Una de las cualidades que todo directivo debe adquirir es la capacidad de “ver” el futuro. Es cierto que nunca podemos aprehenderlo totalmente, pero la capacidad de adelantarse a los hechos para prepararse mejor a las situaciones que pueden presentarse es una cualidad que las corporaciones piden a sus directivos.
Esta cualidad puede trabajarse, porque en el ser humano existe una potencia para esto. En la dimensión sensorial, contamos con una potencia interna -un sentido interno: la cogitativa, que nos habilita para esta capacidad. Aunque los animales también poseen esta cualidad -en ellos se llama estimativa-, en el ser humano, esta capacidad de proyectar el futuro está perfeccionada por la acción del intelecto espiritual, que nos permite razonar sobre los supuestos futuros y diseñar planes que se orientan a un fin que aún no está presente.
Y aunque solo sea una idea en el intelecto humano, es capaz de hacer que la persona disponga sus otras potencias para hacerlo realidad. El interés por presentar una propuesta ganadora en una licitación consigue que muchas actos del presente se orienten a dicho propósito. Y todas esas acciones se dispondrán de modo organizado y coordinado, incluso con las acciones de terceros.
El desarrollo de esta cualidad, sin embargo, puede tener un efecto negativo: vivir totalmente en el futuro. Es decir, vivir cotejando tanto lo que puede suceder o intentando controlar todas las variables, que uno deja de vivir el presente. Y como este dejar el presente se da solo interiormente, no se percibe su efecto dañino sino después de mucho tiempo.
Ante esta situación, conviene recordar que si bien somos seres que miran al futuro, debemos tener presente que lo que nos da peso específico es nuestra identidad personal. Es decir, somos un alguien. Un ser con intimidad, con biografía, donde nuestra vida no solo es lo que haremos mañana, sino alguien que ha tenido o tiene unos padres, unos tíos, unos hermanos, unos amigos del colegio, unos colegas del trabajo anterior, y un largo etcétera, como todas las personas con quienes nos hemos relacionado. Todas esas relaciones han ido tallando nuestra “facciones” personales interiores: nuestro modo de responder y actuar (y no digo reaccionar, porque la persona humana nunca reacciona -mientras es libre, claro- siempre actúa); nuestro modo de sonreír; de mirar. Por lo tanto, reconocer esa historia nos permite reconocer quién somos, y solo con ese bagaje a cuestas nos podemos proyectar hacia el futuro. Sin él, sería como lanzar una piedra hacia adelante: en sí anónima y sin capacidad de autodeterminación.
Entre el pasado y el futuro de la persona humana debe haber una conexión. Y esta conexión solo se da en el silencio interior. De allí que el silencio juegue un papel importante en el correcto despliegue de esta competencia que es tan importante para el directivo de una empresa.
Uno debe aprender a callar interiormente. Silenciar las voces propias que con frecuencia nos acompañan: el diálogo interno sobre una cuestión que rompió mis planes, mi propuesta, mis deseos; o la conversación afectiva que no terminó, y que ahora, internamente, me saca de dónde estoy; o la corrección que aún no proceso, y que internamente me persigue donde voy.
La persona humana también dispone de esta capacidad. Pero no se trata de hacer un vacío interior: eso es imposible para el ser humano, porque somos seres relacionales, dialógicos; y en la interioridad, no estamos solos, si sabemos abrir la puerta adecuada. Esta es una experiencia que muchas personas que nos han precedido ya han experimentado, y es también una experiencia que toda persona puede experimentar. En lo más interior de uno mismo, está quien nos ha hecho: no como una parte nuestra, sino como Alguien con quien podemos dialogar. Para comprobarlo, solo hay que tratar de experimentarlo.
Un gran filósofo del siglo VI, un hombre que aprendió mucho de humanidad y que llegó a este descubrimiento por sí mismo, dejó escrito para ayudar a quienes vinieran después de él: “no vayas fuera, vuelve a ti mismo”.