15 abril, 2025

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El Sacrificio Cristiano

En el Viernes Santo no adoramos el sufrimiento, adoramos a Aquel que lo convirtió en amor

El Sacrificio Cristiano

Tercer día (de 5) de las «Charlas cuaresmales» 2025, en la parroquia San Cosme y San Damián, de Burgos. Comenta los sucesos del Viernes Santo: Muy de mañana, los sumos sacerdotes llevaron a Jesús ante Pilato, quien le preguntó: «¿Eres tú el rey de los judíos?». Jesús respondió: «Tú lo dices». Los sumos sacerdotes le acusaban de muchas cosas, pero Jesús ya no respondió más, por lo que Pilato se sorprendía. Durante la fiesta, Pilato acostumbraba a soltar a un preso. Preguntó al pueblo si preferían liberar a Jesús o a Barrabás. Los sumos sacerdotes incitaron a la multitud a pedir a Barrabás. Pilato preguntó: «¿Y qué voy a hacer con el que llamáis rey de los judíos?» Ellos gritaron: «¡Crucifícalo!». Pilato, queriendo complacer a la gente, soltó a Barrabás. A Jesús lo mandó azotar y lo entregó para ser crucificado. Los soldados se burlaron de Jesús vistiéndole de púrpura, colocándole una corona de espinas y saludándole: «¡Salve, rey de los judíos!» Lo golpeaban y se arrodillaban irónicamente delante de él. Llevaron a Jesús al lugar del Gólgota, donde lo crucificaron. Sobre su cruz pusieron un letrero: «El rey de los judíos». Dos ladrones fueron crucificados con Él, uno a su derecha y otro a su izquierda. Los que pasaban lo insultaban diciendo: «¡Sálvate a ti mismo bajando de la cruz!» También los sacerdotes y escribas decían: «A otros ha salvado, y a sí mismo no puede salvarse».. Al mediodía, se extendió la oscuridad hasta las tres de la tarde. Entonces Jesús clamó con fuerza: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». Luego, dio un fuerte grito y expiró. La cortina del templo se rasgó en dos, de arriba abajo. Un centurión romano, al ver esto, exclamó: «Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios» (Resumen de Mc 15).

Cada Viernes Santo la Iglesia se detiene ante el misterio de la Cruz. Para muchos, puede parecer una escena violenta, escandalosa, incluso absurda: Dios hecho hombre, colgado de un madero, entre burlas y sangre. ¿Cómo puede un símbolo tan doloroso ser, a la vez, el más hermoso? La respuesta está en el amor: la cruz no es el final trágico de una historia, sino el acto más alto de entrega y redención.

El Evangelio según san Marcos nos narra los últimos momentos de Jesús: el juicio ante Pilato, la elección del pueblo por Barrabás, la coronación de espinas, el camino al Gólgota, la crucifixión. En cada paso, el silencio de Cristo y su entrega gratuita revelan un amor que no responde con odio ni con fuerza, sino con obediencia y compasión. A través de la Pasión, comprendemos quiénes somos nosotros —pecadores capaces de rechazar a Dios— y quién es Él: Amor que se ofrece hasta el extremo.

Dos grandes teologías han intentado explicar este misterio: la de la cruz y la de la encarnación. Ambas coinciden en un punto esencial: Cristo nos salva no sólo por su sufrimiento, sino por el amor con que lo ha vivido. En la cruz, el dolor no tiene valor por sí mismo, sino porque ha sido abrazado por amor. Y ese es también el camino del cristiano: transformar cada circunstancia en una ofrenda de amor.

La espiritualidad cristiana siempre ha entendido el sacrificio como un acto que va más allá de lo ritual o lo externo. Ya en el Antiguo Testamento, los profetas denunciaban el formalismo de los sacrificios vacíos, y anunciaban un nuevo culto: el de la obediencia del corazón. Cristo es el cumplimiento de esa promesa: su vida entera —desde el primer latido en el seno de María hasta el último aliento en la cruz— es un acto de amor al Padre y a nosotros.

A partir de Él, el sacrificio cristiano cambia radicalmente: ya no se trata de destruir cosas o cumplir normas exteriores, sino de convertir cada momento en una ocasión para amar. Ese es el verdadero culto, la verdadera santidad: vivir las virtudes, una y otra vez, hasta que se conviertan en hábitos. No por un esfuerzo titánico, sino por una gracia que transforma desde dentro.

La mortificación —tan olvidada hoy— no es un castigo, sino un medio para amar mejor. Como decía san Josemaría: «Haz lo que debes y está en lo que haces». Levantarse puntual, sonreír a quien nos cuesta, cumplir con alegría nuestras obligaciones… todos esos pequeños actos, vividos con amor, nos asemejan a Cristo. El sufrimiento no es lo que buscamos, pero si llega, no lo rechazamos: lo abrazamos con Él, sabiendo que puede ser fecundo.

En definitiva, el Viernes Santo no es una exaltación del dolor, sino una invitación a vivir como Jesús: hacer de la vida una entrega, incluso cuando duela. Porque no se trata de resignarse a la cruz, sino de quererla. Y quien la quiere, descubre —como los santos— que amar, incluso en medio del dolor, es lo más humano… y lo más divino.

Primer día: Pascua o Nada: El Corazón de la Fe Cristiana

Segundo día: Morir al Yo, Nacer al Amor

Tercer día: El Sacrificio Cristiano

Luis Herrera Campo

Nací en Burgos, donde vivo. Soy sacerdote del Opus Dei.