“Mamá, yo no puedo hacer nada para cambiar el mundo”. Así comenzaba una conversación con uno de mis hijos a la hora de la cena.
Y en la universidad muchos jóvenes con los que hablo, ante la pregunta de qué huella quieren dejar o qué se proponen hacer con su vida y en la vida de otros, me encuentro muchas veces con la misma respuesta: “no puedo hacer nada significativo”.
Pero ¿Qué es cambiar el mundo? y ¿puedo yo, en mi pequeña realidad, cambiarlo?
Esta es una pregunta con la que deberíamos viajar todos porque hace que nuestra vida, su sentido, trascienda a algo más que acumular tiempo, cosas materiales o deseos. Y podemos estar viviendo de una manera tan automática que dejemos de levantar la mirada de nosotros mismos para solo ver lo mío, lo inmediato y superficial.
Nuestro mundo, tan materialista, basa la felicidad en el tener. En muchas de las sesiones de acompañamiento en la universidad cuando sale la pregunta de cuál es tu objetivo en la vida o para qué estás estudiando esta carrera, la respuesta es: para ganar dinero, comprarme una casa, viajar mucho y después, tener una familia.
Se invierte el orden de la importancia de las cosas y de su acontecer: mi fin, es el dinero, para eso estudio y trabajaré el día de mañana. Y la consecuencia de si lo consigo, será tener una familia, después de haber hecho muchas cosas por en medio. Cuando la familia, ese hogar y refugio donde se te quiere incondicionalmente, no debería ser la consecuencia última de un montón de cosas que deben suceder antes.
Así con esta mentalidad en la que el motor principal del mundo es el dinero, lo material y la acumulación de experiencias y cosas, es difícil pensar en poder cambiarlo, porque ¿cómo hacerlo si no tengo “riqueza”?
¿Cómo impactar si no soy importante porque no tengo éxito empresarial o muchos millones en el banco? “Eso solo lo pueden hacer unos pocos” es, entonces, una respuesta muy lógica.
Y así, podemos vivir una vida vacía. Estar en vez de viviendo la vida dejando que la vida te viva a ti porque ¿qué es tener mucho dinero? ¿Dónde está el límite de nuestros deseos basados solo en lo material?
La falta de trascendencia; Ese adormecimiento de la dimensión espiritual de las personas; ese estar pegado al mundo, hace que la vida deje de tener sentido cuando el trabajo soñado que va a darnos mucho dinero y prestigio no llega. Hace que, ante esa precariedad laboral, ante el sinfín de acontecimientos no planeados por mí o, incluso, problemas que nos vamos encontrando, nos rindamos y bajemos los brazos, dejando paso a la desesperanza.
¿Cómo levantar la mirada? ¿Cómo caer en la cuenta de lo importante? ¿Cómo poner esperanza y sentido a la vida?
Estas sí que son preguntas muy grandes y desafiantes pero que tienen una respuesta pequeña o mejor, sencilla: a mí me ayuda el Pensar en grande para hacer en lo pequeño.
Grandes anhelos y deseos. Deseo de algo más, muchas veces muy grande, pero haciendo y centrada en lo pequeño. Entendido como ese metro cuadrado de cada uno. Ese lugar en tu vida cotidiana donde tú puedes impactar: empezando por tu familia para pasar por el resto de las realidades de tu vida: tu universidad, tu trabajo, tu grupo de amigos, tu parroquia.
La madre Teresa de Calcuta hablaba del valor de las “small things”, de las cosas pequeñas hechas con un gran amor y de cómo una piedra lanzada al agua causaba muchas ondulaciones.
Y es que la vida, la rutina, cada día está lleno de pequeñas cosas. De cosas sencillas, a veces muy simples que tienen un inmenso poder.
Cosas sobre las que si te preguntan te saldría la frase de “esto no se paga con dinero”. Y qué verdad es esa porque ¿Cuál es el precio de un “te quiero” o de un beso dado con amor?
Cuando consigues hacer un “caer en la cuenta” de esas cosas impagables, la vida empieza a tener sentido y esperanza.
Y puedes llegar, incluso, como me pasó a mí a plantearte cuál es la verdadera pobreza. Porque te has preguntado ¿qué es ser pobre? O lo contrario ¿de qué te consideras rico?
