El Papa: Tres aspectos: hacer el bien juntos, actuar concretamente y estar cerca de los más frágiles

Encuentro con los representantes de algunos centros de Asistencia y Caridad

El Papa Francisco se reunió en Lisboa con representantes de varios centros y asociaciones de caridad y asistencia, entre ellos el «Centro Parroquial de Serafina», la Casa Familia «Ajuda de Berço» y la asociación «Acreditar». De ellos escuchó el relato del apoyo concreto ofrecido a las personas más necesitadas, especialmente a los niños solos o enfermos, a través de obras nacidas del amor al prójimo enraizado en el Eva.

Después de escuchar los testimonios, el Papa dijo: quisiera subrayar tres aspectos: hacer el bien juntosactuar concretamente estar cerca de los más frágiles. O sea, hacer el bien juntos, actuar concretamente —no sólo con ideas, sino concretamente— y estar cerca de los más frágiles.

***

Discurso del Santo Padre

Queridos hermanos y hermanas: Bom dia!

Le agradezco al párroco sus palabras y los saludo a todos ustedes, en particular a los amigos del Centro Paroquial da Serafina, de la Casa Famiglia Ajuda de Berço y de la Asociación AcreditarY agradezco las palabras de ustedes que han mostrado el trabajo que se hace. Gracias. Es lindo estar juntos, en el contexto de la Jornada Mundial de la Juventud, mientras contemplamos a la Virgen que se levanta para ir a ayudar (cf. Lc 1,39). La caridad, de hecho, es el origen y la meta del camino cristiano, y la presencia de ustedes, realidad concreta de «amor en acción», nos ayuda a no olvidar la ruta, el sentido de lo que estamos haciendo siempre. Gracias por sus testimonios, de los que quisiera subrayar tres aspectos: hacer el bien juntosactuar concretamente estar cerca de los más frágiles. O sea, hacer el bien juntos, actuar concretamente —no sólo con ideas, sino concretamente— y estar cerca de los más frágiles.

Primero: hacer el bien juntos. «Juntos» es la palabra clave, que se ha repetido muchas veces en las intervenciones. Vivir, ayudar y amar juntos; jóvenes y adultos, sanos y enfermos, juntos. João nos ha dicho algo muy importante, que uno no se debe dejar «definir» por la enfermedad, sino hacerla parte viva del aporte que nosotros damos al conjunto de la comunidad. Es verdad, no debemos dejarnos «definir» por la enfermedad, o por los problemas, porque no somos nosotros una enfermedad, no somos un problema. Cada uno de nosotros es un regalo, es un don, un don único —con sus límites—, pero un don, un don valioso y sagrado para Dios, para la comunidad cristiana y para la comunidad humana. Entonces, así como somos, enriquezcamos el conjunto y dejémonos enriquecer por el conjunto.

Segundo: actuar concretamente. También esto es importante. Como nos ha recordado don Francisco, citando a san Juan XXIII, la Iglesia «no es un museo de arqueología —algunos la piensan así, pero no es—, es la antigua fuente del pueblo que suministra el agua a las generaciones actuales» (Homilía después de la Misa eslavo bizantina, 13 noviembre 1960) igual que a las futuras. La fuente sirve para apagar la sed de las personas que llegan, con el peso del viaje o de la vida. Y son concreción, por tanto, atención al «aquí y ahora», como ya están haciendo ustedes con un esmero en los detalles y un sentido práctico, hermosas virtudes típicas del pueblo portugués.

Cuando no se pierde tiempo en lamentarse de la realidad, sino que nos preocupamos por afrontar las necesidades concretas, con alegría y confianza en la Providencia, ocurren cosas maravillosas. Lo atestigua vuestra historia. Del cruce de miradas con un anciano en la calle nace un centro de caridad integral, como este en el que nos encontramos; de un desafío moral y social, la «campaña por la vida», nace una asociación que ayuda a las madres y a las familias que esperan un bebé, así como a niños, adolescentes y jóvenes en dificultad, para que, como nos ha dicho Sandra, encuentren un proyecto de vida seguro; de la experiencia de la enfermedad nace una comunidad de apoyo a quien afronta la batalla contra el cáncer, especialmente los niños, para que, como nos ha dicho João, «el progreso del tratamiento y una mejor calidad de vida sean para ellos una realidad». Gracias por todo lo que hacen. Con mansedumbre y amabilidad, sigan dejándose interpelar por la realidad, con sus pobrezas antiguas y nuevas, y respondan de manera concreta, con creatividad y valentía.

El tercer aspecto: estar cerca de los más frágiles. Todos somos frágiles y menesterosos, pero la mirada de compasión del Evangelio nos lleva a ver lo que le falta a quien más necesita. Y a servir a los pobres, los predilectos de Dios, que se hizo pobre por nosotros (cf. 2 Co 8,9), a los excluidos, los marginados, los descartados, los pequeños, los indefensos. Ellos son el tesoro de la Iglesia, son los preferidos de Dios. Y, entre ellos, recordemos que no debemos hacer distinciones. Para un cristiano, en efecto, no hay preferencias ante el necesitado que llama a nuestra puerta, ya sean connacionales o extranjeros, pertenecientes a un grupo o a otro, jóvenes o ancianos, simpáticos o antipáticos.

Y, a propósito de caridad, quisiera contarles ahora una historia, especialmente a ustedes los más pequeños, que puede que no la conozcan. Es la historia real de un joven portugués que vivió hace mucho tiempo. Se llamaba Juan Ciudad y habitaba en Montemor-o-Novo. Soñaba con una vida de aventuras y por eso, siendo un muchacho, se fue de casa buscando la felicidad. La encontró después de muchos años y peripecias, cuando halló a Jesús. Y se alegró tanto de ese descubrimiento que decidió incluso cambiarse el nombre y no llamarse más Juan Ciudad, sino Juan de Dios. E hizo una cosa audaz, fue a la ciudad y se puso a pedir limosna por la calle, diciendo a la gente: «Hermanos, haced bien a vosotros mismos». ¿Entienden? Pedía caridad, y a quienes le daban les decía que, ayudándolo a él, en realidad se ayudaban ante todo a ellos mismos. Es decir, explicaba que los gestos de amor son, en primer lugar, un don para el que los hace, antes incluso que para quien los recibe; porque todo lo que se acapara para uno mismo se perderá, mientras que lo que se da por amor no se desperdiciará nunca, sino que será nuestro tesoro en el cielo.


Por eso decía: «Hermanos, haced bien a vosotros mismos». Pero el amor no nos hará felices sólo cuando estemos en el cielo, sino que lo hace ya aquí en la tierra, porque dilata el corazón y nos permite abrazar el sentido de la existencia. Si queremos ser verdaderamente felices, aprendamos a trasformar todo en amor, ofreciendo a los demás nuestro trabajo y nuestro tiempo, pronunciando palabras y realizando gestos buenos; incluso con una sonrisa, con un abrazo, con la escucha, con una mirada. Queridos chicos, hermanos y hermanas, vivamos de ese modo. Todos podemos hacerlo y todos lo necesitamos, aquí y en cualquier parte del mundo.

¿Saben lo que le sucedió a Juan? Que no lo entendieron. Pensaban que estaba loco y lo encerraron en un manicomio. Pero él no se desmoralizó, porque el amor no se rinde, porque quien sigue a Jesús no pierde la paz ni se lamenta. Y precisamente allí, en el manicomio, llevando la cruz, llegó la inspiración de Dios. Juan se dio cuenta de las necesidades que tenían los enfermos y, cuando finalmente lo dejaron salir, después de algunos meses, comenzó a hacerse cargo de ellos con otros compañeros, fundando una orden religiosa: los Hermanos Hospitalarios. Pero algunos empezaron a llamarlos de otro modo, con las palabras que aquel joven repetía a todos, «Hermanos, haced bien». Nosotros en Roma los llamamos así: Fatebenefratelli. Qué hermoso nombre, qué enseñanza importante. Ayudar a los demás es un don para uno mismo y hace bien a todos.

Sí, amar es un don para todos. Recordemos que «o amor é um presente para todos!». Repitámoslo juntos: o amor é um presente para todos!

 

Amémonos así. Sigan haciendo de sus vidas un regalo de amor y de alegría. Les agradezco y los animo a todos, especialmente a los niños, a seguir adelante y a rezar por mí. Obrigado!

***

 [Palabras espontáneas después de entregar el discurso]

Son muchas las cosas que quisiera decirles ahora, pero sucede que no me están funcionando los «reflectores». Y no puedo leer bien, y así que se los voy a dar para que lo hagan público esto después, y no forzar la vista y leer mal. Eso no se puede hacer.

Solamente quiero detenerme ya en algo que no está escrito, pero está en el espíritu del encuentro: lo concreto. No hay amor abstracto, no existe. El amor platónico está en órbita, no está en la realidad. El amor concreto, ese que se ensucia las manos, y cada uno de nosotros puede preguntar: ¿el amor que yo siento a todos los de aquí, lo que siento sobre los demás, es concreto o abstracto? Yo, cuando le doy la mano a una persona necesitada, a un enfermo, a un marginado, después de dar la mano, ¿hago así enseguida, para que no se me «contagie»? ¿Le tengo asco a la pobreza, a la pobreza de los demás? ¿Busco siempre la vida destilada, esa que existe en mi fantasía, pero no existe en la realidad? ¡Cuántas vidas destiladas, inútiles, que pasan por la vida sin dejar huella, porque su vida no tiene peso!

Y aquí tenemos una realidad que deja huella, una realidad de tantos años, que está dejando una huella que es de inspiración a los demás. No podría existir una Jornada Mundial de la Juventud sin tener en cuenta esta realidad, porque esto también es juventud, en el sentido de que ustedes generan vida nueva continuamente. Ustedes, con esta conducta de ustedes, con el compromiso de ustedes, con el ensuciarse las manos de ustedes por tocar la realidad y la miseria de los demás, están generando inspiración, están generando vida, y gracias por eso. Se los agradezco de todo corazón. ¡Sigan adelante y no se desanimen! Y si se desaniman, tomen un vaso de agua y sigan para adelante.