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Mensaje del Santo Padre
Distinguidas señoras y señores!
Me complace dirigirles un cordial saludo, miembros del Grupo del Partido Popular en el Parlamento Europeo, institución que visité en noviembre de 2014, y me gustaría aprovechar esta oportunidad para compartir con ustedes algunas reflexiones.
La primera: sois parlamentarios, por lo que sois representantes de los ciudadanos que os han confiado un mandato. Cuando se celebraron las primeras elecciones al Parlamento Europeo, la gente se interesó, era algo nuevo, un paso importante en la construcción de una Europa unida. Pero, como siempre, con el paso del tiempo, el interés decae; y entonces hay que cuidar bien la relación entre los ciudadanos y los parlamentarios. Es un problema clásico de las democracias representativas. Y si ya es difícil mantener vivo el vínculo dentro de cada país, con mayor razón en el caso del Parlamento Europeo, que está aún más «alejado». Pero, por otra parte, hoy en día la comunicación puede ayudar mucho a superar las distancias.
Un segundo punto: el pluralismo. Es evidente que un gran grupo parlamentario debe prever un cierto pluralismo interno. Sin embargo, en ciertas cuestiones en las que están en juego valores éticos primordiales y puntos importantes de la doctrina social cristiana, es necesario estar unidos. Esto me parece un aspecto particularmente interesante, porque exige reflexionar sobre la formación permanente de los parlamentarios. Es normal que también ustedes necesiten momentos de estudio y reflexión en los que puedan profundizar y debatir las cuestiones éticamente más relevantes. Se trata de un reto apasionante, que se juega sobre todo en el plano de la conciencia, y que pone también de relieve la calidad de quien hace política. El político cristiano debe distinguirse por la seriedad con la que afronta las cuestiones, rechazando soluciones oportunistas y manteniéndose siempre firme en los criterios de la dignidad de la persona y del bien común.
A este respecto, tiene usted un patrimonio muy rico en el que apoyarse para aportar su contribución original a la política europea: la doctrina social de la Iglesia. Pensemos, por ejemplo, en los dos principios de solidaridad y subsidiariedad y en su dinámica virtuosa. Hay aspectos ético-políticos, ligados a cada uno de estos dos principios, que usted comparte con colegas de distintas filiaciones, que ponen respectivamente el acento en uno o en otro; pero el entrelazamiento de ambos, el hecho de activarlos juntos y hacerlos funcionar de manera complementaria, esto es propio del pensamiento social y económico de inspiración cristiana, y por tanto se confía particularmente a su responsabilidad.
Otro aspecto que tiene similitudes con éste: la visión de una Europa que mantiene unidas la unidad y la diversidad. Esto es fundamental; tuve ocasión de subrayarlo recientemente durante mi visita a Hungría. Una Europa que aprecie plenamente las diferentes culturas que la componen, su enorme riqueza de tradiciones, lenguas, identidades, que son las de sus pueblos y sus historias; y que al mismo tiempo sea capaz, con sus instituciones y sus iniciativas políticas y culturales, de hacer que este riquísimo mosaico forme figuras coherentes.
Y para ello se necesita una fuerte inspiración, un «alma», me gusta decir que se necesitan «sueños». Hacen falta valores elevados y una gran visión política. Con esto no pretendo restar importancia a la gestión ordinaria, a la buena administración ordinaria, de hecho, si es buena ya es mucho. Pero no basta, no es suficiente para sostener una Europa que se enfrenta a los grandes retos globales del siglo XXI. Para hacer frente a estos retos como una Europa unida, se necesita una inspiración alta y fuerte. Y vosotros, diría yo, deberíais ser los primeros en atesorar los ejemplos y las enseñanzas de los padres fundadores de esta Europa. La apuesta original, que puede ser también la apuesta actual, es aspirar no sólo a una organización que proteja los intereses de las naciones europeas, sino a una unión en la que todos puedan vivir una vida «a escala humana, fraternal y justa»[1].
Quisiera subrayar este término: fraterno. Como sabéis, la fraternidad y la amistad social son el gran «sueño» que he compartido con toda la Iglesia y con todos los hombres y mujeres de buena voluntad (cf. Enc. Fratelli tutti, 8). Creo que la fraternidad puede ser también fuente de inspiración para quienes quieren reanimar hoy a Europa, para que responda plenamente a las expectativas tanto de sus pueblos como del mundo entero. Porque un proyecto para Europa hoy sólo puede ser un proyecto mundial. Creo que los políticos cristianos de hoy deben ser reconocidos por su capacidad de traducir el gran sueño de la fraternidad en acciones concretas de buena política a todos los niveles: local, nacional, internacional. Por ejemplo: desafíos como el de las migraciones, o el del cuidado del planeta, me parece que sólo pueden abordarse a partir de este gran principio inspirador: la fraternidad humana.
Queridos amigos, recordemos los orígenes: no olvidemos cómo nació la Europa unida; no olvidemos la tragedia de las guerras del siglo XX. El trabajo gradual y paciente de construcción de una Europa unida, en ámbitos primero particulares y luego cada vez más generales, ¿qué tenía de inspirador? ¿Qué ideal, sino el de generar un espacio en el que los pueblos pudieran vivir en libertad, justicia y paz, respetándose en la diversidad? Hoy este proyecto se ve puesto a prueba en un mundo globalizado, pero puede relanzarse inspirándose en la inspiración original, más pertinente y fecunda que nunca no sólo para Europa, sino para toda la familia humana.
Y quisiera concluir con una última observación: ¿quiénes son los que más viven la Europa unida? Ustedes me lo enseñan: son los jóvenes. Hoy se empieza pronto a estudiar en el extranjero; luego, para la universidad, sobre todo para las especializaciones, el horizonte es europeo; y lo mismo para la búsqueda de trabajo… No me refiero a la triste necesidad, que desgraciadamente existe, de ir a otra parte por falta de oportunidades en casa; no, sino al hecho de que ahora es normal que los jóvenes, por ejemplo, hagan una primera parte de sus estudios en su país y se especialicen en otro. Un poco como ocurría en la Edad Media: estudiabas un poco en Padua, un poco en París, un poco en Oxford o en Heidelberg… Miremos a ellos, a los jóvenes, y pensemos en una Europa y un mundo a la altura de sus sueños.
Por eso os animo a seguir adelante con valentía y esperanza, con la ayuda de Dios. Que el Evangelio sea vuestra estrella polar y la Doctrina Social vuestra brújula. Os bendigo cordialmente a todos vosotros y a vuestros seres queridos. Y os pido, por favor, que recéis por mí. Gracias.
Roma, Policlínico «Gemelli», 9 de junio de 2023
FRANCISCO
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[1] P.H. Spaak,Discurso pronunciado con ocasión de la firma de los Tratados de Roma, 25 marzo 1957.
[00980-IT.01] [Testo originale: Italiano]
[B0438-XX.02]