Al final de la Santa Misa celebrada en la Basílica Vaticana por la Solemnidad de María Santísima Madre de Dios y con ocasión de la 58ª Jornada Mundial de la Paz, el Papa Francisco se asomó a la ventana del estudio del Palacio Apostólico Vaticano para recitar el Ángelus con los cerca de 30.000 fieles y peregrinos congregados en la Plaza de San Pedro.
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Palabras del Papa
Queridos hermanos y hermanas, ¡Feliz Año Nuevo!
La sorpresa y la alegría de la Navidad continúan en el Evangelio de la liturgia de hoy (Lc 2,16-21), que narra la llegada de los pastores a la gruta de Belén. Tras el anuncio de los ángeles, «fueron sin demora y encontraron a María, a José y al Niño acostado en el pesebre» (v. 16). Este encuentro llena de asombro a todos, porque los pastores «contaron lo que les habían dicho del niño» (v. 17): ¡el recién nacido es el «salvador», el «Cristo», el «Señor» (v. 11)!
Reflexionemos sobre lo que los pastores vieron en Belén, al niño, y también sobre lo que no vieron, es decir, el corazón de María, que guardaba y meditaba todos estos hechos (cf. v. 19).
En primer lugar, el niño Jesús: este nombre hebreo significa «Dios salva», y eso es precisamente lo que hará. En efecto, el Señor vino al mundo para darnos su propia vida. Pensemos en esto: todos los hombres somos niños, pero ninguno de nosotros eligió nacer. Dios, en cambio, eligió nacer por nosotros. Dios ha elegido. Jesús es la revelación de su amor eterno, que trae la paz al mundo.
Al Mesías recién nacido, que manifiesta la misericordia del Padre, corresponde el corazón de María, la Virgen Madre. Este corazón es el oído que escuchó el anuncio del Arcángel; este corazón es la mano de esposa entregada a José; este corazón es el abrazo que envolvió a Isabel en su vejez. En el corazón de María, nuestra Madre, late la esperanza; late la esperanza de redención y salvación para toda criatura.
¡Madres! Las madres siempre llevan a sus hijos en el corazón. Hoy, en este primer día del año, dedicado a la paz, pensamos en todas las madres que se alegran en su corazón, y en todas las madres cuyo corazón está lleno de dolor, porque sus hijos han sido arrebatados por la violencia, por el orgullo, por el odio. ¡Qué hermosa es la paz! Y ¡qué inhumana es la guerra, que rompe el corazón de las madres!
A la luz de estas reflexiones, cada uno de nosotros puede preguntarse: ¿sé permanecer en silencio para contemplar el nacimiento de Jesús? ¿Y trato de acoger en mi corazón este Adviento, su mensaje de bondad y de salvación? ¿Y cómo puedo corresponder a un regalo tan grande con un gesto gratuito de paz, de perdón, de reconciliación? Cada uno de nosotros encontrará algo que hacer, y eso será bueno.
Que María, la Santa Madre de Dios, nos enseñe a conservar la alegría del Evangelio en nuestro corazón y a dar testimonio de ella en el mundo.
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Después del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas
a todos vosotros, romanos y peregrinos, y a cuantos me seguís a través de los medios de comunicación, os deseo lo mejor para el Año Nuevo. Agradezco al Presidente de la República Italiana su recuerdo en el mensaje a la Nación y le correspondo asegurándole mis oraciones. ¡Feliz Año Nuevo, Señor Presidente!
El Papa San Pablo VI quiso que el primer día del año se convirtiera en el Día Mundial de la Paz. Este año se caracteriza, a causa del Jubileo, por un tema particular: el del perdón de las deudas. El primero en perdonar las deudas es Dios, como siempre le pedimos cuando rezamos el «Padre nuestro», refiriéndonos a nuestros pecados y comprometiéndonos a perdonar a su vez a quienes nos han ofendido. Y el Jubileo nos pide que traduzcamos esta condonación a nivel social, para que ninguna persona, ninguna familia, ningún pueblo sea aplastado por las deudas. Por eso, animo a los gobernantes de los países de tradición cristiana a que den buen ejemplo condonando o reduciendo en la medida de lo posible las deudas de los países más pobres.
Agradezco todas las iniciativas de oración y de compromiso por la paz promovidas en todas las partes del mundo por comunidades diocesanas y parroquiales, por asociaciones, movimientos y grupos eclesiales, como la Marcha nacional por la paz que tuvo lugar ayer en Pesaro. Y saludo a los participantes en el evento «Paz en todas las tierras», organizado por la Comunidad de Sant’Egidio en diversos países. Saludo a la Comunidad de Sant’Egidio, que está presente.
Expreso mi agradecimiento a todos los que, en las numerosas zonas de conflicto, trabajan por el diálogo y las negociaciones. Recemos para que en todos los frentes cesen los combates y se apueste decididamente por la paz y la reconciliación. Pienso en la atormentada Ucrania, en Gaza, en Israel, en Myanmar, en Kivu y en tantos pueblos en guerra. He visto en el programa «A su imagen» imágenes y fotografías de la destrucción que causa la guerra. Hermanos, hermanas, la guerra destruye, ¡siempre destruye! La guerra es siempre una derrota, siempre.
Saludo cordialmente a todos vosotros, romanos y peregrinos, especialmente a las bandas de música de algunas escuelas de los Estados Unidos de América: de Michigan, California, Oklahoma y Carolina del Norte. ¡Gracias por vuestra música! Saludo también a los fieles de Pontevedra, España, y a los voluntarios de Fraterna Domus. Y saludo a los jóvenes de la Inmaculada: ¡luchad por la paz!
Os deseo a todos un buen comienzo de año, con la bendición del Señor y de la Virgen Madre. Por favor, no olvidéis rezar por mí. Buen almuerzo y ¡adiós!