Por la tarde, tras abandonar la Nunciatura Apostólica, el Santo Padre Francisco se dirigió a la Escuela Secundaria Técnica Caritas, donde visitó a los niños de Street Ministry y Callan Services.
A su llegada a la entrada principal del estadio cubierto de la Caritas Technical Secondary School, el Papa fue recibido por el Arzobispo de Port Moresby, Su Eminencia el Card. John Ribat, M.S.C., el Superior de la Comunidad de las Hermanas de Jesús de Caritas y la Directora de la Escuela. Dos niños vestidos con trajes tradicionales le llevaron una ofrenda floral. A continuación, recorrió la nave mientras el coro interpretaba una canción y, tras un recorrido entre los niños y alumnos del colegio, ocupó su lugar en el escenario.
Tras un saludo de bienvenida del cardenal arzobispo de Port Moresby y la interpretación de una danza tradicional, un niño de Callan Services y otro de Street Ministry hicieron dos preguntas al Papa, seguidas de una danza tradicional.
El Santo Padre dirigió unas palabras de saludo a los niños y, tras la bendición, el intercambio de regalos y la foto de grupo, el Cardenal Arzobispo de Port Moresby, la Superiora de la Comunidad de las Hermanas de Jesús de Caritas y la Directora de la Escuela despidieron al Papa en la entrada principal mientras el coro entonaba una canción.
Al final, el Santo Padre se dirigió al Santuario de María Auxiliadora para el encuentro con los Obispos de Papúa Nueva Guinea y de las Islas Salomón, Sacerdotes, Diáconos, Consagrados y Consagradas, Seminaristas y Catequistas.
Publicamos a continuación el saludo que el Papa pronunció durante la visita:
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Palabras del Papa
Felicitaciones a todos ustedes que cantaron y bailaron. ¡Lo hacen muy bien!
Queridas hermanas y hermanos, buenas tardes.
Saludo a Su Eminencia, a quien agradezco las palabras que me ha dirigido. Agradezco también a la superiora de la comunidad, a la directora, a los laicos y religiosos, y a todos los presentes, especialmente a ustedes, niños, que son estupendos.
Me alegra encontrarme con ustedes y compartir este momento festivo. Agradezco también a sus compañeros, que me han hecho dos preguntas difíciles.
Uno de ellos me ha preguntado: “¿Por qué no soy como los demás?”. En verdad, la única respuesta que encuentro a esta pregunta es: “porque ninguno de nosotros es como los demás, porque todos somos únicos delante de Dios”. Por eso, no sólo reafirmo que “hay esperanza para todos” —como se ha dicho— sino que agrego también que cada uno de nosotros tiene un papel y una misión en el mundo que nadie más puede llevar a cabo, y aunque esto trae consigo penurias, al mismo tiempo produce mucha alegría, de un modo distinto para cada uno. La paz y el gozo son para todos.
Ciertamente todos tenemos límites, hay cosas que sabemos hacer mejor y otras que en cambio nos cuestan o que no somos capaces de hacer nunca, sin embargo, esto no determina nuestra felicidad. Es más bien el amor que ponemos en todo lo que hacemos, damos o recibimos. Dar amor, siempre, acoger con los brazos abiertos el amor que recibimos de las personas que nos quieren. Esto es lo más bonito y lo más importante de nuestra vida, en cualquier condición y para cualquier persona, incluso para el Papa, ¿lo sabían? Nuestra alegría no depende de nada más, nuestra alegría depende del amor.
Y esto nos lleva a la otra pregunta: “¿Cómo podemos hacer más hermoso y feliz nuestro mundo?”. Desde luego que con la misma “receta”, aprendiendo día a día a amar a Dios y a los demás con todo el corazón y procurando aprender —incluso en la escuela— todo lo que podamos, para así hacerlo de la mejor manera, estudiando y esforzándonos al máximo en cada oportunidad que se nos presenta para crecer, mejorar y perfeccionar nuestros talentos y capacidades.
¿Alguna vez han visto cómo se prepara un gato cuando tiene que hacer un gran salto? Primero se concentra y apunta todos sus esfuerzos y músculos en la dirección correcta. Y quizá lo hace tan rápido que ni siquiera lo notamos, pero lo hace. Y así también nosotros debemos concentrar todas nuestras fuerzas dirigiéndolas hacia una meta, que es el amor a Jesús —y, en Él, a todos los hermanos y hermanas que encontramos en el camino—, para luego con impulso colmar todo y a todos con nuestro afecto. En este sentido, ninguno de nosotros es “una carga” —como han dicho—, todos somos hermosos regalos de Dios, un tesoro los unos para los otros.
Gracias, niños, muchas gracias por este encuentro y gracias a todos ustedes, que aquí trabajan juntos con amor. Conserven esta luz siempre encendida como signo de esperanza, no sólo para ustedes, sino para todos aquellos con quienes se encuentran e incluso para nuestro mundo, a veces tan egoísta y preocupado por las cosas banales. Mantengan encendida la luz del amor y, por favor, recen también por mí.