Discurso del Papa
Aunque no puedo recibiros en persona, quisiera daros la bienvenida y agradeceros de corazón vuestra presencia. Me alegra afirmar con vosotros el deseo de fraternidad y de paz para la vida del mundo. Un escritor puso estas palabras en labios de Francisco de Asís: «El Señor está donde están tus hermanos» (E. Leclerc, La sabiduría de un pobre). Verdaderamente, el Cielo de arriba nos invita a caminar juntos por la tierra, a redescubrirnos como hermanos y a creer en la fraternidad como dinámica fundamental de nuestro deambular.
En la Encíclica Fratelli tutti escribí que «la fraternidad tiene algo positivo que ofrecer a la libertad y a la igualdad» (n. 103), porque quien ve a un hermano ve en el otro un rostro, no un número: es siempre «alguien» que tiene dignidad y merece respeto, no «algo» para ser usado, explotado o descartado. En nuestro mundo, desgarrado por la violencia y la guerra, no bastan los retoques y los ajustes: sólo una gran alianza espiritual y social que brote de los corazones y gire en torno a la fraternidad puede devolver al centro de las relaciones la sacralidad y la inviolabilidad de la dignidad humana.
Por eso la fraternidad no necesita teorías, sino gestos concretos y opciones compartidas que la conviertan en una cultura de paz. Por tanto, la pregunta que debemos hacernos no es qué pueden darme la sociedad y el mundo, sino qué puedo dar yo a mis hermanos y hermanas. De vuelta a casa, pensemos qué gesto concreto de fraternidad hacer: reconciliarnos con la familia, los amigos o los vecinos, rezar por quienes nos han hecho daño, reconocer y ayudar a quien lo necesita, llevar una palabra de paz a la escuela, la universidad o la vida social, ungir con la cercanía a quien se siente solo…
Sintámonos llamados a aplicar el bálsamo de la ternura en las relaciones que se han enquistado, entre las personas como entre los pueblos. No nos cansemos de gritar «no a la guerra», en nombre de Dios o en nombre de todo hombre y mujer que aspira a la paz. Me vienen a la memoria aquellos versos de Giuseppe Ungaretti que, en plena guerra, sintió la necesidad de hablar precisamente de los hermanos como «Palabra temblorosa / en la noche / Hoja recién nacida». La fraternidad es un bien frágil y precioso. Los hermanos son el ancla de la verdad en el mar proceloso de los conflictos que siembran la mentira. Evocar a los hermanos es recordar a los que luchan, y a todos nosotros, que el sentimiento de fraternidad que nos une es más fuerte que el odio y la violencia, es más, nos une a todos en el mismo dolor. Es desde aquí que partimos y recomenzamos, desde el sentimiento de «sentirnos juntos», la chispa que puede reavivar la luz para detener la noche de los conflictos.
Creer que el otro es hermano, decirle al otro «hermano» no es una palabra vacía, sino lo más concreto que cada uno de nosotros puede hacer. Significa, de hecho, emanciparse de la pobreza de creer en el mundo como hijo único. Significa, al mismo tiempo, elegir superar la lógica de las parejas, que permanecen juntas sólo por interés, sabiendo también superar los límites de los lazos de sangre o étnicos, que sólo reconocen lo semejante y niegan lo diferente. Pienso en la parábola del samaritano (cf. Lc 10, 25-37), que se detiene con compasión ante el judío necesitado de ayuda. Sus culturas eran enemigas, sus historias diferentes, sus regiones hostiles entre sí, pero para aquel hombre, la persona encontrada en la calle y su necesidad eran lo primero.
Cuando las personas y las sociedades optan por la fraternidad, incluso las políticas cambian: la persona vuelve a prevalecer sobre el beneficio, la casa que todos habitamos sobre el medio ambiente que se explota en beneficio propio, el trabajo recibe un salario justo, la acogida se convierte en riqueza, la vida en esperanza, la justicia se abre a la reparación y la memoria del mal causado se cura en el encuentro entre víctimas y victimarios.
Queridos hermanos y hermanas, os doy las gracias por haber organizado este encuentro y por haber dado vida a la «Declaración sobre la fraternidad humana», redactada esta mañana por los distinguidos Premios Nobel presentes. Creo que nos ofrece «una gramática de la fraternidad» y es una guía eficaz para vivirla y testimoniarla cada día de manera concreta. Habéis trabajado bien juntos y os lo agradezco mucho. Hagamos que lo que hemos vivido hoy sea el primer paso de un camino y pueda iniciar un proceso de fraternidad: las plazas conectadas desde diversas ciudades del mundo, a las que saludo con gratitud y afecto, dan testimonio tanto de la riqueza de la diversidad como de la posibilidad de ser hermanos aunque no estemos cerca, como me ocurrió a mí. ¡Sigan adelante!
Quisiera despedirme dejándoles una imagen, la de un abrazo. De esta tarde que hemos pasado juntos, deseo que guardéis en el corazón y en la memoria el deseo de abrazar a las mujeres y a los hombres del mundo para construir juntos una cultura de paz. La paz, en efecto, necesita fraternidad y la fraternidad necesita encuentro. Que el abrazo dado y recibido hoy, simbolizado por la plaza en la que os reunís, se convierta en compromiso de vida. Y profecía de esperanza. Yo mismo os abrazo y, mientras repito mi agradecimiento, os digo de corazón: ¡Estoy con vosotros!