En el segundo y último día del viaje apostólico a Malta, el Papa Francisco visitó este domingo 3 de abril de 2022 uno de los lugares más significativos del archipiélago: la Gruta de San Pablo, en Rabat, en los extramuros de Medina.
Aquí la tradición indica el lugar donde se alojó San Pablo en el año 60, tras el naufragio del barco que lo llevaba a Roma para ser juzgado. Pablo pasó tres meses predicando, bautizando y sanando a los enfermos. Con él también estaba Lucas, el evangelista, que narra los sucedido en los Hechos de los Apóstoles.
Gracias a un pequeño ascensor el Papa descendió hasta la gruta, el antiguo lugar de culto en un conjunto que alterna elementos arquitectónicos de estilo barroco, para pedir al “Buen Padre” que “nos conceda la gracia de un buen corazón que late por amor a los hermanos”, como la del maltés que hospedó a Pablo tras el naufragio.
Más tarde, en la basílica superior, el Sucesor de Pedro encendió una lámpara votiva y recitó una breve oración:
Oh Dios, tu misericordia es infinita
e inagotable el tesoro de tu bondad,
acrecienta benigno la fe del pueblo a Ti consagrado,
para que todos comprendan con sabiduría
qué amor los ha creado,
qué Sangre los ha redimido,
qué Espíritu los ha regenerado.
Por Jesucristo nuestro Señor.
Luego firmó el Libro de Honor, saludó a 14 líderes religiosos ya los enfermos y fue asistido por Caritas.
La cueva fue visitada por Juan Pablo II el 27 de mayo de 1990 y por Benedicto XVI el 17 de abril de 2010, con motivo del 1950 aniversario del naufragio de San Paolo.
Oración del Papa en la Gruta de San Pablo
Dios de misericordia,
en tu admirable providencia
quisiste que el apóstol Pablo
anunciase tu amor a los habitantes de Malta,
que todavía no te conocían.
Él les proclamó tu palabra
y curó sus enfermedades.
Salvados del naufragio,
san Pablo y sus compañeros de viaje
encontraron aquí para acogerlos
gente pagana de buen corazón,
que los trató con una cordialidad
fuera de lo común,
dándose cuenta de que necesitaban
refugio, seguridad y asistencia.
Ninguno conocía sus nombres,
su procedencia o condición social;
sólo sabían una cosa:
que necesitaban ayuda.
No era tiempo para las discusiones,
para los juicios, los análisis y los cálculos;
era el momento de prestar auxilio;
dejaron sus ocupaciones
y así lo hicieron.
Encendieron un gran fuego,
y los hicieron secarse y calentarse.
Los acogieron con corazón abierto
y, junto con Publio,
primero en el gobierno y en la misericordia,
encontraron alojamiento para ellos.
Padre bueno,
concédenos la gracia de un buen corazón
que palpite por amor a los hermanos.
Ayúdanos a reconocer desde lejos las necesidades
de cuantos luchan entre las olas del mar,
golpeados contra las rocas de una costa desconocida.
Haz que nuestra compasión
no se agote en palabras vanas,
sino que encienda la hoguera de la acogida,
que hace olvidar el mal tiempo,
da calor a los corazones y los une;
fuego de la casa construida sobre roca,
de la única familia de tus hijos,
hermanas y hermanos todos.
Tú los amas sin distinción
y quieres que sean uno
con tu Hijo, Jesucristo, nuestro Señor,
por el poder del fuego que enviaste del cielo,
tu Espíritu Santo,
que quema toda enemistad,
y en la noche ilumina el camino
hacia tu reino.