“¿Por qué avanzamos tan despacio?”, increpó con forzada cortesía al conductor. – “Será un accidente o los semáforos están averiados”, ensayó una respuesta “protocolar” como para darle serenidad. La respuesta no lo apartó de sus pensamientos. Con empeño y dedicación había logrado sus metas, a costa de dilatar en mucho el contacto con su padre. Huérfano de madre, la atención, cariño y cercanía que recibió contrastaban con su falta de agradecimiento, afecto y generosidad que le dispensó. Ese reproche, hacía tiempo atrás, estrujaba su corazón tanto más fuertemente a medida que se avecinaba el encuentro.
El tránsito seguía denso. Recuerdos y reproches circulaban a velocidad de crucero por su mente. A medida que avanzaba el vehículo, una genuina preocupación le atizaba el corazón: “después de tantos años: ¿Cómo me recibirá? ¿Qué le diré a mi padre? Ingresó a la casa con especial cuidado y, con caminar quedo, se dirigió a la estancia desde donde provenía un suave sonido musical; de inmediato, la imagen de su padre leyendo mientras escuchaba música clásica se instaló en su mente. Respiró hondo antes de traspasar el umbral de la puerta. Su padre dormitaba. Controló el impulso natural de abrazarlo, besarlo y decirle, no una, muchas veces: gracias y te quiero, pero no se atrevió.
Su padre despertó. Lo miró con ternura y le extendió los brazos. Permanecieron un largo rato fundidos en un gran abrazo. Él quiso explicarle, darle razones acerca de su proceder. El padre le sonrió y, saboreando cada palabra, le dijo: “desde hace mucho tiempo esperaba con ansia este reencuentro”. Escanció vino en dos copas. No pocas veces – comentó a modo de reflexión – me he cuestionado mi papel como padre. Tu mamá lo tenía más fácil – sin afán de ser simplista- su alegría, frescura, ternura, orden, preocupación por los demás y, un gran etcétera, eran diademas con las que te coronaba cotidianamente. Hoy, finalmente, las piezas que componen mi patrimonio como padre se han ensamblado. Las veces que retornaba a casa de buen humor te enseñaba la valía del trabajo. Cuando pasabas un mal momento fuera de casa o cuando el miedo te paralizaba, mis brazos te acogían con actitud serena y decidida, lo que te trasmitía seguridad y la certeza de que no estabas solo. Cuando me hacías partícipe de tus proyectos, no solamente vibraba, te facilitaba los medios, te animaba a poner tus mejores esfuerzos para concretarlos, te enseñaba la importancia de creer y luchar por tus ideales. Cuando ante una inconducta tuya, te llamaba a atención, con cariño, razones y firmeza, aprendías a distinguir entre lo correcto y lo incorrecto, la importancia de proteger los valores y de respetar a la autoridad. El amor encarnado a la patria, a las tradiciones, a nuestra cultura e identidad y la honra a nuestros antepasados, constituyen el patrimonio de un padre, pero que se cultiva y trasmite siendo buen hijo. Pocas veces te dije que te quería. Espero en silencio haberte preparado para servir a la sociedad y a tus hijos y nietos.