Los anticlericales más radicales, cuando poseen mucho poder, se creen muy fuertes y tienen a la Iglesia por algo muy débil. De ahí que su sueño sea suprimirla.
Se fundan en que, quién tiene mucha fuerza, vence necesariamente al que tiene muy poca. Es como decir que la hormiga ha de ser derrotada por el elefante, porque fácilmente podrá aplastarla. Eso les parece tan evidente como que 4 es mayor que 2.
A la pregunta, ¿puedo con una barca, hecha con una hoja de papel, recorrer todo el orbe, atravesar los mares más encrespados?, responderán: ¡esto es imposible!
Su afirmación, ha de ganar quién es mucho más fuerte, parece totalmente lógica. Pero, la historia, constantemente constata lo contrario. La hormiga supera al elefante. El extremadamente debilucho triunfa sobre el muy potente. El tigre feroz se rinde ante la oveja. La Iglesia, comparada con la grandeza y las bravatas del océano, resulta tan ínfima, que no es más que una barquita de papel. Pero, siendo tan endeble, ha atravesado todo el globo terráqueo ¡Lo imposible se ha cumplido!
Así pues, el fundamento del razonamiento anticlerical se ha hecho añicos. Los hechos han mostrado el fracaso estrepitoso de la visión cerrada en lo natural.
Lo antedicho tiene innumerables ilustraciones históricas. Así, por ejemplo, ha ocurrido algo que era impensable, que Moisés y el antiguo pueblo de Dios, sin armas, venciera al faraón y a todo su ejército.
Fortísima fue la persecución contra la Iglesia del todopoderoso emperador Diocleciano, un mar de sangre martirial. Se comprende, pues, que acuñara una moneda con la siguiente inscripción: “Nomine christianorum deleto”. Esto es, el nombre del cristianismo ha sido borrado. Pero, Diocleciano, no tardó en fallecer. Pocos años después, en el 313, la bandera cristiana, la cruz, coronaba triunfalmente el capitolio romano.
A san Agustín le decían los paganos: “La Iglesia va a perecer, los cristianos ya han terminado”. Les respondía: “Sin embargo, yo os veo morir cada día y la Iglesia permanece siempre en pie, anunciando el poder de Dios a las sucesivas generaciones”. Más aún, en vida del santo, aquel impero romano, que daba la carne de los cristianos a las fieras, cayó.
Hay buenos cristianos que, a diferencia de Azaña, besando la cruz, nunca se han conmovido. Éste, había sido anticlerical y jefe de anticlericales. Si alguien puede considerarse símbolo de la masónica segunda república española, éste es Azaña. Pero, al final de sus días se convirtió. La flecha disparada por el arco de Cristo hizo diana en su corazón. Estando en Francia, libre, rodeado de anticlericales, logró ser atendido por un obispo, quién manifestó: “queriendo conocer los sentimientos íntimos del enfermo, le presenté un día el crucifijo. Con sus grandes ojos abiertos, luego húmedos de lágrimas, se fijó detenidamente sobre el Cristo de la cruz. Lo arrancó de mis manos y lo besó con amor por tres veces, y decía cada vez: ‘Jesús, piedad, misericordia’ (…)”. “Ese hombre (Azaña) tenía fe (…) la fe de su infancia y de su juventud, volvía a orientar los últimos días de su vida”. Abandonando su condición masónica, recibió los sacramentos, murió en la fe y la paz del Señor.
El apoyo del Papa Juan Pablo II el Grande a Solidaridad había disgustado profundamente a algunos gobernantes comunistas. En 1981 el Santo Padre fue tiroteado por un criminal infalible. Pero, no logró matarlo. En pocos meses se recuperó completamente. Los que cayeron fueron los enemigos de Su Santidad. En efecto: en 1989 cayó el Muro de Berlín y en 1989-1990 se hundió el marxismo. En 1992, Gorbachov, afirmó: “Cuanto ha sucedido en Europa oriental hubiera sido imposible sin la presencia de este Papa”.
Toda persona inteligente, viendo que la victoria de la hormiga sobre el elefante ha sido una constante histórica, se admira. Pero, como ya señaló Pitágoras, la admiración es el principio del pensamiento. Sobre lo que me admiro, me pongo a pensar. Al anticlerical inteligente la reflexión le lleva a temer que pueda volver a suceder lo que tantas veces ha acaecido, que la hormiga venza al elefante. Ya no está, pues, tan seguro de que el anticlerical vencerá. Si es prudente, se volverá más cauto. Pero, existen también anticlericales imprudentes que no renunciaran a su sueño anticlerical, pues el hombre es el único viviente capaz de tropezar tres veces en la misma piedra. Éstos, no han comprendido que además de las fuerzas finitas, que tiene presentes, hay que contar con las infinitas. La Iglesia tiene a su favor la fuerza infinita divina. Las puertas del infierno no podrán contra ella. Dios es más poderoso que el mundo, siempre vence. Luchar contra Dios es absurdo. De nada sirve dar coces contra el aguijón. Los soldados romanos armados, custodios del sepulcro, temblaron de miedo y se quedaron como muertos ante la presencia gloriosa de Cristo resucitado.
Si la Iglesia puede tanto, y es la portadora de la fe, es ilógico el intelectual prepotente propugnador de la lucha de la razón contra la fe. Pues, si con la Iglesia no se ha podido, tampoco se podrá contra la fe.
En definitiva, Cristo ha resucitado. La fe es racional y es la verdad. El anticlericalismo es un gigante con los pies de barro. Cristo es la roca que puede pulverizarlo
En suma, ¡la fe es más potente que las ideologías!