He querido agradecer al arzobispo, [por] muchas cosas, pero sobre todo por una: que no ha “hablado” de los enfermos… ¡Los ha nombrado! ¡Los conoce por su nombre! Y esto es un ejemplo, porque la caridad es concreta, el amor es concreto. Agradezco mucho al arzobispo porque tiene esta costumbre. Cada persona, sana o enferma, grande o pequeña, cada persona tiene dignidad. La dignidad se deja ver con el nombre y el conoce el nombre. Bello. Deseo que continue en este conocimiento, porque una vez he encontrado un párroco de montaña – era párroco de tres pueblos -, y le pregunté: “¿Dime, eres capaz de conocer a la gente por su nombre?”, y él me respondió: “Conozco también el nombre de los perros de las familias!”. Deseo que él vaya adelante y conozca también el nombre de los perros.
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Queridos hermanos y hermanas,
antes de la bendición final deseo saludar a todos ustedes, reunidos en esta Plaza tan sugestiva. Agradezco al Obispo por sus palabras y sobre todo por la preparación de la visita, y con él a todos aquellos que de muchas maneras han colaborado, especialmente en la liturgia- son muy buenos los encargados de la liturgia; un aplauso al maestro y a todos- y en los tantos servicios; así como también a las tantas personas que han participado con la oración. Aseguro mi cercanía a los enfermos- he saludado a muchos-, a los encarcelados, que han querido estar presentes, a los migrantes- Trieste es una puerta abierta a los migrantes- y a todos aquellos que tienen más afanes.
Trieste es una de aquellas ciudades que tienen la vocación de hacer encontrar gente diversa: sobre todo porque es un puerto, es un puerto importante, y luego porque se encuentra en el cruce de caminos entre Italia, Europa central y los Balcanes. En esta situación, el desafío para la comunidad eclesial y para aquella civil es el saber conjugar la apertura y la estabilidad, la acogida y la identidad. Y entonces puedo decirles: ¡tienen todos los “papeles en regla”. ¡Gracias! ¡Tienen los papeles en regla para encarar este desafío! Como cristianos tenemos el Evangelio, que da sentido y esperanza a nuestra vida; y como ciudadanos tienen la Constitución, “brújula” confiable para el camino de la democracia.
¡Y entonces, adelante! Adelante. Sin temor, abiertos y firmes en los valores humanos y cristianos, acogedores, pero sin compromisos sobre la dignidad humana. Sobre esto no se juega.
Desde esta ciudad renovamos nuestro empeño a rezar y a trabajar por la paz: por la martirizada Ucrania, por Palestina e Israel, por Sudán, Myanmar y por cada pueblo que sufre por la guerra. Invocamos la intercesión de la Virgen María, venerada en el Monte Grisa como Madre y Reina.