia, los padres son pieza clave, fundamental e imprescindible en esta educación y para eso tiene que haber hogar, familia y un padre y madre presentes no ausentes.
Un lugar donde lo que prima es el testimonio de esos padres que hacen lo que dicen. Porque si tú a tu hijo le dices que no grite, pero luego te ve gritar a ti, lo que le queda y en lo que le educas es en el grito.
Un lugar seguro donde se te quiere tal cual eres, con tus debilidades y tus fortalezas y donde se te mira y escucha.
Porque la educación no es que tus hijos hablen muchos idiomas o saquen muy buenas notas. No, la educación va más allá. Eso es instruirles en conocimientos y para esa parte, tienen a los profesores. (Otra cosa y de la que quizá escriba en otro momento, es que necesitemos también profesores que sean educadores y no meramente instructores)
La educación está en enseñarles a ser. En mostrarles que su vida tiene un sentido y que éste no es solo el acumular conocimientos o cosas. Está en que vean que sus padres viven una vida con sentido, que están para ellos y que tienen más miras que cambiar de coche.
Hoy en día estamos asistiendo a una batalla feroz y voraz contra la familia y es ahí donde debemos atrincherarnos y luchar con uñas y dientes para defenderla.
Si nuestros niños no tienen un hogar seguro. Un hogar donde puedan observar lo que verdaderamente es el amor como entrega y sacrificio por el otro. Un lugar donde el sufrimiento sea acogido y acompañado… si esto deja de existir, estamos abocados a más suicidios, más tranquilizantes y ansiolíticos y más infelicidad.
Saber que cada día es un regalo y que la rutina tiene un gran valor si nosotros se lo sabemos dar, hace que esos 1440 minutos que tiene un lunes o un martes, valgan la pena.
Saber que somos protagonistas de nuestra vida, que no vamos solos y que el camino merece la pena, es fundamental para no empastarte con la realidad.
Pero lo que de verdad es fundamental que lo vean en ti y en mí, en cada día. Que seamos testigos de ello con nuestra vida y no con nuestras palabras. Que seamos.
Para mi Dios es pieza clave, pero, aunque no tengas fe, piénsalo: ¿Quién te ha dejado huella en tu vida? ¿los que te han echado muchos sermones o de los que has visto un testimonio coherente de vida?
Ante la sociedad del hoy, ¿en qué actitud te vives? ¿Qué ven tus hijos en ti?