El Papa: La Liturgia como “verdadera” oración de la Iglesia

74ª Semana Litúrgica Nacional [Módena, 26-29 de agosto de 2024]

Publicamos a continuación el Mensaje que el Santo Padre Francisco ha enviado -a través del Cardenal Secretario de Estado, Pietro Parolin- a S.E. Mons. Claudio Maniago, Arzobispo Metropolitano de Catanzaro-Squillace y Presidente del Centro de Acción Litúrgica, y a todos los participantes en la 74ª Semana Litúrgica Nacional, que tendrá lugar en Módena del 26 al 29 de agosto de 2024, sobre el tema «En la liturgia la verdadera oración de la Iglesia. Pueblo de Dios y ars celebrandi. «Fruto de labios que confiesan su nombre« (Hb 13,15)»:

El Papa destaca los aspectos del canto coral, el canto sagrado y el silencio: favorecen la oración profunda e íntima, lejos del frenesí, el ruido y la cháchara.

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Mensaje del Papa

A Su Excelencia Reverendísima
Mons. CLAUDIO MANIAGO
Arzobispo Metropolitano de Catanzaro-Squillace
Presidente del Centro de Acción Litúrgica

 

Reverendísima Excelencia

Me complace transmitir el mensaje del Santo Padre para los trabajos de la 74ª Semana Litúrgica Nacional, promovida por el Centro de Acción Litúrgica y acogida por la Iglesia de Módena-Nonantola, rica en historia y dones de santidad. El Papa Francisco, al dirigir su saludo a todos los que participarán en la Semana como organizadores, conferenciantes, congresistas y voluntarios, asegura un recuerdo especial en la oración, por el mejor éxito de las sesiones de estudio y de los momentos celebrativos.

La Semana Litúrgica que vais a vivir tiene como tema «En la liturgia la verdadera oración de la Iglesia». Pueblo de Dios y ars celebrandi. «Fruto de labios que confiesan su nombre« (Hb 13,15)». Este tema nos remite a la especificidad de la oración litúrgica, que rehúye toda forma de individualismo y de división. Es, en efecto, «participación en la oración de Cristo, dirigida al Padre en el Espíritu Santo» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1073); es participación en el soplo amoroso de la Iglesia-Esposa, que hace sentirse parte de la comunidad de los discípulos de todos los lugares y tiempos; es escuela de comunión que libera el corazón de la indiferencia, acorta las distancias entre hermanos y conforma los sentimientos de Jesús; es camino que nos transforma, educándonos en la Iglesia a la vida buena del Evangelio.

Amadísimos, la liturgia -como afirmaba Romano Guardini- «introduce en la oración toda la amplitud de la verdad; en efecto, no es otra cosa que dogma rezado, verdad revivida rezando» (Lo spirito della liturgia). Las palabras del gran teólogo reiteran la evidencia de la dimensión objetiva de la liturgia, que «pide ser celebrada con fervor, para que la gracia derramada en el rito no se disperse, sino que llegue a la experiencia vivida por cada persona» (Francisco, Catequesis del 3 de febrero de 2021). Esta necesidad ineludible resplandece también en vuestro programa de estudios, centrado en el ars celebrandi, compromiso y actitud que todos los bautizados están llamados a vivir para salir de su individualidad y abrirse al «nosotros» de la Iglesia en la oración.


En su Carta apostólica sobre la formación litúrgica, el Papa Francisco recuerda que los gestos propios de la asamblea, como la reunión, la postura del cuerpo, el silencio, la expresión de la voz, la implicación de los sentidos, son los modos con los que participa en la celebración (cf. Desiderio Desideravi 51). Y añade que «realizar el mismo gesto todos juntos, hablar con una sola voz, transmite a los individuos la fuerza de toda la asamblea. Es una uniformidad que no sólo no mortifica, sino que, por el contrario, educa a cada fiel a descubrir la auténtica unicidad de la propia personalidad no en actitudes individualistas, sino en la conciencia de ser un solo cuerpo» (ibid.).

Partiendo de estas perspectivas, el Santo Padre desea ofreceros algunas prioridades concretas para orientar vuestra reflexión sobre la Liturgia como «verdadera» oración de la Iglesia.

El primer compromiso, que se nos pide, es redescubrir la coralidad de la oración litúrgica, a través de la cual, uniéndonos a la lengua madre de la Iglesia, llegamos a ser un solo cuerpo y una sola voz. San Agustín nos recordaba la profunda relación de nuestra oración con Cristo: cuando oramos hablamos con Dios, es Jesús mismo quien «ora por nosotros, ora en nosotros y es orado por nosotros. […] Reconozcamos, pues, nuestras voces en Él y sus voces en nosotros» (Enarr. in ps. 85, 1: CCL 39, 1176). La belleza de la verdad de la oración cristiana reside precisamente en este entrelazamiento de voces, que podríamos llamar con razón coralidad. Toda oración cristiana es siempre a varias voces, como toda acción litúrgica es siempre a varias manos: estamos unidos a Cristo, y en Cristo encontramos a toda la humanidad. Ahora bien, el valor de esta coralidad de la oración litúrgica no debe simplemente afirmarse, sino que debe experimentarse a través de nuestra celebración. Uno de los momentos más importantes en los que podemos experimentarlo es la Liturgia de las Horas, que sigue mereciendo un compromiso para que se convierta realmente en la oración del pueblo de Dios. Que nuestras comunidades vuelvan a elevar a coro la oración de los Salmos y aprendan a vivir, en la liturgia y en la vida, el valor de la unidad y de la comunión.

El segundo aspecto propuesto a vuestro compromiso en la pastoral litúrgica es la relación con el canto sagrado. La música en la liturgia no es un elemento ornamental, sino parte integrante y necesaria de ella (Sacrosanctum Concilium, 112), contribuye junto con los otros lenguajes de los que se compone la liturgia a la epifanía del misterio celebrado. En efecto, en el canto los fieles viven y expresan su fe. San Pablo VI escribió sabiamente a este respecto: «Si los fieles cantan, no abandonan la Iglesia; si no abandonan la Iglesia, conservan su fe y su vida cristiana» (Discurso a la Asamblea Plenaria del Episcopado de Italia, 14 de abril de 1964). El Papa recomienda, por tanto, un cuidado especial, sobre todo en la celebración de la Eucaristía dominical, recordando cómo en el canto, mediante la concordancia de voces, se expresa la unión espiritual de los que comulgan, se manifiesta la alegría del corazón y se pone de relieve el carácter comunitario de los que se acercan a recibir la Eucaristía (cf. Ordin. Gen. Messale Romano, 86).

La tercera entrega se refiere al silencio al que nos educa la liturgia, como demuestran los constantes recordatorios en la Sintaxis eucarística del acto de guardar silencio. El Papa, por tanto, nos pide que contrarrestemos el frenesí, el ruido y la cháchara que nos minan en la vida cotidiana valorando el silencio sagrado, gesto elocuente, tiempo propicio y espacio fecundo para permanecer en el amor del Señor, cultivar la mirada contemplativa, dar profundidad a la oración del corazón y dejarse transformar por el Espíritu. Esta familiaridad en la acogida del silencio es el verdadero requisito para que la Iglesia pueda escuchar a Aquel que se revela en el «susurro de una suave brisa» (cf. 1 Re 19,12).

La cuarta y última dimensión que el Santo Padre os confía es la promoción de la ministerialidad litúrgica, como fruto de ser la Iglesia de Pentecostés (cf. Desiderio Desideravi, 33). Desde este punto de vista, y no desde una perspectiva funcional, es importante leer los ministerios al servicio de la liturgia: en ellos, en efecto, se manifiesta la diversidad de los dones que el Espíritu Santo suscita en la comunidad cristiana. La presencia de una ministerialidad diversificada, alimentada por la comunión en Cristo, alimenta la participación activa de la asamblea y promueve la corresponsabilidad en la misión, manifestando, en concreto, la naturaleza sinodal de la Iglesia. Esta conciencia, como nos ha recordado el Papa Francisco (cf. ivi., 38), requiere un compromiso constante de formación, para evitar personalismos y delirios de protagonismo y realizar un verdadero servicio a la comunión.

El Santo Padre, al enviar su bendición a Vuestra Excelencia, a Su Excelencia Mons. Erio Castellucci, arzobispo de Módena-Nonantola y obispo de Carpi, a los demás obispos y a todos los participantes, desea que estas consignas impulsen a nuestras comunidades cristianas a vivir la oración litúrgica como encuentro con el Señor resucitado y con su Cuerpo, que es la Iglesia.

Al mismo tiempo que expreso mis buenos deseos personales, aprovecho la ocasión para confirmarme con sentimientos de distinguida reverencia

Excelentísimo Señor Reverendísimo
Reverendísimo
Peter Card. Parolin
Secretario de Estado