Hay dos equívocos fundamentales a los cuales quiere responder esta historia real: que la mujer en la Iglesia ha estado históricamente relegada, carente de poder, o de “empoderamiento” como diríamos hoy; y que la Edad Media era una época oscurantista, donde la mujer no contaba para nada. La vida de santa Catalina de Siena desmiente ambos supuestos. Cabría añadir un tercero: que la contemplación, la vida mística nos lleva a desentendernos de los avatares de este mundo, pues tenemos la mirada y el corazón, puesto en el venidero. También la vida de esta santa quiebra dicho paradigma.
Santa Catalina de Siena vivió muy pocos años, pero tuvo una vida muy intensa. Nace en 1347 y muere en el 1380, es decir, hacia el ocaso del a Edad Media. Sin embargo, su mensaje goza de una perenne actualidad, más aún, de una palpitante actualidad, pues encarnaría lo que podríamos llamar una «luchadora social». Efectivamente Catalina luchó en un primer momento contra la pobreza y a favor del desarrollo y del protagonismo de la mujer en su ciudad, más tarde por la paz en Italia entre las distintas ciudades enemigas, y por la paz dentro de la Iglesia. Esas cuatro luchas de Catalina: contra la pobreza, para promover a la mujer, por la paz en el mundo y en la Iglesia son plenamente actuales, y por ellos podemos ponerlas bajo su patrocinio.
Santa Catalina desarrolló una intensa labor epistolar, para conseguir dos fines fundamentales: la paz entre las diversas ciudades italianas y la vuelta a Roma del Papa, que llevaba años viviendo en Aviñón, Francia. Enviada como embajadora de Florencia ante el Papa para implorar la paz con los Estados Pontificios, consigue la vuelta del Papa Gregorio XI a Roma en 1377, y la paz de Florencia con el Papa Urbano VI, su sucesor.
Como puede verse, Catalina estuvo plenamente inmersa en las aventuras de su tempo, en los problemas políticos y eclesiales. Fue el instrumento de Dios para conseguir el fin del papado en Avignón (una serie de 7 papas gobernaron la Iglesia desde esa ciudad) y le tocó ver con dolor cómo se producía el famoso “Cisma de Occidente”, la elección doble de pontífices, que entre 1378 y 1417 se disputaron el dominio de la Iglesia, llegando a ser incluso 3 papas en 1410. Ante esa disyuntiva ella apoyó a Urbano VI como Papa auténtico.
Pero, independientemente de los detalles de la historia, lo que vemos en la vida de Catalina es a una mujer protagonista de cambios reales en la sociedad y la Iglesia. Consigue la paz entre diversas ciudades italianas y la vuelta del papado a Roma. Es decir, influye decisivamente en el curso de la historia en plena Edad Media, al tiempo que se desvive por los pobres y por la participación de la mujer en la vida de su sociedad.
Su función es única en la historia de la Iglesia, hasta ahora, pero puede tener una cierta continuidad en un futuro cercano. Catalina representó la voz de la conciencia para el Papa, la voz del Espíritu Santo que le imploraba volver a Roma, para no ser el Papa de un país, Francia, sino de la Iglesia universal. En efecto, “romanidad” quiere decir universalidad o catolicidad, una de las notas esenciales queridas por Dios para su Iglesia, y que se había perdido por casi setenta años. Su única autoridad era moral -la fama de su santidad-, no tenía nombramientos especiales, pero influía directamente en la cabeza de la Iglesia.
Ahora el Papa pide a la mujer una mayor participación en la vida de la Iglesia, el próximo sínodo de obispos, ya no será solo de obispos, sino también de laicos, y el Papa pidió expresamente que la mitad fueran mujeres. SU función es como la de santa Catalina, asesorar al Papa, aconsejarlo. En efecto, tener el carisma petrino no lo vuelve perfecto, y muchas veces, precisamente por la importancia de su cargo, está más necesitado del consejo que el común de los mortales; consejo que muchas veces puede venir de una mujer, como en el caso de nuestra santa. Digamos entonces que la participación de la mujer en el gobierno de la Iglesia en primer lugar y en el desarrollo de la sociedad (la lucha por la paz, contra la pobreza y por la promoción de la mujer), no es de índole jerárquico -como quieren quienes propugnan la ordenación sacerdotal femenina- sino carismático, como lo vivió santa Catalina y en su estela multitud de mujeres a lo largo de la historia.