A las 10:30 de esta mañana, V Domingo del Tiempo Ordinario, con ocasión del Jubileo de las Fuerzas Armadas, Policiales y de Seguridad, el Santo Padre Francisco ha presidido la Santa Misa en la Plaza de San Pedro.
Publicamos a continuación la homilía iniciada por el Papa Francisco y leída después por S.E. Monseñor Diego Ravelli, Maestro de las Celebraciones Litúrgicas Pontificias:
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Homilía del Papa
La actitud de Jesús junto al lago de Genesaret está detallada por el Evangelista con tres verbos: vio, subió, se sentó. Jesús vio, Jesús subió y Jesús se sentó. Jesús no se preocupa de mostrar una apariencia a las multitudes. Jesús no está preocupado por ejecutar una tarea, ni por ajustarse a un plan de acción en su misión; al contrario, siempre pone en primer lugar el encuentro con los demás, la relación, la preocupación por esas fatigas y esos fracasos que a menudo abruman el corazón y quitan la esperanza.
Por eso Jesús, ese día, vio, subió y se sentó.
En primer lugar, Jesús vio. Él tiene una mirada atenta que, aun en medio de un gentío, lo hace capaz de divisar dos barcas junto a la orilla y de percibir la decepción en el rostro de esos pescadores, que ahora están lavando las redes vacías después de una noche de fracasos. Jesús fija su mirada llena de compasión en ellos. No olvidemos esto, la compasión de Dios. Las tres actitudes de Dios son cercanía, compasión y ternura. No olvidemos que Dios está cerca, Dios es tierno y Dios es compasivo. Jesús fija su mirada llena de compasión en los ojos de esas personas, comprendiendo su desánimo, la frustración de haber trabajado toda la noche sin recoger nada, la sensación de tener el corazón vacío, justo como esas redes que ahora sujetan entre las manos.
Me disculpo y pido al Maestro [de las Celebraciones Litúrgicas] que continúe la lectura, por dificultad en la respiración.
Y, habiendo visto su malestar, Jesús subió. Le pide precisamente a Simón que aleje la barca de la orilla y sube en ella, entrando en el espacio de su vida, abriéndose paso en ese fracaso que habita su corazón. Esto es hermoso: Jesús no se limita a observar las cosas que no van bien, como a menudo hacemos nosotros, acabando por encerrarnos en el lamento y la amargura. Él, en cambio, toma la iniciativa, sale al encuentro de Simón, se detiene con él en ese momento difícil y decide subir a la barca de su vida, que en esa noche había regresado a la orilla sin éxito.
Finalmente, habiendo subido, Jesús se sentó. Y esta postura, en los Evangelios, es típica del maestro, del que enseña. El Evangelio, en efecto, dice que subió y enseñaba. Habiendo visto en los ojos y en el corazón de esos pescadores la amargura por una noche de esfuerzo sin resultados, Jesús sube a la barca para enseñar, es decir, para anunciar la buena noticia, para llevar la luz en esa noche de desilusión, para narrar la belleza de Dios en las fatigas de la vida humana, para hacerles sentir que todavía hay una esperanza, aun cuando todo parece perdido.
Y entonces ocurre el milagro: cuando el Señor sube a la barca de nuestra vida para llevarnos la buena noticia del amor de Dios que siempre nos acompaña y nos sostiene, entonces la vida vuelve a empezar, la esperanza renace, el entusiasmo perdido regresa y podemos echar las redes al mar nuevamente.
Hermanos y hermanas, esta palabra de esperanza nos acompaña hoy, mientras celebramos el Jubileo de las Fuerzas armadas, Policía y Cuerpos de seguridad, a quienes agradezco su servicio, saludando a todas las autoridades presentes, a las asociaciones y a las academias militares, como también a los Obispos castrenses y a los capellanes. A ustedes se les confía una gran misión, que abarca múltiples dimensiones de la vida social y política: la defensa de nuestros países, el compromiso por la seguridad, la custodia de la legalidad y la justicia, la presencia en las penitenciarías, la lucha contra la criminalidad y las diferentes formas de violencia que amenazan con alterar la paz social. Y recuerdo también a cuantos ofrecen su importante servicio en las catástrofes naturales, por el cuidado de la creación, por el rescate de las vidas en el mar, por los más frágiles, por la promoción de la paz.
También a ustedes el Señor les pide que hagan como Él: ver, subir, sentarse. Ver, porque están llamados a tener una mirada atenta, que sepa captar las amenazas al bien común; los peligros que se ciernen sobre la vida de los ciudadanos; los riesgos ambientales, sociales y políticos a los que estamos expuestos. Subir, porque sus uniformes, la disciplina que los ha forjado, la valentía que los distingue, el juramento que han hecho, son todas cosas que les recuerdan qué importante es no sólo ver el mal para denunciarlo, sino también subir a la barca durante la tormenta y comprometerse para que no haya un naufragio, con una misión al servicio del bien, de la libertad y de la justicia. Y, por último, sentarse, porque la manera en la que ustedes están presentes en nuestras ciudades y en nuestros barrios, el estar siempre de parte de la legalidad y de parte de los más débiles es para todos nosotros una lección. Esto nos enseña que el bien puede vencer a pesar de todo; nos enseña que la justicia, la lealtad y la pasión civil hoy siguen siendo valores necesarios; nos enseña que podemos crear un mundo más humano, más justo y más fraterno, a pesar de las fuerzas contrarias del mal.
Y en esta tarea, que abarca toda la vida, también están acompañados de los capellanes, una presencia sacerdotal en medio de ustedes. Ellos no prestan su servicio —como a veces ha pasado tristemente en la historia— para bendecir perversas acciones de guerra. No. Ellos están en medio de ustedes como presencia de Cristo, que quiere acompañarlos, ofrecerles escucha y cercanía, animarlos a remar mar adentro y sostenerlos en la misión que llevan adelante cada día. Ellos caminan con ustedes como apoyo moral y espiritual, ayudándoles a desempeñar sus cargos a la luz del Evangelio y al servicio del bien.
Queridos hermanos y hermanas, les agradecemos cuanto hacen, en ocasiones arriesgando sus propias vidas. Gracias porque, subiendo sobre nuestras barcas en peligro, nos ofrecen su protección y nos alientan a seguir nuestra travesía. Pero también quisiera exhortarlos a no perder de vista el fin de su servicio y de sus acciones: promover la vida, salvar la vida, defender la vida siempre. Les pido, por favor, que vigilen. Vigilen contra la tentación de cultivar un espíritu de guerra; vigilen para no ser seducidos por el mito de la fuerza y el ruido de las armas; vigilen para no contaminarse nunca por el veneno de la propaganda del odio, que divide el mundo en amigos a los que defender y enemigos a los que combatir. Sean, en cambio, testigos valientes del amor de Dios Padre, que quiere que seamos todos hermanos. Y, juntos, caminemos para construir una nueva época de paz, de justicia y de fraternidad.
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Al término de la Santa Misa celebrada en la Plaza de San Pedro con motivo del Jubileo de las Fuerzas Armadas, Policiales y de Seguridad, el Santo Padre Francisco dirigió el rezo del Ángelus con los cerca de 30.000 participantes en el evento jubilar.
Publicamos a continuación las palabras del Papa al introducir la oración mariana:
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Queridos hermanos y hermanas
antes de concluir la celebración, deseo saludaros a todos los que habéis dado vida a esta Peregrinación jubilar de las Fuerzas Armadas, de Policía y de Seguridad. Agradezco su presencia a las distinguidas Autoridades civiles y, por su servicio pastoral, a los Ordinarios y Capellanes castrenses. Extiendo mi saludo a todos los militares del mundo, y deseo recordar la enseñanza de la Iglesia a este respecto. Dice el Concilio Vaticano II: «Aquellos que, al servicio de su patria, ejercen su profesión en las filas del ejército, considérense también servidores de la seguridad y de la libertad de sus pueblos» (Constitución pastoral Gaudium et spes, 79). Este servicio armado debe ejercerse sólo en defensa propia, nunca para imponer la dominación sobre otras naciones, observando siempre las convenciones internacionales sobre los conflictos (cf. ibid.) y, sobre todo, con sagrado respeto por la vida y la creación.
Hermanos y hermanas, recemos por la paz, en la atormentada Ucrania, en Palestina, en Israel y en todo Oriente Medio, en Myanmar, en Kivu, en Sudán. Que se haga el silencio en todas partes y que se escuche el grito de los pueblos que piden la paz.
Confiemos nuestras oraciones a la intercesión de la Virgen María, Reina de la Paz.
Angelus Domini…