En un mundo fracturado por la desigualdad, la violencia y la polarización, la misión de la Iglesia cobra una relevancia renovada. El Dr. Rodrigo Guerra, Secretario de la Pontificia Comisión para América Latina presentó la ponencia “El Reino como horizonte de la misión: camino para la transformación social en un contexto de desigualdades”, nos invita a reflexionar sobre la transformación social como horizonte de nuestra misión cristiana, un camino que, lejos de ser meramente político o económico, se centra en el encuentro personal con Cristo y la proclamación de su Reino.
Ponencia realizada en el marco del 6° Congreso Americano Misionero (#CAM6), que se celebró en Puerto Rico del 28 al 24 de noviembre de 2024.
La Iglesia en el Mundo: Un Contexto de Desigualdades
El escenario global, especialmente en América Latina, nos muestra una realidad dolorosa. La región sigue siendo la más desigual del mundo, con una creciente brecha entre ricos y pobres. Esta situación no solo refleja problemas económicos, sino también profundos desafíos políticos y culturales. La polarización y el extremismo devoran el espacio de diálogo, mientras que los antiguos valores racionalistas se ven cuestionados en un mundo postmoderno lleno de nuevas inseguridades.
En este contexto, la Iglesia no está exenta de los problemas del mundo. Existimos como Iglesia dentro de este complejo escenario, y nuestra misión es ser luz en medio de la oscuridad, ofreciendo esperanza y guía en tiempos de incertidumbre.
Un Cambio de Época: La Iglesia en el Siglo XXI
Los obispos en Aparecida reconocieron que no estamos simplemente en una época de cambios, sino en un verdadero cambio de época. Este momento de crisis no es una tragedia inevitable, pues la fe cristiana nos asegura que el mal no tiene la última palabra. La experiencia de Jesús en el desierto, superando las tentaciones por su confianza en la voluntad del Padre, es un ejemplo para nosotros. Esta misma confianza en una vida más grande que la nuestra es la que debe sostener nuestra misión.
El Reino de Dios: Más que una Utopía
El Reino que Jesús anuncia no es una mera utopía política, económica o cultural. Es una realidad presente, una persona viva: Cristo. El corazón del kerigma no es una propuesta de valores abstractos, sino el anuncio radical de la resurrección de Jesucristo. Esta proclamación se encarna en la Iglesia, una extensión misteriosa de la Trinidad en el tiempo, que nos llama a vivir en comunión y misión.
La misión de la Iglesia no se limita a la proclamación de valores como la paz, la misericordia, y los derechos humanos, aunque estos son importantes. La esencia del cristianismo es Cristo mismo, y nuestra tarea es llevar su presencia viva al mundo. Anunciar el Reino es proclamar que Jesús está vivo y actúa en nuestras vidas y en nuestra historia.
Comunión y Sinodalidad: Caminos de Transformación
La comunión eclesial, verificada en la sinodalidad, es dinámica y se manifiesta en el encuentro. La sinodalidad no es solo un concepto, sino una experiencia concreta de caminar juntos, reconociendo en la diversidad una fuente de enriquecimiento. La polarización y el fanatismo, dentro y fuera de la Iglesia, brotan del temor y la falta de confianza en el Espíritu Santo. Nuestra misión es testimoniar que el Reino de Dios se construye desde lo pequeño, lo humilde, lo vulnerable.
La sinodalidad implica una apertura al diálogo y la colaboración, reconociendo que todos los miembros de la Iglesia tienen un papel que desempeñar. Es un llamado a la corresponsabilidad, donde cada uno aporta sus dones y talentos al servicio de la misión común.
El Encuentro con los Más Pobres: Sacramento de Cristo
La Iglesia, sacramento universal de salvación, encuentra en los más pobres un verdadero sacramento de Jesucristo. La comunión sacramental en la Eucaristía se vive plenamente solo en comunión con los pobres y con el Papa. Esta comunión no es meramente organizacional, sino que brota de la Trinidad, una unidad basada en el amor, la paciencia y el perdón.
El encuentro con los más pobres no es solo una obra de caridad, sino una experiencia sacramental donde reconocemos a Cristo en el rostro del necesitado. Este encuentro nos transforma y nos evangeliza, recordándonos que nuestra fe se vive en el amor concreto al prójimo.
María: Modelo de la Iglesia Misionera
María, la primera misionera de América, nos muestra el camino de la sinodalidad y la misión. Su encuentro inculturado con Juan Diego es un modelo de cómo anunciar a Cristo en contextos diversos. La Virgen de Guadalupe es un signo de reconciliación y fraternidad, recordándonos que nuestra misión es construir espacios de fraternidad y libertad.
María es más que una devoción; es una presencia teológica y pastoral que nos guía en nuestra misión. Su ejemplo de humildad, obediencia y amor nos enseña a ser discípulos y misioneros, llevando a Jesús al mundo con valentía y ternura.
Conclusión: La Esperanza en la Acción del Espíritu Santo
La misión de anunciar el Reino de Dios en un mundo fracturado requiere una confianza radical en la acción del Espíritu Santo. No es a pesar de nuestras imperfecciones que Dios actúa, sino a través de ellas. En cada gesto de amor y servicio a los más necesitados, el Reino se hace presente. Nuestra tarea es ser testigos de esta esperanza, construyendo una comunión que refleje el amor trinitario y transforme nuestro mundo.
La Iglesia es llamada a ser signo de unidad en un mundo dividido, ofreciendo una propuesta de fraternidad y reconciliación. Este es el verdadero desafío y la esperanza de nuestra misión: ser testigos del amor de Dios que transforma vidas y sociedades, construyendo un mundo más justo y humano.