El tesoro de la Asunción

María Santísima, modelo de todo el género humano, es un grandísimo tesoro, aprendamos de él, imitémosla

Parroquia Asunción de Nuestra Señora, Torrelodones, España

La Asunción representa la victoria de María Santísima, el reconocimiento de la santidad de su vida. Nos presenta a ella como modelo de conducta e intercesora nuestra.

La Asunción de la Santísima Virgen nos habla de que ella ha sido llevada al cielo en cuerpo y alma. La Santísima Trinidad la ha coronado como reina y señora de todo lo creado.

Entrando en la gloria celestial, no nos ha abandonado, sino que continúa ejercitando su oficio maternal para con todos, e incluso puede ocuparse aún más de nosotros.

La Asunción, pues, nos recuerda que en el cielo tenemos, entera, en cuerpo y alma, una madre. Así, el cuadro que hay ante nuestros ojos es espléndido: es el de un corazón de madre que en el cielo nos está amando. ¡El corazón de la madre que más nos ama!

En vivo contraste con esta realidad maravillosa, celestial, está un mundo en el que abundan los conflictos entre los hombres: ingratitudes, faltas de correspondencia, desamores, faltas de respeto, injusticias, gritos, insultos, zancadillas, envidias, odios, burlas, golpes, guerras, faltas pequeñas y grandes, etc.

Cuando tropezamos en nuestras vidas con contratiempos como éstos, que se clavan como espinas en nuestro corazón, podemos estar tentados de reaccionar de un modo muy distinto de como lo haría la beatísima Inmaculada, de no hacerlo con su amor.

Si alguien, muy injustamente, nos ha perjudicado, tal vez dañándonos mucho, o quizá haciéndolo con mucho empeño en molestarnos, etc., puede parecernos razonable adoptar ciertas actitudes no muy constructivas. Incluso nos podemos convencer de que estamos cargados de razones para poder actuar así.


¡Cuántos matrimonios, y cuantas realidades bellas, se habrán roto por respuestas de este género! ¡Cuántas cosas maravillosas se habrían salvado respondiendo con una caricia o con una sonrisa, aunque el otro no haya hecho méritos para obtenerla! ¿No es verdad que, a veces, un poquito de ternura, o de bondad, hace maravillas, o incluso milagros? ¿Por qué se olvida tan fácilmente que se cazan más moscas con una gota de miel que con un barril de vinagre?

Cómo la actitud de la bendita Madre de Dios es tan distinta de aquello a lo que nos empujan nuestras inclinaciones, y dado el movimiento actualmente impreso a este mundo, resulta ahora especialmente luminosa su actitud, verdadera e inmensa novedad, auténtica revolución en el mejor sentido de la palabra, descubrimiento de un nuevo mundo.

Todos somos hijos de María. Y, ella, haga lo que haga un hijo suyo, -aún al que profiera las más horribles blasfemias contra su divino hijo y contra ella, o al peor asesino del mundo-, está dispuesta a acogerle con cariño de madre, y tiene siempre los brazos abiertos con la ilusión de poder estrecharlos sobre él. Nuestra maldad es respondida con su bondad; nuestro desamor, con su amor y sus besos; las llagas pútridas de nuestros pecados, con la misericordia que desinfecta, cura y venda las heridas. Ella siempre está del lado de la siembra de bondad, de alegría, de luminosidad, de bien, de amor, etc. Para decirlo en una sola palabra: ella es siempre la madre acogedora que sólo está llena de bondad y de amor.

Una obra literaria del sacerdote Jacinto Verdaguer puede ayudarnos a entender este corazón de madre. Dice así: un novio, que estaba locamente enamorado de su novia, le pidió a ésta, que quería que le diera. Ella, le respondió: dame el corazón de tu madre. Él, quedó muy entristecido. Pero, por el amor que tenía a su chica, con un puñal arrancó el corazón a su madre. Lo metió en una mochila y se dirigió hacia su jovencita para dárselo. Pero, durante el camino, tropezó con una piedra, y cayeron por el suelo, el chico y la mochila. De dentro de esta bolsa no se oyó nada más que esto: ¡hijito mío, te has hecho daño! Era el corazón de la madre que lo único que le preocupaba era el bien de su hijo, del hijo que la había asesinado, y le había sacado el corazón.

Porque cuando nos encontramos con la asunta, con todas las manchas que llevamos sobre nuestras espaldas, la hallamos tan buena, se facilita que cambiemos, que recobremos la alegría, la ilusión, la esperanza, el impulso positivo hacia adelante. De hecho, no hay fuerza más grande que el amor.

En definitiva, su corazón totalmente maternal, por contraste con el nuestro, nos da que pensar, y nos da mucho que pensar, y nos invita a examinar nuestras maneras de actuar, a corregirlas, y a parecernos más a ella. María Santísima, modelo de todo el género humano, y, especialmente de las mujeres, es un grandísimo tesoro, aprendamos de él, imitémosla. ¡No hay estrella como ella! Hoy, especialmente, tiene mucho que decirnos. ¿Te apuntas a querer, -de la mano de aquella que fue el alba que dio paso al Sol-, sembrar en este mundo luminosidad, alegría, bondad y amor? ¡Un nuevo mundo, y mucho más bonito es posible! ¡Vosotros sois los tiempos!